En un país como el nuestro en el que la esperanza de vida se sitúa entorno a los ochenta años, cumplir los cuarenta supone iniciar la segunda parte de la vida. La década que va desde los cuarenta a los cincuenta representa la edad intermedia, el paso de la juventud a la madurez. Los cambios de etapa en el ciclo vital suelen ser propicios a las crisis. La adolescencia es la etapa crítica por excelencia, pero no es la única.
El Príncipe Felipe en Calviá (Mallorca), a bordo del "Aifos" durante la primera jornada de la XII edición de la Regata Breitling (julio de 2006).
No se entra en una crisis de un día para otro, pero los humanos contamos de diez en diez y al iniciar una nueva década solemos hacer balance. Entre los cuarenta y los cincuenta nos enfrentamos por lo general a nuevas circunstancias que ponen a prueba nuestra capacidad de adaptación. Hubo una época en la que soñábamos con un futuro, ahora, en los cuarenta, nos toca renunciar a los sueños omnipotentes del pasado y asumir el resultado que, por lo general, no es tan satisfactorio como se soñó.
Los hijos crecen, van entrando en la pubertad y actúan como una especie de espejo en negativo en el que vemos nuestras primeras canas y arrugas incipientes. Hay además otro espejo en el que nos miramos, un espejo opuesto al anterior pero que nos lleva al mismo lugar, es el espejo de nuestros padres. Que de pronto se hicieron mayores. Es en esta década donde comenzamos a apreciar la aceleración del tiempo y los años se hacen más veloces. Intuimos que el transcurrir del tiempo es un movimiento uniformemente acelerado, como describía el poeta: Y se me pasa la vida, / ganando velocidad / como piedra en su caída.
La relación de pareja, siempre difícil, no suele pasar por su mejor momento. Hay razones de todo tipo, incluidas las hormonales, pero lo cierto es que la pasión decrece y ya no hay tanta frescura en la piel. Los hombres lo suelen encajar peor y algunos sufren una transformación súbita que alarma a los que le rodean: se atiborran de gimnasio, cambian de estilo en el vestir, se compran un potente deportivo y… huyen hacia adelante en un desesperado intento por no perder la juventud. Sienten que tienen que vivir su vida, como si no fuera suya la vivida hasta entonces. Quieren comenzar de nuevo y las separaciones son frecuentes. «Sólo se vive una vez» parece ser el lema y se proponen vivir lo no vivido o volver a vivir lo vivido intensamente.
Las crisis son dolorosas y son también una ocasión para el crecimiento. Pero si no son superadas se produce una detención del proceso madurativo. En el caso que nos ocupa, la persona queda anclada en una anacrónica juventud y al igual que existe el síndrome de Peter Pan, en el que el niño o la niña temen crecer y se aferran a la niñez, existiría también uno que podríamos llamar de Fausto porque la fobia ahora es a perder la juventud.
Cada cosa a su tiempo y como decía aquel torero tan sentencioso, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. No podemos permanecer siempre jóvenes y la juventud no tiene por qué ser necesariamente la mejor edad de nuestra vida. El que cualquier tiempo pasado parezca mejor es un engaño producto de un mecanismo psíquico por el que olvidamos más las cosas negativas y nos acordarnos más de las positivas. La mejor edad es la que cada uno tiene cuando vive acorde con ella y con sus limitaciones. Cada edad tiene las suyas: cuando eres joven, suelen ser económicas y las derivadas de la falta de madurez; cuando eres mayor, las limitaciones suelen ser de salud y las derivadas de la falta de juventud. La edad intermedia también tiene las suyas derivadas del trabajo, las responsabilidades familiares y la falta de libertad.
Schopenhauer comparaba la vida con subir y bajar una montaña. Hasta los 40 asciendes, con toda la fuerza; a partir de ahí, queda la bajada, disfrutando del paisaje.
Todos, absolutamente todos, tenemos circunstancias que nos limitan y que resultan insalvables Es mejor asumirlas serenamente y aceptar la incompletud. La clave está pues NO en carecer de limitaciones, sino en asumir las inherentes a nuestra persona y a nuestra edad. Crecer es también aprender a renunciar. Se puede disfrutar de lo que se tiene y dejar de llorar por lo que no se tiene, por lo que se perdió o por lo que nunca se alcanzó. A los que andan en plena crisis de los cuarenta habría que aconsejarles que valoren lo que poseen, todo aquello que han conseguido con tanto esfuerzo, que no lo tiren por la borda, como si de un lastre se tratara, que no tomen decisiones precipitadas, que en época de tribulaciones no conviene hacer mudanzas.
Schopenhauer comparaba la vida con subir y bajar una montaña. En la primera parte, hasta los cuarenta, estaríamos subiendo la montaña. Hay fuerza, frescura, vigor, esperanza e ilusión por conquistar la cumbre; se mira hacia delante y no sentimos el vértigo del existir. A los cuarenta estamos arriba o en todo caso estamos en un lugar en el que no podemos seguir ascendiendo. Uno otea desde allí durante un tiempo, pero sabe que le toca bajar. El descenso es cuesta abajo y más que fuerza se precisa prudencia. Ante nuestra vista el paisaje ha cambiado y ya no vemos la cumbre, sino un valle. Yo, que acabo de cumplir cincuenta -o como dice una amiga argentina «sin cuenta»-, no sabría decir qué paisaje es más bello, pero el de bajada es más diverso, hay valles, praderas y ríos que van a la mar.
*El doctor Benito Peral es psiquiatra clínico y colaborador de soitu.es.
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Me dí cuenta que me estaba haciendo mayor cuando empece a ir a funerales. La vida son etapas que hay que pasarlas y superarlas de la mejor manera posible. +
Soitu.es se despide 22 meses después de iniciar su andadura en la Red. Con tristeza pero con mucha gratitud a todos vosotros.
Fuimos a EEUU a probar su tren. Aquí están las conclusiones. Mal, mal...
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A la 'excelencia general' entre los medios grandes en lengua no inglesa.
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