Más fuertes que el vinagre

Parece mentira pero, cuando un cree que lo ha visto todo, de vez en cuando, por arte de birlibirloque, ocurre un suceso que consigue saltar la espoleta de nuestra ya casi inmune capacidad de sorpresa, haciendo tambalear nuestros cimientos óseos y logrando que la onda expansiva de aquella inesperada explosión nos dibuje en el rostro una extraña e inquietante mueca de estupor. La visión playera de nuestro ahora forzudo ex presidente del gobierno causó en mí tal impacto.

Madre del amor hermous...

Supongo que la sorpresa radica en que ningún español hubiera sospechado jamás de los jamases que bajo esos trajes de chaqueta a medida o esas camisas de cuadritos de marca se escondían un innumerable y abultado conjunto de músculos de todo tipo y condición, algunos de los cuales incluso podrían llegar a pinchar o desestabilizar al jinete del caballo de Ralph Lauren y hacerle pegar un talegazo en el suelo, que cosas más raras se han visto. La cuestión es que se ha convertido en una especie de icono de cachas crepuscular, destinado quizá a ser carne de póster oculto en los armarios de las cincuentonas del pepé, e igual alguna del psoe...

Aún se desconoce si esta pasión abdominal es una nueva enfermedad que se desarrolla pasados los cincuenta o bien es una penitencia autoimpuesta por nuestro ex presidente a modo de abdominal por pecado. Solo falta que Zapatero, una vez que cuelgue las botas, capaz y todo de estar orgulloso por su gestión, al quitarse la chaqueta también nos sorprenda con hechuras de titán, y si el otro luce tableta de chocolate y bigote despeluchado, este sea capaz de subir y bajar los pectorales con el suave movimiento de la ceja. Sarkozy parece que no puede ir a rebufo porque el hombre da dos carreras y le da un síncope, pidiendo la hora antes de terminar la primera vuelta, como el otro día. Y Berlusconi, más clásico, prefiere ser putero, total, es otra variante de cultivar los abdominales.

En fin, en toda esta moda de ponerse más fuerte que el vinagre, Aznar no es el único que ha sucumbido, aunque si es cierto que es el más talludito. Entre las nuevas generaciones tenemos por ejemplo a Borja Thiessen, que de ser un niño enclenque y desgarbado en pocos años rodeó sus huesos de una masa de pan pujao que lo ha convertido en una especie de empanada gallega de cintura para arriba, rematada eso sí con tatuajes varios, que menos el Amor de Madre, creo que están los demás clásicos de estos tiempos. Otro que se puso cachas de la noche a la mañana es Julián Contreras hijo, también llamado Junior, que pasea sus músculos por programas televisivos, poniendo poses y presumiendo de madurez con un discurso que suena demasiado rancio.

Otros sin embargo ensancharon sus cuerpos, cubriéndolos de protuberancias diversas debido a motivos laborales. Es el caso de Miguel Ángel Silvestre, el mítico Duque, cuyo cuerpo parece poseer el canon de belleza ideal para las féminas adolescentes, las maduras y alguna que otra abuelilla con la libido aún en activo, y quien, que para dar credibilidad a su personaje en la película La Distancia, se puso cachas, al igual que hizo Will Smith cuando dio vida a Cassius Clay en el film Alí. Es curioso, quizá sería otra época, pero Andrés Pajares no tuvo que someterse a la esclavitud del gimnasio para dar vidilla al legendario Roque en Yo hice a Roque III, y esa si que se convirtió en una película de culto, por cierto. Miguel Ángel Muñoz, aquel niño canijo que salía en los primeros episodios de Al salir de clase, con los años tornó en un hercúleo y danzante mozo, como demostró en la serie Un paso adelante y en su breve etapa de cantante guay.

Miguel Angel Silvestre en La Distancia

Yo hice a Roque III, cuando no hace falta ponerse cachas para el papel

Por último citaría el caso de Madonna, quien ha pasado de ser una jovencita con sus formas y algo de molla apetecible, a convertirse en pura fibra, a la que se le marcan excesivamente las venas de brazos y piernas, cual pantalón de pana, aunque sigue teniendo su toque, todo hay que decirlo. Y como fin de fiesta, Jorge Cadaval, el de los Morancos, que en poco tiempo ha redondeado y moldeado su cuerpo hasta dejarlo como el de un buldog de esos de los dibujos animados, con la espalda anchísima y el culillo estrecho, que parece que lo han inflado con un compresor.