(But I like it). Anoche disfruté en el Teatro de la Zarzuela del excepcional concierto de José Mercé. Como si fuese un marciano aterricé mi nave en pleno teatro sorprendiéndome por los usos y costumbres de otro tipo de concierto bastante alejado del que soy habitual. Para empezar, y mientras ocupaba mi localidad, disfrutaba viendo la variopinta fauna (mayoría de gente con pinta de banqueros y ministros, hijos de banqueros e hijos de ministros, aunque también algún que otro despistado como yo) que dejaba propina al acomodador, algo que en mi planeta jamás había visto.
Mercé en éxtasis en Triana (fotografía de Salvador Fornell: http://www.flickr.com/photos/salvadorfornell/)
Pero el espectáculo estuvo en el patio de butacas hasta que se hizo la oscuridad y sobre el escenario emergieron dos luces. Una, un foco cenital que bañaba la alargada figura del cantaor dejandola en un estremecedor contraluz. La otra, el propio José Mercé, que con solo con su voz, sin ningún instrumento a su lado, empezó a cantar/contar. No hace falta ser un entendido ni saber qué palo se está tocando para dejarse embargar por una profunda emoción y trasladarse a un pasado no tan lejano en el que los cantes eran la narración de la vida cotidiana y garantía de la transmisión oral de historias ejemplarizantes o simplemente puro divertimento a costa de todo tipo de anécdotas.
Primera ovación de la noche que engancha con un cálido recibiento a Morao, guitarrista de Mercé y mano derecha del maestro. Poco a poco, sin prisas, empiezan a desgranar cantes tradicionales en un mano a mano que eleva el desnudo escenario a un nivel de intangibilidad, de puro sentimiento, de derroche de emociones. Dos hombres, una guitarra y apenas seis focos. No hay fuegos artificiales, ni hay pantallas gigantes, tampoco bailarinas. Pero es que no se necesita más, porque a veces se nos olvida que la música es eso y que cuanto más desnuda se nos presenta más cerca estamos de la esencia y más nos conmueve.
Me sorprende la liturgia de Mercé (es mi primer concierto de flamenco en vivo) y su forma de acabar todas las canciones levantándose y caminando hacia la parte trasera del escenario, pero no detecto ni la más mínima posibilidad de impostura. El gesto aprendido y repetido es mucho más que una forma de cerrar las canciones, es un auténtico y genuino rapto de éxtasis en pleno cénit, un orgasmo incontrolable que se ve (se siente) que le impulsa y le levanta, le lleva literalmente fuera de sí. Morao por su parte hace honor a su leyenda y a sus legendarias grabaciones. Pedazo de guitarrista de raza y delicia para nuestros oídos.
Sin habernos dado cuenta llegamos a la mitad del concierto y pasamos a una parte más heterodoxa, la presentación del nuevo disco del jerezano-madrileño. Mercé presenta a su banda (suben al escenario dos guitarristas más, tres nuevas voces másculinas [coros y palmas] y un percusionista, el Güito, que merece un capítulo aparte). Lo merece porque me parece que tiene un sentido del ritmo elegante, como sin querer se hace protagonista con su toque y su forma de exprimir un djembé y una caja flamenca que, en ocasiones, llegan a parecer instrumentos puramente melódicos.
Ruido, así se titula el disco, tiene canciones más aptas para todos los oidos. Al menos para los menos acostumbrados a los registros puramente flamencos. Bulerías, alegrías... interpretadas a caballo entre el flamenco más puro y un flamenco más pop. Canciones que llegan (aunque sin el componente más irracional de los cantes que anteriormente ha interpretado, una conexión con lo más primitivo e intimo) y que van creciendo con la presencia de un puñado de elegidos que, como músicos, demuestran técnica, maestría y arte (¿o se dice duende?).
Llega el momento del bis y tras una concesión a la galería (interpretar "Aire" debe ser el peaje que todos los artistas que alcanzan cierto grado de popularidad repitiendo una y otra vez el éxito de marras intentando llegar al desgarro de la primera vez) llega el momento álgido. Morao y Mercé salen fuera de la línea la microfonía y la imponente voz que se tamizaba en los amplificadores se transforma en un torrente aún más incontestable que llena cada centímetro cúbico del teatro. Claramente Mercé es un superdotado que canta flamenco como podría ser un cotizado tenor de haber disfrutado de otra formación musical. Como dijo el filósofo en su proverbial capacidad sintética: Im-presionante.
Nos recogemos con una extraña sensación de nudo en el estómago, con un regusto de verdad y de epifanía. Noche impoluta con un único debe: tengo que ir a más conciertos de flamenco y educarme la oreja.
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