El rodaje del cualquier película es siempre una aventura. Que si toca en exteriores y llega una tormenta inesperada; que si la actriz principal toma una coca-cola con un hielo de más y se queda afónica por una semana; o el presupuesto no se había hecho en condiciones y a mitad de rodaje hay que parar por falta de recursos y continuar después de los créditos e hipotecas pertinentes. Pero de ahí a tener que rodar con una AK47 en la mano, sufrir secuestros y ataques y estar en peligro de muerte todo el equipo hay un abismo. Eso era rodar en Bagdad en 2004, cuando Mohamed Al-Daradji filmó 'Sueños' ('Ahlaam'). Y hoy sería igual, pero esto no le quita las ganas de hacer cine en su país a este director de 30 años, que ha hecho la primera película sobre la situación tras la ocupación estadounidense y la caída de Saddam con un punto de vista iraquí.
Trailer de 'Sueños'
Hoy se cumplen cinco años de la invasión militar estadounidense que dio al traste con el régimen de Saddam e hizo que la situación en Irak pasase de una dictadura genocida, según Estados Unidos, a una guerra civil latente mal gestionada por una ocupación extranjera. Hemos visto imágenes, hemos leído, hemos escuchado cientos de veces cómo se sucedían en la capital iraquí los asesinatos, los bombardeos, las emboscadas, las inmolaciones. Pero esas atrocidades han pasado de impactarnos a ser el pan nuestro de cada día, sin atender siquiera al aspecto humano de las mismas. Muchas veces, sobre todo durante la guerra, esas informaciones llegaron sesgadas, aplicándose a números y no a personas. ¿Cuánto de real hay en lo que cuentan los informativos y cuánto de verdad en una película humana y dura, con personajes ficticios que quizá no lo sean tanto, con nombres y apellidos, con realismo?
La película tiene dos historias, dos historias de verdad, que hablan de la situación en Irak en un momento de conflicto, 2004, en el que vivir en Bagdad era una incógnita cada día por no saber si ibas a llegar con vida a la noche y si ibas a superar ésta.
Su origen es un acontecimiento real. Su influencia podría ser cualquier historia de los iraquíes que sufren las consecuencias de un sinsentido constante de violencia y dolor. Su fundamento es hablar de los sueños, de aquellos que sienten unas personas que no por vivir en un país como Irak dejan de serlo.
La noche en la que las fuerzas estadounidenses comienzan su campaña denominada 'Conmoción y pavor', preparándose para la invasión final y mientras las bombas caen silenciosamente desde el cielo, un hospital psiquiátrico se queda sin electricidad. Dos pacientes del mismo caminan por sus pasillos angustiados y atónitos, mientras un joven doctor intenta apaciguar a los internos. Pasado y presente de tres vidas iraquíes enredadas en el caos por el régimen de Saddam y de la campaña bélica americana. Mientras el ataque acontece, el personaje principal, una mujer, Ahlaam, que fue ingresada por haber sido testigo del violento arresto de su novio (un activista opositor). Ella es una estudiante de inglés y él un intelectual. También, la historia del soldado Ali, que pierde a su primo durante los primeros ataques de Estados Unidos. Y el recién titulado médico Mehdi. Los tres, tras la destrucción del hospital, deambularán indefensos en medio del horror de una ciudad como Bagdad.
Mohamed decidió contar esta historia a partir del asesinato de un primo que era activista político. «Cuando vi un reportaje en televisión sobre aquel psiquiátrico, viajé a Bagdad y me quedé dos meses ayudando a los enfermos. Las historias que cuenta el film están inspiradas en las personas que conocí entonces», dice el joven director.
Mohamed Al-Daradji en Madrid
Una historia que también narra en sí misma la situación y los conflictos a los que son sometidos las personas y, en consecuencia, cualquiera que quiera hacer cine en un país como Irak. Un país y una ciudad en que Mohamed rodó con una vieja cámara en una mano y una AK47 en la otra. Eso en sí lo dice todo, pero las otras cosas que ocurrieron merecen ser contadas. Las palabras del propio cineasta no necesitan mayor explicación: «Nos secuestraron dos veces. Un grupo cercano a Al-Qaeda nos asaltó y nos llevó al Tigris para matarnos porque nos acusaban de hacer propaganda para los americanos. Cuando habían disparado en la pierna al jefe de sonido, unas alarmas hicieron huir a los asaltantes». Pero eso no es todo. Cuando estaban denunciando el asalto en comisaría, una milicia, cercana a la policía, les detuvo y les torturó durante una noche antes de entregarles a las fuerzas estadounidenses. Pasaron siete días terribles detenidos en una prisión controlada por los soldados de Estados Unidos. Fueron liberados gracias a la intervención de la embajada holandesa ya que el realizador tiene la doble nacionalidad. Eran 30 personas, sin apenas medios, que en un caos de secuestros, muertes y violencia, se jugaban la vida cada vez que ponían el pie en la calle.
Eran como los antihéroes, como el Chaplin o el Keaton al que golpean por todos lados y desde todos los frentes, pero en versión dramática, como los propios personajes de su película expuestos a un peligro constante. Además, a ello hay que unir un equipo novel y sin experiencia, actores no profesionales, la prohibición de rodar en 35 milímetros por ser considerada «un arma química» o las escasas tres horas de electricidad al día que obligaron a rodar, en algunos momentos, entre los faros de dos coches.
«Cuatro años después, la situación está un poco mejor», comenta Mohamed, pero sólo desde el aeropuerto a su casa tiene que pasar 25 controles. Lo que sí es difícil en Irak, aparte de rodar, es ir a ver una película: «En un país con 28 millones de habitantes sólo existen 18 cines construidos en los años 30, de los cuales sólo funcionan cuatro y con dvd». Su película, dice, no es un film político, sino un grito al optimismo, a los «sueños, pensamientos y vida de un grupo de personas que esperan un futuro para Bagdad». Por eso, el último plano de la película, retrata una ciudad sin los humos de una explosión, un canto a la esperanza.
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