La niña del exorcista (el retorno)

¡Se acabó lo que se daba! Venga, vamos a votar y acabemos con esto de una vez por todas. Pasemos página y olvidemos cuanto antes estas elecciones, esta campaña lamentable, estos debates patéticos, estos políticos mediocres. Y olvidemos a Campo Vidal, niño en el bautizo y novia en la boda, recibiendo a los invitados de Olga Viza. Recuperemos el pulso vital, no nos dejemos arrastrar por unos medios de comunicación que nos quieren a su merced: más ignorantes, más radicalizados, más enfrentados, más políticos. Volvamos al cine, a leer, a escuchar música, a cenar con los amigos. Y soñemos con esos países del norte de Europa en los que la gente de la calle desconoce el nombre de sus ministros… No tienen motivo para hacerlo: todo funciona bien.

JUAN MEDINA (REUTERS)

Zapatero y Rajoy, detrás de la periodista Olga Viza

Zapatero y Rajoy son de esa clase de tipos grises, nada brillantes, que piensan que con una segunda oportunidad podrán sacar algo de lustre a sus ideas. Imposible. No hay ideas que lustrar. El segundo debate fue una copia del primero. Una mala copia, puesto que carecía del factor sorpresa, de la novedad. El resto estuvo clavado: el mismo escenario, los mismos actores, las mismas reglas de juego, los mismos mensajes repetidos palabra por palabra... ¿Necesitamos un segundo debate con los mismos temas, con el mismo formato, sin periodistas? No. Bastaba con haber visto los monólogos finales, resumen de todas las limitaciones de estos dos políticos de serie B.

Zapatero teatralizó de forma patética su traca final, alargando como un Jim Carrey de Valladolid la sonrisa intermedia de «buenas noches y... buena suerte» hasta la caricatura. Y Rajoy, pobre, repitió su peor chiste como despedida. El gallego, que tenía potestad de su partido para exorcizar al maligno utilizando todos sus recursos, resultó que no tenía recursos, y que su mejor carta era la niña del debate anterior. La niña del exorcista, el retorno. Las patéticas segundas partes...

No hacía falta llegar tan lejos. A los dos minutos, cuando Rajoy pronunció casi seguidas las palabras «niño», «apretar» y «cinturón», el cara a cara estaba muerto. A los 20, cuando llamó «mentiroso» a Zapatero, estaba enterrado. Cuesta trabajo entender el arranque de Rajoy. Con los sondeos en contra, y Aznar en la chepa, el aspirante se jugaba su futuro en un par de horas. Pero no dio sensación de querer ganar, y sí de rendirse a un Zapatero mucho más entonado. Rajoy transmitía muy malas vibraciones: parecía que estaba deseando terminar con esto, hacer las maletas y dejar de sentir el aliento de Esperanza, Acebes y Aznar en el cogote. El descanso le vino de perlas. Salió más agresivo, y llegó a acorralar a Zapatero con un discurso basado en desacreditarle: «usted miente porque usted miente siempre». Zapatero se amilanó y acabó pidiendo el tiempo.

¿Lo mejor? Otros quince años sin Campo Vidal. Y ahora, a votar. «¿Cuándo fue la última vez que usted votó a favor de algo?», se preguntaba con enorme lucidez Gregorio Morán en una columna de La Vanguardia titulada «El derecho político al desprecio». Lo que quería decir Morán es que las dos alternativas principales son tan espantosas, sus líderes tan mediocres, que nos vemos obligados a votar a la contra. Que no votamos por una propuesta de futuro, sino para golpear el culo de unos u otros. Yo estoy de acuerdo, y sé que es triste actuar así… pero ya me he calzado las botas de cowboy y tengo el trasero que voy a patear en el punto de mira.