Mi madre llega a mi casa sobre las once y media. Lleva llamándome para venir toda la semana, quiere traerme una garrafa de aceite de oliva que nos saque de la eterna crisis del aceite (porque en mi casa, desde antes de que se empezara a hablar de crisis, tenemos que reducir en productos básicos mediterráneos), pero yo llevo toda la semana teniendo que salir por las mañanas, a exámenes (estoy cursando un master, otro título más para el cajón de los recuerdos) al dentista... Trabajo en horario de tarde y prefiero hacer todo por la mañana a tener que pedir el favor en el trabajo y estar en la lista de despidos.
Ilustración por Miguel Martínez-Losa
Como decía, mi madre llega sobre las once y media. Está en su hora del desayuno. El segundo, creo. Porque a primera hora van a tomar un café. Nada más llegar se zampa un dulce típico de los que manda mi suegra (para que podamos afrontar la eterna crisis de hidratos de carbono) desde el pueblo, escondidos en cajas de zapatos para no pagar el transporte, como si estuviéramos traficando con comida en medio de una guerra. ¡Qué bien alimentan esos bollitos!, nadie es capaz de comerse uno entero sin explotar. Bueno... mi madre sí. Pero es que está en la hora del desayuno.
Mi casa está a unos diez minutos de su oficina. Y me da miedo que se encuentre con mi padre, que también está en la misma oficina y también viene a visitarme durante el desayuno. El miedo es porque mis padres no se dirigen la palabra. Bueno, un hola y un adiós quizá. Pero dentro de la casa de una eso es más bien doloroso. Y como coinciden en desayunos y, casualmente, también en la elección de día de visita es muy difícil para mí mantenerles en agendas separadas.
Mi madre me dice que mañana se va Barcelona. Hoy es miércoles. No volverá hasta dentro de una semana porque dejará dicho en la oficina que tiene que hacerse unas pruebas médicas. Como la mayor parte de las veces se las tiene que hacer de verdad, nadie le pide justificante médico. Luego me pregunta qué tal el trabajo. "Bueno..." le digo "cada vez se va más gente entre los que renuncian y los que despiden pero seguimos recibiendo nuevos clientes. Y, como estamos en crisis, la empresa no quiere contratar a nadie más (me pregunto qué crisis será esa cuando cada vez tenemos más trabajo) así que a los que quedamos nos cargan con todo . Yo estoy en dos puestos a la vez. Cinco minutos en una cosa, cinco minutos en otra... corriendo de aquí para allá. El trabajo me ha causado tanto estrés que ahora me he convertido en bruxista, que no significa ser miembro de una tribu urbana sino que aprietas tanto los dientes mientras duermes que acabas teniendo dolores y destrozándote los nervios de las muelas. Pero otros compañeros tienen problemas de espalda o gástricos. Una u otra cosa tenía que caer. Además, tal como está el patio, no se atreve uno a verse en la calle. Que hay que pagar el alquiler ". Mi madre asiente con gesto solemne. "A nosotros nos van a congelar" me suelta.
Son las doce y media y mi madre vuelve al trabajo. Digo... a la oficina. En cuanto cierra la puerta llaman por teléfono. Es mi padre. Tendría que estar de vacaciones pero ha vuelto antes por el mal tiempo así que está en el trabajo, digo... en la oficina.Los días de vacaciones que le quedaban se los dejará para otro momento en el que haga sol. No tiene problemas para hacer esos cambios. Me dice que estaba a punto de venir a verme a casa ("ufff, casi se cruzan" suspiro aliviada) pero que en el último momento se le han complicado las cosas. "Mucho trabajo" pienso. No. Ha dado la casualidad que hoy era el cumpleaños de un compañero y se ha visto obligado a salir a celebrarlo. Malditos compromisos sociales...
Mi padre me pregunta qué tal el trabajo. "Bueno..." respondo. "La empresa de mi novio está a punto de cerrar. Ya han despedido al director y a algunos empleados. Así que mi novio se ha tenido que quedar haciendo el trabajo que hacían algunos, incluídas algunas tareas del director. Mi novio tiene contrato de prácticas. Se lo hicieron amparándose en que podían ponérselo como prácticas correspondientes a la primera carrera, porque, aunque ya había terminado la segunda, le faltaba presentar el proyecto final. Él quiere que le echen también. Pero como se le acaba el contrato dentro de tres meses les merece más la pena tenerle allí y no renovarle llegado el momento. Además, tal como está el patio, no se atreve uno a verse en la calle. Que hay que pagar el alquiler". Mi padre asiente con voz solemne y me suelta un: "A nosotros nos van a congelar".
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