Francia dice adiós a un concepto de vida: el tabaco en los cafés

Paseo por los Campos Elíseos. Una comida en la Coupole. Sólo para estómagos exclusivos y bolsillos acomodados. ¿Un puro? No puede ser. Una escalada al Montmartre. Breve sentada en la escalinata del Sacre Coeur. Descenso a la plaza de Pigalle, atestada de cafés. Y es la hora de un café au lait. ¿Un cigarrillo para acompañarlo? Tampoco es posible.

Jean Paul Belmondo fumando en 'Al final de la escapada'.

A partir de la medianoche del día 1 de enero, estará completamente prohibido fumar en cualquier lugar cerrado de Francia. Bueno, en teoría. Porque la ministra de Sanidad ha dado un plazo de 24 horas de 'vista gorda' para que los franceses que lo prefieran puedan decir adiós a 2007 y saludar el 2008 agotando sus últimas bocanadas de humo delante de un Bourdeaux, un Cointreau con coca-cola o una simple cerveza. Eso sí, a partir del miércoles, mano dura.

Francia se suma así a otros países europeos como Irlanda y ¿España? Mejor dicho, en España se puede fumar en casi cualquier local de menos de 100 metros cuadrados. En Francia, nada, ni eso. Varias regiones alemanas y todo Portugal siguen con el ejemplo también en este inicio de 2008. Pero lo que en otros países puede suponer para los fumadores un contratiempo sobrellevable con paciencia y buena educación, en nuestros vecinos franceses puede suponer un cataclismo: decir adiós a siglos de cultura tabaquera, especialmente en las tertulias, intelectuales o no, de los cafés de las ciudades francesas, mucho más si hablamos de su capital, París.

¿Qué se puede esperar en un país en el que un embajador francés llamado Jean Nicot recomendó a la reina Catalina de Médicis que esnifase tabaco para solucionar sus problemas de jaqueca? Y ésta desapareció. El tabaco se comenzó a extender por todo el país publicitado por sus propiedades 'curativas'. Por eso a la nicotina se le llama nicotina.

Nadie puede imaginarse la calle Campagne-Premiere, a principios del siglo XX llena de cabarets, una zona frecuentada por Man Ray, Modigliani, Picasso y Oregon, sin decenas de parisinos y forasteros leyendo el periódico, un libro de poemas o el cartel de una actuación sin un cigarro en la mano o en la boca. O un espectáculo en el Moulin Rouge observado por Toulouse-Lautrec desde su reservado. No, así no funciona. Tiene que haber cigarros, pipas o puros. Pero la salud prima y, según el Ministerio de Sanidad francés, son 5.000 las muertes que el tabaquismo pasivo causa al año en Francia.

Francia es sinónimo de cigarro. El perenne en los labios de Jean Paul Belmondo en la 'Al final de la escapada', de Jean Luc Godard, 1960. O en todas las películas de la Nouvelle Vague. ¿Qué pasara en la nueva era? La era de los cafés sin tabacos, de los locales con 'fumaderos'. Extraño concepto éste de fumaderos, lugares cerrados herméticamente a los que los clientes de los bares tendrán que desterrarse momentáneamente a echar una calada al aire. A partir de mañana, a fumar en casa. O en la calle.