"Es un caballo salvaje. Nadie puede retenerle. Quiere vivir en libertad"

Javier se crió en una extraña familia. Tenía un abuelo llamado Rafael y una abuela a quien sus padres habían puesto Matilde. Concretamente Matilde Muñoz Sampedro. Formaban parte de una especie extraña, esa raza dedicada a suplantar personalidades, a meterse en la piel de personajes imaginarios. Eran actores. O, como se decía en aquella época, cómicos. ¡Qué familia más peculiar! Sobre todo porque uno de los hijos del matrimonio de intérpretes, Juan Antonio, se hizo director de cine. Y otra hija, Pilar, se convirtió también en actriz.

Adrián Sánchez-González (EFE)

El niño Javier hoy se puede llamar Oscar

Javier, el menor de sus hermanos, creció en medio de esa energía que despliegan los actores. Alimentándose de ella, de cada uno de los miembros de su familia acumuló tanta energía que casi se la quitó a sus hermanos mayores. Su madre viajaba de un sitio para otro entre función y función. Al principio, no mostraba especial interés por convertirse en actor. Prefería otras modalidades artísticas. Lo intentó con la pintura, pero pronto decidió que aquello no era lo suyo. Pero ya adolescente rebosaba adrenalina. Necesitaba soltarla. Y su opción fue el deporte: llegó a formar parte de la selección española de rugby con 16 años y tuvo un acercamiento al boxeo. Ambos deportes le dieron una especie de aire callejero, canalla, de barrio, un saber moverse en situaciones adversas.

Pero su energía tenía que ser canalizada y qué mejor forma que hacerlo entre bastidores. Muy cerca de las cámaras de cine. Había debutado de pequeño en la televisión en una serie llamada 'El Pícaro' dirigida por un tal Fernando Fernán Gómez. Javier poseía un bagaje personal amplio. Había crecido mamando la profesión. No necesitaba profesores. Tenía a su padre, a su tío, a sus abuelos y a sus hermanos. Y lo tuvo claro: quería ser actor, cómico. Sufría un handicap. Corría el riesgo de ser considerado 'hijo de' o 'sobrino de' y, además, un desconocido le rompió la nariz en una discoteca después de preguntarle su nombre.

Y entonces conoció a un director llamado Bigas Luna, con quien rodó cuatro películas. Una breve aparición en 'Las Edades de Lulú' y un papel protagonista en la trilogía ibérica del director. Se dio a conocer al gran público en 'Jamón, Jamón'. Se convirtió en una bestia hispánica, en un animal, en un macho español. Pero una bestia que aún poseía ese niño Javier en su interior, una persona con energía y ganas de seguir aprendiendo. De esta manera, se convirtió en una esponja y siguió asimilando conocimientos. Era actor y humano a la vez.

Javier volaba libre, amaba la libertad, la suya y la de los demás. Según Mariano Barroso, director de cine, "Javier es un caballo salvaje. Nadie puede retenerle. Quiere vivir, actuar, hablar y pensar en libertad". Y por eso decidió luchar. No encasillarse. Vivir la vida plenamente. Y para él, una de las formas de hacerlo es trabajando.

"Es el actor más currante con el que he trabajado" ha dicho de él Barroso: "Es un obsesivo de su profesión, del método, disciplinado". Y eso demostraba que la libertad y la disciplina muchas veces van de la mano. Javier, el niño-animal metódico y libre seguía acumulando energía. Y la utilizó para conseguir la capacidad de transformarse físicamente. Se convirtió en un camaleón. Imanol Uribe, otro de sus directores, asegura: "En dos meses preparó el papel de 'Días contados' y cuando le volví a ver era un auténtico yonqui". Ya no era un chulo boxeador. Era un auténtico camaleón, contenía una especie de pulsión que le hacía desplegar una gran energía. Para interpretar a Reinaldo Arenas en 'Antes que anochezca' perdió 16 kilos.

Javier, de psicópata justiciero.

Y Javier se fue haciendo cada vez más y más famoso. Pero la fama no cambió su vida, aseguran. "Cada vez que me lo he encontrado en algún acto he visto que era como yo lo había conocido". Seguía siendo un tipo divertido, ocurrente, ingenioso a quien la fama le desbordaba. No le gustaba la intromisión en su vida, que no hubiera límites, la falta de respeto.

Barroso asegura que "era todo fuerza y brutalidad, energía animal y luego, por dentro, sensible como un niño". Esa dualidad era la que le convertía en una persona especial. Especial, pero humana, con ilusiones, con sueños. Uno de esos sueños consistía en conocer a los Rolling Stones. Y lo cumplió. Porque no hay otra cosa como cumplir los sueños. "Me contaba entusiasmado cómo después de un concierto de los Stones se fue con ellos de copas", asegura Barroso.

Admiraba a Al Pacino, su actor fetiche, su inspiración y, mira por donde, lo comenzaron a comparar con Robet de Niro, por su capacidad camaleónica, por sus transformaciones físicas. Pacino y De Niro se manifestaron como actores de familia, de la familia de 'El Padrino' concretamente. Y Javier era otro intérprete de familia, de familia de cine.

Pero Javier no se trataba sólo de interpretación, necesitaba canalizar su energía en todos los sentidos, se marcaba un compromiso social. En sus cenas con amigos sus temas de conversación preferidos, aparte del cine, eran las mujeres y la política. De sus mujeres no quiso nunca dar detalle al público. Por su implicación social y política fue mostrándose en manifestaciones y dijo "no" a la guerra. Sentía que su compromiso estaba también en los papeles que interpretaba. Y Javier conoció el trabajo de Médicos sin Fronteras. Vio que utilizando sus contactos y su energía podía ayudarles. Fruto de ellos nació el documental 'Invisibles'. Quiso ayudar a los que no podían ser vistos con su visibilidad.

Camaleón-animal-niño-sensible-visible es Javier Bardem. Y hoy le han entregado un Oscar. Ya no es 'hijo de' ni 'sobrino de', sino el actor español más reconocido de la historia. Y Pilar Bardem es la madre de Javier. Y esta estatuilla es un reconocimiento a toda una familia.