Revisión de votos, ¿la única salida para Kenia?

Nueve días después de los comicios, Kenia sigue en tensa espera la resolución del conflicto electoral que ha desatado el peor estallido de violencia registrado en el país en las dos últimas décadas, con un saldo de más de 300 muertos y 70.000 refugiados.

El jueves volvieron a producirse choques en la capital, Nairobi, esta vez entre la Policía y los seguidores del candidato opositor Raila Odinga, líder del Movimiento Democrático Naranja. (ODM). Y en un gesto sin precedentes, el Fiscal General del país africano, Amos Wako, reclamó una investigación independiente del proceso electoral que ha llevado a la disputada reelección del Presidente Mwai Kibaki.

La petición del Fiscal está respaldada por amplios sectores de la población keniana, para quienes la única solución duradera a la crisis es una revisión del voto en los más de 27.000 colegios electorales del país. «Ese comprobación podría hacerse en 24 horas con ayuda de los observadores internacionales» señala en conversación telefónica desde Nairobi Koki Muli, directora ejecutiva del Instituto para la Educación y la Democracia (IED).

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Una mujer observa un mercado incendiado en el suburbio de Kibera, en Nairobi, Kenia.

«Creemos que ese es el único camino para salir de esta crisis», añade. «Porque, incluso si se creara un gabinete de coalición (como han propuesto Estados Unidos y la UE), los votantes nunca se quedarían tranquilos: un sector del electorado siempre pensaría que se le ha robado la victoria y el gobierno nunca tendría verdadera legitimidad». Muli coincide con la recomendación de los observadores de la UE, quienes diagnosticaron que las elecciones no fueron ni justas ni limpias.

Pero la cuestión es si el Presidente Kibaki, quien juró su cargo el domingo en un acto prematuro e inusualmente apresurado, tendrá la voluntad de abrir ese proceso para «salvar al país del abismo y restablecer la calma entre los ciudadanos«, como advierte The Nation, el principal diario de Kenia.

«Necesitamos una decisión que es más política que legal», indica Muli. «Y esperamos que el Presidente Kibaki anteponga los intereses del país a los suyos personales y permita una revisión transparente de los comicios. Es la única fórmula para evitar precedentes de impunidad y ofrecer un sistema de gobierno que todo el mundo pueda respetar».

Las presión internacional sobre los líderes políticos de Kenia, un país de gran interés económico y estratégico para Occidente, no se ha hecho esperar, y los analistas locales se muestran esperanzados en su eficacia. Javier Solana y Condoleezza Rice han apelado a la formación de un gobierno de coalición, mientras el ministro de Exteriores británico, David Milliband, ha pedido la reconciliación de los rivales tras admitir en una entrevista que «no sabemos quien ganó».

«Tanto Kibaki como Odinga están convencidos de que llevan razón y el tono de sus discursos es muy crispado. Eso está calentando mucho las emociones de la gente y es peligroso» dice Muli. «Tienen que aceptar que no solo gobiernan para sus seguidores sino para toda Kenia. Por eso deben reunirse, aunque solo sea para calmar el nivel de violencia. Pero sin persuasión externa, será difícil que alcancen un acuerdo».

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Un hombre huye con sus hijos después de que un grupo de exaltados comenzase a incendiar casas y comercios en el barrio marginal de Mathare en Nairobi.

La preocupación de Washington, Bruselas y Londres no es sorprendente. EEUU considera a Kenia aliado esencial en la guerra contra el terror; Londres tiene una alianza militar e intereses turítiscos en su antigua colonia, y a la UE le preocupa, tanto como a los anteriores, la estabilidad de un país que es sede regional de multinacionales, ONGs y Naciones Unidas, además de imán para inversionistas interesados en el continente africano. Nadie quiere otra guerra en Africa con tintes étnicos de imprevisible crudeza y consecuencias.

¿Conflicto étnico?

La virulencia de los ataques, en un país considerado hasta ahora un núcleo de estabilidad y prosperidad relativa en el marco del continente africano, ha tomado a todos por sorpresa. Los medios han hablado de limpieza étnica, guerra civil y conflicto tribal.

Los Kikuyu, el mayor grupo étnico de Kenia (22% de la población) y base electoral de Kibaki, suele ser acusado de dominar la política y los negocios en detrimento del resto. Odinga es de la tribu Luo, un grupo más pequeño (12% de la ciudadanía). Pero en Kenia hay más de 40 grupos étnicos y ambos rivales han recabado votos de todo el espectro tribal, aunque los jovenes involucrados en los actos de violencia tienden a ver la política a través del prisma étnico.

«La gente se enfrenta porque considera que ha habido fraude electoral; la etnicidad en este caso no es un factor clave», dice Muli. Pero sería ingenuo descartar el elemento étnico en unas elecciones africanas, aunque como subraya Muli, «los problemas suelen surgir por la deliberada manipulación que hacen los políticos de los sentimientos tribales, que son muy fuertes en la mayor parte del continente».

Estos han sido los comicios más competitivos que se recuerdan en Kenia desde que se instauró la democracia a principios de los noventa, pero otras convocatorias han estado marcadas por la violencia entre tribus. Las elecciones de 1992 produjeron unos 1.500 muertos en disturbios en la región de Rift Valley. Y cinco años después, otras 200 personas perdieron la vida en la segunda ciudad más importante del país, Mombasa.

La gran duda en la crisis actual es si los políticos perderán el control de sus seguidores y Kenia entrará en una espiral de agresiones. El otro escenario de violencia incontrolada podría producirse si Kibaki decide recurrir al Ejército para imponer su autoridad y reprimir el descontento. Hasta ahora, Kibaki se ha apoyado en unidades de policía paramilitar. Pero si la situación siguiera deteriorándose, y decidiera llamar al Ejército, podría producirse una polarización de los mitilares con imprevisibles resultados para el futuro del país.