Una mañana en la corte de Aznar el imperturbable

Esperanza Aguirre, Pizarro, Cayetana Álvarez de Toledo, Lucía Figar, Montoro, Fraga... Aprovechando que el euro cumple 10 años, Aznar enseña al respetable su lista de cortesanos desde su reino de la fundación FAES. Imposible sacarle ni una palabra, salvo 'pregúntale a mi mujer, que es la política'.

Juan M. Espinosa (EFE)

El secretario general de CCOO, José María Fidalgo (izquierda), y el ex presidente del Gobierno, José María Aznar (derecha)

Decenas de periodistas han tomado el hotel Wellington alrededor de las once de la mañana. Esperaban a Aznar. El ex, que ha pasado de especimen peligroso al que había que mantener lo más alejado posible durante la campaña, a oráculo de Delfos popular una vez abierta la batalla por el poder en el partido de la oposición.

El hombre al que todos quieren oír pronunciarse ha entrado en el hall arrastrado por los reporteros gráficos y los cámaras de televisión. Su equipo de seguridad trataba de salvaguardar su integridad física con dificultad. En una salita le esperaban Aguirre, Fraga, Montoro y otros dirigentes, tomando un café. Aznar, con la melena despeinada por los vaivenes de la prensa acosadora, ha tenido que pasar al servicio a atusarse el cabello. Una vez recompuesto, y con Ana Botella a su izquierda, dirigía sus pasos al estrado del salón en el que se iba a representar un nuevo capítulo del culebrón que interpreta el PP. Soitu.es le intercepta para pedirle una mínima reflexión sobre la situación en su partido. Sonriente, le pasa el muerto a su mujer: 'Pregúntale a ella, que es la política'. Ella, Ana Botella, ya ha dado su opinión, le responde este medio que insiste en conocer su análisis. Pero Aznar, imperturbable, se hace el sueco. Ya en la mesa le espera José María Fidalgo, secretario general de Comisiones Obreras y artista invitado a glosar los logros del Gobierno Aznar.

Resumiendo la charla: el ex presidente consiguió que 'España acabara jugando en primera' a pesar de los 3,5 millones de parados y de la escalofriante situación económica que le obligó en diciembre de 1996 "a pedir un préstamo a los bancos para poder pagar las pensiones". Ésta y otras anécdotas se sucedían por boca de Aznar, con ese tono cada día más similar al de Julio Iglesias que consiste en dejar que las eses acaricien las palabras y acabar las frases en alto. Sólo falta el 'hey' final. Puro autobombo cimentado en el discurso posterior de Fidalgo, un sindicalista emperrado en recitar de memoria un panorama económico que se le escapa claramente de las manos y que comprometía en sus párvulas deducciones hasta la política económica del gobierno de su amigo Aznar.

Claro que los presentes sólo escucharon: "siempre hay que procurar jugar con los mejores y tener la voluntad y la decisión de llamarles y agruparles en torno a un gran proyecto" o "la confianza y la defensa de los principios es esencial". Algunos, como Fraga y otros veteranos populares que abarrotaban la sala, cabeceaban plácidamente. Mientras, los fieles se dejaban ver. Esperanza Aguirre junto a su valido, Ignacio González, con pulsera de la bandera española en la muñeca izquierda, sonríe a Aznar a la vez que consultaba la agenda del día en el móvil. Lucía Figar, consejera de Educación de la Comunidad de Madrid y mujer de Carlos Aragonés, interroga sin descanso a Martínez Pujalte sin importarle demasiado que el presidente honorífico del PP esté en plena epopeya de sus éxitos pasados. Escuchar, escuchar, no parece hacerlo nadie, excepto Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz sustituta en el Congreso de los Diputados. La diputada novel quería pasar desapercibida y por eso en lugar de ocupar un lugar en la primera fila ha preferido sentarse entre los asistentes. Claro que la devoción con que seguía al ex líder resultaba imposible de ocultar.

Cristobal Montoro, José Folgado, José Barea, o Juan Velarde, economistas populares, aguantaban el repaso a los indicadores y las relaciones causa-efecto que se establecían entre ellos, impertérritos. ¿Comparte la visión de Fidalgo?, pregunto a Montoro. "Estaría bueno que yo coincidiera con Comisiones Obreras", sostiene como si fuera parte del guión previsto.

Aznar, tras las fotos de rigor con varias señoras de la tercera edad, sale a la calle y camina desde el comienzo de la calle Velázquez hasta su confluencia con María de Molina, en dónde se ubica la sede de FAES. Durante los 20 minutos que dura el trayecto, seguido por cinco miembros de seguridad y tres coches, nadie le dirige la palabra y sólo unos pocos viandantes del barrio de Salamanca se vuelven a mirarle por curiosidad. La realidad se impone. Sólo a los medios de comunicación y a los adversarios de Rajoy les interesa lo que opine el ex presidente.