El estilo es el doble filo de una navaja. Tan bien puede renovar las aguas estancadas y descubrir una nueva manera de ver el mundo formidable y genuina, como mutarse en el látigo de su propio creador. Un déspota carcelero que lo somete a trabajos forzados y lo obliga una y otra vez a repetir la fórmula que ha inventado.
Viendo el último Bergman, Saraband, tuve la sensación de estar ante sus obsesiones contadas de la misma manera que hace cincuenta años, y en las películas de Fellini siempre aparecieron impepinablemente las grandes celebraciones, bodas, bautizos y demás comilonas, con una familia que se besa y arrechucha como sólo los latinos parecemos saber hacer. Por no hablar del mejor de estos peores ejemplos: las últimas de Woody Allen merecen artículo aparte.
Parece que el 2.009 va a ser especialmente prolífico en decepciones sangrantes. Aquí en el Reino Unido me topé hace unos meses con el viaje detrás de la cámara de Charlie Kauffman, Synecdoche, New York, que, para suerte vuestra, no se estrenó en España. Guionista de la maravillosa ¡Olvídate de mí! y de otras cositas interesantes como Adaptation o Cómo ser John Malkovich, las que, sin llegar a convencerme, tienen sus infatigables acólitos, la mudanza se saldó con un desaguisado ombliguista imposible de sostener, y tan pegado a las excentricidades de sus anteriores piezas que terminaba aburriendo como una ostra. Encima, el encanto de la cámara de Gondry (quien también merecería hueco en este listado) no estaba.
La desilusión patria me vino de la mano de mi hasta ahora amado Pedro Almodóvar, que parece haberse metido en una burbuja completamente ajena al mundo de los demás mortales. ¿Cómo nadie le dijo que Los abrazos rotos hacía aguas desde la primera secuencia de diálogo imposible o que autohomenajearse es paródico? ¿No generó en ninguno de los actores jóvenes la confianza para comentarle entre bastidores Pedrito, las nuevas generaciones no nos drogamos así? Se conjugaban además todas sus obsesiones más tópicas y predecibles: una supuesta pasión desaforada, homosexualidad, drogas, personajes pertenecientes a la clase obrera, personajes pertenecientes al mundo del cine, frases típicamente manchegas metidas con calzador y Penélope Cruz. Es más, aquí, que se estrenó el fin de semana pasado, ella es el principal reclamo.
El último caramelo envenenado me lo tragué hace un par de días, cuando fui con ilusa ilusión a ver Malditos bastardos. Ilusa porque la anterior del genio de Tarantino, Death Proof, ya dejaba entrever sus nuevos caminos; ilusión porque cada vez que recuerdo Pulp Fiction, Reservoir Dogs o las dos Kill Bill, un hormigueo de felicidad me sube desde la barriga hasta la sonrisa.
Además de, cómo la del de la Mancha, estar sustentada en un protagonista que no es tal (Penélope Cruz no es el personaje principal de Los abrazos rotos y Brad Pitt quizá no aparezca más de 30 ó 40 minutos en una película que dura 150), Malditos bastardos tiene lo mejor del autor hecho de la más terrible de las maneras: una duración excesiva e innecesaria; secuencias de ¡media hora! con diálogos que ni tienen gracia ni son especialmente brillantes; violencia que carece del poderío visual de sus antecesoras, y chistes propios de Escenas de matrimonio (y no me refiero a Bergman, que ésta suya es de las grandes, sino a José Luis Moreno), como cuando Brad Pitt se hace pasar por italiano y, ¡ohlalá!, se encuentra con un alemán que parla italiano (perdón por el spoiler). Además, una estructura dividida de nuevo en capítulos y canciones de la discoteca particular de Tarantino que se nota que ni se ha molestado en buscar con el ahínco y la pasión que sus películas y sus espectadores merecemos.
No sé si la casualidad o un grupo de distribuidores con bastante mala leche han hecho que este fin de semana hayan coincidido en las carteleras británicas los que en otros tiempos fueron cuasi santos. Al menos puede extraerse una buena moraleja: Almodóvar haciendo una de Almodóvar y Tarantino haciendo una de Tarantino son una excelente demostración de que para seguir ofreciendo algo nuevo la única receta es ser un bastardo de uno mismo.
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Soitu.es se despide 22 meses después de iniciar su andadura en la Red. Con tristeza pero con mucha gratitud a todos vosotros.
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