Carnota (A Coruña) 18 nov (EFE).- Lloviendo a mares.- Carnota (A Coruña) 18 nov (EFE).- Lloviendo a mares, con un frío que pelaba y de la mano de su padres, miles de niños gallegos aprendieron a hacer frente a una catástrofe y, cinco años después, en la adolescencia, reconocen que mereció la pena rebelarse contra la indefensión del mar. Son la generación Prestige.
Lloviendo a mares, con un frío que pelaba y de la mano de su padres, miles de niños gallegos aprendieron a hacer frente a una catástrofe y, cinco años después, en la adolescencia, reconocen que mereció la pena rebelarse contra la indefensión del mar. Son la generación Prestige.
Contagiados por la efervescencia social que surgió en Galicia, alumnos de quinto curso de primaria de Carnota, algunos viendo entrar el chapapote en la playa desde las ventanas de sus casas, organizaron su primera protesta frente al Ayuntamiento, un acto infantil que les quedó grabada en la retina, con pancartas hechas por ellos mismos.
Ahora, aquellos niños estudian en el Instituto Lamas de Castelo, desde donde uno de ellos, Chindo, recuerda el motivo de su primera manifestación. "Todos sufríamos mucho y todo era un desconcierto", incluida la llegada a este pueblo pequeño y tranquilo de miles de voluntarios "que ayudaron muchísimo".
"Fui a toda cuanta manifestación había", ríe Antón, que recorrió con su familia las grandes protestas contra la gestión de la crisis, incluida "la de los paraguas", la más numerosa que se recordaba en Galicia, donde casi 200.000 personas gritaron "Nunca máis" bajo la lluvia en Santiago.
En la casa de Antón durmieron grupos de voluntarios, que llamaron la atención de Iria, muy inquieta en aquel momento al ver que el negro teñía las playas, máxime porque tiene tíos mariscadores y marineros en Lira, que "tuvieron que trabajar mucho para limpiar" el fuel.
La familia de otro de los compañeros de instituto, José, limpiaba las playas cuando salía de trabajar. El, que tenía 10 años, llegó a ayudar repartiendo botas y material para limpiar las playas. Cada uno hacía lo que podía en el colegio, como entregar en un bar un cormorán manchado para que lo recogiese una asociación ecologista.
"Fue algo muy trágico para mi familia", recuerda Hugo, porque su padre es empleado de la piscifactoría de Lira y tuvo que evitar que entrase el chapapote en la factoría.
La mayoría de ellos participaron en una u otra protesta, como una cadena humana en Muxía donde pintaron sus manos de blanco, o en la colocación de cruces en la playa de O Pindo.
Hugo, a quien la marea negra llegó "casi" a la puerta de su casa, cree que los políticos "no hicieron nada" y tiene ahora claro que aquello "fue una locura, un caos total".
A Mauro le llegó la marea negra "a la puerta de casa", ante la indignación de su abuela mariscadora, a la que afectaba mucho la catástrofe porque "siempre vivió del mar, tenía mucho cariño al mar y le parecía muy mal cómo lo estaban haciendo".
"Alucinabamos con lo que veíamos", señala Aitana, que dice que aquellos días su familia vivía pegada a radios y televisores, con un pueblo revolucionado que se volcaba en la atención a los voluntarios, hasta con ollas enteras de chocolate que la abuela de uno de ellos hizo para calentar a los que hacían frente a la marea negra con sus manos.
Jose, que tiene el buen recuerdo de la "mucha colaboración" de la gente en la limpieza de las playas, sonríe cuando recuerda que tenían 10 años cuando salieron a protestar y, a esa edad, "no se nos iba a hacer mucho caso".
Sin embargo, con cinco años más, considera que algo había que hacer. Estuvo bien protestar "por lo menos para hacerse notar, porque la playa es el medio de vida de mucha gente y había que decir que aquello nunca máis debería pasar".
Lejos de la zona más afectada por la crisis del petrolero, la misma generación vivió la huella del Prestige: "Papá, ¡soy un niño¡, ¿a mí qué me importa Fraga?', protestaba Andrés, en el ayuntamiento coruñés de Culleredo, cuando un fin de semana sí y otro también lo llevaban a manifestarse.
Aceptaba con resignación ir a las manifestaciones, "un rollo", ya que prefería quedarse en casa con sus videojuegos aquellos día de temporal. "Había mucha gente enfadada gritando", protesta Andrés, aunque da la razón a regañadientes a sus padres: "Está bien protestar contra el Gobierno, no me acuerdo cuál era entonces, si hay una injusticia".
Diferente percepción de aquellos días lluviosos tiene su hermana Paula, de 14 años, que se lo pasaba "bomba". Iba las protestas como a una fiesta, con un montón de niños en medio de globos, titiriteros, cabezudos y banderas de Nunca máis "que pegábamos en los coches y en las casas", recuerda, gamberra.
Eguski, de 16 años y de Oleiros (A Coruña) se acuerda del Prestige por una unas maletas que vio dejar en el puerto de A Coruña. Fue uno de los actos más multitidinarios, en que se fabricaron maletas de cartón para simbolizar la posibilidad de emigrar que representaba el desastre.
"Me acuerdo de Rajoy y todo el rollo, eso de los hilillos que cabreaban a mis padres", dice Eguski.
Pablo, que pesca habitualmente con su caña en el muelle de Cedeira, supo de la marea negra por una visita a Lira y, sobre todo, por la tele. Tiene ahora 12 años y cuando tenía 7 fue a todas las protestas del mundo, incluidas luego las contrarias al apoyo del Gobierno a la guerra de Irak, otra marea que le tocó vivir mientras le daban gominolas para estar entretenido durante los actos.
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