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Estamos tontos ¿o qué?

  • O de cómo el existencialismo hedonista es fundamental
Por GLOTONIOS
Actualizado 14-05-2008 10:25 CET

Por si no lo sabéis, los Glotonios vivimos en la frontera entre los estados de España y Francia. No lo decimos gratuitamente, pues es una cuestión central en nuestras vidas pasar dos o tres veces al día por límites que hemos conocido cerrados a cal y canto en nuestra infancia. El río Bidasoa nos separa, el mismo río que alimentó a Baroja y a un montón de pintores de por aquí, y a Unamuno, y a Loti, y.... El asunto es que esa frontera ya extinta, está siempre trufada de policías multicolores que vete a saber tú a qué país, autonomía o regimiento pertenecen. Es un lío. Tenemos una densidad policial que ni Tijuana. Una vez hice el cálculo de polis por mil habitantes, pero la cifra se me ha olvidado. Recuerdo que era una pasada.

Hace un par de meses, un viernes por la noche, crucé el río de Norte a Sur, apenas 3 kilómetros en total, para ir a tomar un trago con el glotonio gemelo y otros amigos en el Banako. No salgo mucho por las noches, pero mi equilibrio psicológico tiene sus propias exigencias. Considero que salir con los amigos de charleta y jarana una vez por semana, además de no ser delito, es aconsejable. Cayeron un par de copas de Drambuie y más de media docena de cervezas a lo largo de las 5 horas que estuvimos juntos hablando de aquello que nos vino en gana, reforzando así nuestra amistad y nuestras ganas de vivir.

La cuestión es que, a la vuelta de Sur a Norte, me pararon en un control de alcoholemia, me hicieron soplar y, como si hubiesen descubierto las fuentes del Nilo, dijeron: "Usted ha bebido".

"!Anda coño!", —pensé (sólo pensé)—, "Pues sí que son listos estos chavales". Y luego dije ( en voz alta): "Por supuesto que he bebido. ¿A qué creen ustedes que he salido un viernes por la noche con mis amigos?".

El chiste me salió un poco carillo, pero no en el sentido que todos podéis entender —pasta, puntos, grúa y todo eso, que, también—, sino porque cuando saqué el carné de conducir del bolsillo, más chulo que Dios, resulta que llevaba un año caducado en mi cartera, y yo sin enterarme

Una vez acomodados en el interior de la furgoneta, uno de los polis hizo ademán de rasgarlo por la mitad y yo supliqué —sí, supliqué a la policía, ¿qué pasa?—: "Señor poli, no me rompa el carné, que no tengo otro". Y luego vino un tal Franz, un poli mucho más flaco y de mirada perdida, que debía ser oriundo de Praga, y me contó lo que me esperaba: "Mire usted, su auto tiene la matrícula francesa; estamos en España, pero usted está domiciliado en Francia; tiene carné de conducir español cuando no puede usted tenerlo...", etc., etc.. Y vi el pifostio que se me venía encima. Vaya que si lo vi. Pero no me preocupé mucho, pues hacía un frío del carajo, eran las tres de la madrugada y mi objetivo más urgente era escapar de aquella situación cinematográfica e inhumana.

Me imaginé que en esta Europa Unida, lo mío era un asunto de coser y cantar, que, nada más llegar a casa, arreglaría por internet el entuerto. Y un huevo.

El lunes, fui a hacer los trámites a Irún, pero no me los quisieron hacer porque estaba empadronado en Francia, y me correspondía carné francés. El martes fui a hacerlos a Baiona, pero tampoco me los hacían porque mi carné de conducir español había caducado... Kafka chiquito, os lo juro, aunque ahora me reserve el final de esta historia para otra ocasión, pues su relato me está desviando demasiado de lo que quería aquí contar.

En resumidas cuentas: por los pasillos policiales grité en francés o español, según el lugar en el que me encontrara —pues si grito en euskera me encarcelan, seguro—: ¡Viva Europa, Vive L'Europe!", y hasta los bedeles me miraban como diciendo "Qué pena de hombre. Y no es tan mayor. No hay peor cosa que perder la razón. Qué desgracia para su familia y allegados".

Y es a lo que iba: a hablar de perder la razón. He visto en soitu.es, una noticia que me pone los pelos de punta.

Por lo visto, en el estado francés van a poner por ley alcoholímetros en los bares y locales que cierran más tarde que las dos de la madrugaba.

Estamos echados a perder, nuestra civilización da asco. ¿Qué diantres puedes hacer en un bar a esas horas si no es beber y cantar o intentar ligar con la más hermosa? Para hacer macramé o aerobic existen cursillos a media tarde, y para el ganchillo, no hay nada mejor que la compañía de tu abuela (para quien tenga la dicha de conservarla). A un bar se va a beber, como a la iglesia a rezar. Eso lo sabe cualquier pájaro, por bobo que sea. No hacen falta aparatitos medidores. En todo caso, taxis y microbuses baratos en las puertas.

Pero sí, efectivamente, nos estamos echando a perder. Lo empecé a notar cuando comenzamos a celebrar más la Noche de Halloween que la Noche de San Juan. Somos tontos de Capirote y, por lo que se ve, sin ningún remedio.

No obstante, como en Glotonia nos dedicamos a la literatura gastronómica, y no al análisis sociológico, hemos de justificar este tipo de entradas de alguna manera. Por ello (y por muchas cosas más), me viene a la mente el restaurante Arzak de Donostia. Un lugar ejemplar en este sentido. Lo cuento:

Volví a comer allí hace unos días, y se superó lo que hace unos meses escribimos al respecto. Es cierto, la clientela es burguesa y ricachona en su mayoría, pues hay que gastar una pasta para comer en ese lugar, pero la gente se lo pasa pipa y se come como Dios. Se nota en la jarana, en los decibelios de las conversaciones de las mesas que, lejos del susurro leve y cursi de otras catedrales ridículas, aquí vienen a confirmar lo que Juan Mari siempre dice: "Ni tres estrellas ni leches, esto es una casa de comidas".

Quizá se lo permite porque es el Rey, pero en su casa de comidas puedes encender un puro, un cigarrillo o lo que quieras. Puedes pedir una y mil copas o doscientas botellas del vino que te plazca. Supongo que, si te pones a cantar, el propio Juan Mari te hace dúo. Y si la señora finolis de la mesa de al lado se queja, enseguida sale el maestro en tu defensa: "Oiga señora, que esto no es un hospital. Aquí se viene a pasarlo en grande, que de eso se trata la vida".

Pues eso. Que estando tan claras las cosas, y a pesar de conocer magníficos ejemplos, avanzamos siempre en dirección contraria.

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