BARCELONA.- Parece lógico que quién más contamine más pague, y el nuevo impuesto de matriculación «verde» que se aplica desde el 1 de enero está basado en este supuesto. El problema llega cuando una de las tipologías de vehículos más afectadas es, al mismo tiempo, la única que puede dar el servicio que necesita una parte de la población.
Chrysler Grand Voyager
Los monovolúmenes están de moda, de eso no hay duda. Y son muchos los que al salir del ginecólogo tras la primera ecografía del que será su primer retoño, se meten en el primer concesionario que pillan a la caza de un coche amplio, espacioso, con maletero y lleno de guanteras, asientos correderos, cortinillas parasol y pantallas de DVD en el techo.
Con uno o dos niños en casa, comprar un monovolumen compacto –y no digamos ya grande- puede llegar a ser una elección caprichosa pero cuando los que se levantan por la mañana a toque de corneta son cuatro o cinco individuos menores de edad, la compra de un monovolumen grande de siete plazas es la elección, no ya lógica, sino la única posible, si no queremos dividir a la familia en más de un vehículo. No parece muy de recibo, por tanto, que esos coches sean penalizados con un impuesto que aumenta de manera notoria su precio de venta cuando son la única alternativa de transporte individual racional para muchas familias. Y menos si nos atendemos a la ratio entre persona transportada y CO2 emitido ya que los 190 gramos por kilómetro que emite un Peugeot 807 HDi, pongamos por caso, arroja una ratio de 27 gramos por persona cuando viaja lleno mientras que un ecológico Smart CDi, con sus emisiones récord de 88 gramos por kilómetro que le hacen merecedor de la exención del impuesto, implican que cada uno de sus dos ocupantes sean «responsables» de la emisión a la atmósfera de 44 gramos de CO2 por kilómetro.
La aplicación de los nuevos tipos impositivos basados en las emisiones de CO2 ha penalizado de manera notable el mercado de los grandes monovolúmenes, un segmento con unas ventas consolidadas en el mercado español de unas 30.000 unidades anuales. La mayoría de modelos diesel de este segmento –coches con motores de dos litros de entre 115 y 180 caballos- han pasado en el mejor de los casos del 7% de impuesto de matriculación que pagaban hasta ahora a tenor de su cilindrada al 9,75% aunque hay numerosas versiones –bastantes diesel, todas las de gasolina y buena parte de los automáticos independientemente del combustible utilizado- que han caído al tramo más caro, con un 14,75% que dobla el recargo precedente. Algunas de estas versiones pagaban hasta ahora un 12% pero los diesel automáticos venían del 7% con lo que el sobreprecio en algunos modelos ha sido de más de 2.500 euros. Coches que estaban entre los más vendidos del segmento como el Chrysler Voyager, el Kia Carnival o el Ssangyong Rodius pasan a tributar un 14,75% en todas sus versiones.
Y todo ello en una insólita tónica general que contempla una inédita rebaja del precio de muchos modelos de otros segmentos, como el de las berlinas tradicionales y el de los monovolúmenes compactos donde se da la circunstancia de que las versiones con motor de 2.000 c.c. de gasolina bajan de precio al pasar del 12 al 9,75% mientras que las dotadas de motores de 1,6 litros, menos contaminantes, se encarecen al pasar del 7% anterior a ese mismo 9,75%. Paradojas del nuevo impuesto.
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