Londres.- David Abulafia, profesor de Historia Mediterránea de Cambridge, lleva a cabo en un libro de nueva publicación un interesante y documentado análisis de los primeros contactos entre los habitantes de la Península Ibérica y las islas Canarias, primero, y más tarde, el Nuevo Mundo.
El cráneo de un guanche, antiguos pobladores de las Islas Canarias, expuesto en una vitrina del Museo de la Naturaleza y el Hombre de Tenerife.
Titulada "The Discovery of Mankind: Atlantic Encounters in the Age of Columbus" (El Descubrimiento de la Humanidad: Encuentros Atlánticos en la Era de Colón" (Yale University Press), la obra, de 380 páginas, combina la erudición con la amenidad narrativa, que hace fascinante su lectura.
Preguntado por el gran espacio que dedica a las Canarias, el autor señala a EFE que antes de la llegada de Colón a América, "marineros ibéricos e italianos, comerciantes y misioneros habían tenido alguna experiencia de encuentros con pueblos que vivían en lo que podríamos llamar la edad de piedra".
"Eran los habitantes de las Canarias, como los guanches de Tenerife, y no es pues sorprendente -explica- que su reacción a los habitantes de esas islas moldease su forma de ver a los pueblos de las Bahamas y del Caribe".
"Una de las primeras observaciones que hizo Colón sobre los taínos de San Salvador -dice Abulafia- era que "ninguno es oscuro, sino más bien del color de los isleños de las Canarias, y no sería de esperar otra cosa, pues esta isla está en la misma latitud que la de El Hierro".
Y en algunos de los primeros informes sobre el Nuevo Mundo hay referencias a las islas al otro lado del Atlántico como las "Nuevas Canarias".
"Me interesaba ver cuál fue la reacción de los europeos ante esas gentes aisladas, desnudas y paganas que habitaban las Canarias, gentes a las que fueron conociendo gradualmente a partir de 1341 gracias a las expediciones desde Portugal, Mallorca, Castilla e incluso Normandía".
"Los exploradores y conquistadores a veces destacaban el valor y los valores nobles y caballerescos de los canarios, pero al mismo tiempo ponían en tela de juicio su condición de humanos al preguntarse por qué Dios les había dejado en la ignorancia de la fe cristiana".
En su libro, Abulafia señala la visión positiva que el escritor italiano Giovanni Boccaccio (1315-1375) ofrece en su ensayo "De Canaria" de aquellos isleños, a los que no conocía directamente, y que parecen evocar una idílica sociedad pastoril, prefigurando al buen salvaje de Jean-Jacques Rousseau.
Esa visión contrasta con la mucho más pesimista de su amigo, el poeta renacentista Francesco Petrarca (1304-1374), que en su ensayo "Sobre la Vida Solitaria", compara a los canarios con las bestias de sus rebaños.
"Hay dos corrientes de pensamiento muy distintas sobre los nativos: una destaca su bestialidad, la otra los idealiza, primero en las Canarias y luego en el Nuevo Mundo", explica el autor.
"La desnudez podía interpretarse bien como inocencia, la misma de Adán y Eva antes de su caída, bien como signo de vicio y lujuria. Las descripciones de canibalismo parecían confirmar lo que podía leerse en las obras antiguas y medievales de geografía como en el Libro de Viajes de Marco Polo", dice Abulafia.
El más conocido conflicto entre ambas visiones tuvo como protagonistas a los religiosos Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda "cuando debatieron los derechos de los indígenas en presencia del monarca español".
Abulafia no niega las consecuencias de la conquista - desaparición de pueblos enteros como los taínos o los guanches-, y admite que la codicia tuvo un papel importante en la conquista de los pueblos de América, pero fue "mitigada por creencias religiosas medievales sobre la necesidad de encontrar dinero para combatir al turco y recuperar Jerusalén".
"Los conquistadores estaban influidos hasta cierto punto por el lenguaje de las cruzadas y los sueños de misiones a gentes paganas".
Sobre la reacción de los conquistados, el historiador explica que los pueblos del Caribe y las Canarias no dejaron nada escrito aunque cien años después de la conquista de Tenerife, el monje Alonso de Espinosa, un discípulo de Las Casas, entrevistó a algunos supervivientes de la población guanche, entonces en trance de desaparecer.
Aun más notable -dice- fue el monje catalán Ramó Pané, enviado por Colón para que aprendiera el lenguaje y las creencias de los habitantes de Hispaniola, que dejó una breve memoria de lo que le contaron y de sus propias observaciones en la que describió sus mitos y ritos y extrañas historias sobre la creación de la mujer.
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