MADRID.- No hay riesgos pequeños; que se lo digan a los nanotecnólogos. Últimamente, una serie de noticias ha empañado las doradas perspectivas de las tecnologías liliputienses. Según alertan los investigadores, las nanotecnologías, el orgulloso mascarón de proa de la revolución científico-técnica del siglo XXI, también pueden ser muy contaminantes. La buena noticia es que se han dado cuenta de ello antes de que los laboratorios inunden el mundo de mini-aparatos, mini-robots y demás mini-parafernalia.
Nanotubos de carbono.
La nanotecnología comprende todas aquellas aplicaciones que explotan las cualidades de los materiales cuyas partículas miden millonésimas de milímetro. Su abanico de usos potenciales se perfila casi infinito, y va desde las nanoesferas que se espera que revolucionen los medicamentos a los nanotubos de carbono destinados a la industria electrónica (de hecho, ya se encuentran incorporadas en cientos de productos, es el caso, por ejemplo, de prendas que no se ensucian o de microchips).
Dichos nanotubos de carbono son diez mil veces más finos que un cabello humano, pero superan en fortaleza al acero y en resistencia al diamante. Por si fuera poco, conducen mejor el calor y la electricidad que los cables de cobre y los chips de silicio utilizados hasta ahora. El secreto de tan formidables cualidades radica en que, a niveles infinitesimales, la conducta de las moléculas individuales trastoca el comportamiento de los materiales.
Así las cosas, la nanotecnología disfrutó durante varios años de una aureola inmaculada. Pero, poco a poco, y sin dejarse intoxicar por el entusiasmo suscitado por estos "materiales maravillosos" algunos investigadores los observaron detenidamente y encontraron indicios de toxicidad e impacto sanitario y ambiental. ¿Qué daño pueden causar sustancias tan minúsculas, cabría preguntarse? Pues bastante, si consideramos que ciertos materiales se vuelven mucho más reactivos en una nanoforma. Las nanopartículas de oro –un metal por lo habitual inocuo– pueden ser potencialmente dañinas si se unen al ADN. Como de costumbre, los inventores se encandilaron con los dones de las nanocosas, y no prestaron atención a sus efectos secundarios.
Las nanopartículas son capaces de colarse en el cerebro, los pulmones y otros órganos, desconociéndose sus consecuencias. Algunas pruebas han demostrado su toxicidad en plantas y otros organismos. La compañía química Du Pont decidió no comercializar un nano-hierro concebido para limpiar cañerías de agua contaminadas, debido a los riesgos ligados a sus componentes. Por otra parte, los procesos productivos todavía dejan mucho que desear, observándose variaciones en los materiales producidos, e impurezas difíciles de detectar y extraer. Una afirmación reforzada por un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT), en el que, tras analizar diez tipos de nanotubos de carbono en el mercado, se descubrió que en su fabricación se emiten al menos quince compuestos químicos nocivos para la salud, aparte de carbono.
Varios expertos han instado a la industria a adoptar una actitud proactiva, antes de que obstáculos imprevistos frenen el avance de la nanotecnología. "El empleo indiscriminado de agentes químicos poco conocidos es la causa de costos sanitarios y ambientales", advierte Desirée Plata, la autora principal del citado trabajo del MIT, y añade: "queremos trabajar proactivamente con la industria de los nanotubos de carbono para evitar repetir los errores ambientales del pasado".
Esto se llama ponerse la venda antes de la herida; y no lo digo irónicamente. El avance de la tecnología moderna se caracterizó por un enfoque demasiado centrado en los efectos positivos de la innovación y un desprecio temerario por sus consecuencias no esperadas. El espíritu preventivo que ha calado en algunos nanotecnólogos denota un cambio de filosofía, que ojalá se trasmita al resto de los laboratorios. Ya era hora.
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