Perdemos el patrimonio lunar

Qué poco nos preocupamos los españoles por nuestro patrimonio común. Por el material y por el humano. Tiene que venir una celebración internacional, el 40º aniversario de la llegada a la Luna, para que nos enteremos de que las piedras lunares se pierden en España, y para que recordemos que un español fue uno de los pioneros en la creación de escafandras espaciales.

Escafandra espacial diseñada por Emilio Herrera en los años 30

La primera parte ha sido recogida en diversos medios de comunicación. Las piedras que llegaron a España, regalo de las autoridades estadounidenses o de los propios astronautas, han desaparecido. Tan fácil como eso. O alguien vio un pedrusco sin control y lo tiró, o, lo más probable, algún patriota decidió quedárselo para enseñárselo a sus nietos y algún día sacarse un sobresueldo. En cualquier caso, es una vergüenza que el Estado no sea capaz de cuidar del patrimonio de todos los ciudadanos, y que todo lo estropeen la desidia o la corrupción.

Lo peor es que nadie parece haberse preocupado, salvo los medios de comunicación, y ningún responsable ha anunciado una investigación real. Quizás en el 50 aniversario nos acordemos de nuevo, y así sucesivamente, cada diez años.

Algo parecido ocurre con el recuerdo sobre el patrimonio humano. Tiene que llegar el aniversario del alunizaje y la noticia sobre la pérdida de las piedras lunares para que nos acordemos de Emilio Herrera Linares. Seguro que para la mayoría de los lectores este nombre no les dice nada, lo cual en sí mismo demuestra la afirmación anterior. Sólo algún artículo aislado, en una edición local, ha recordado su figura. Pero podemos asegurar que se trata de una figura lo suficientemente importante como para que Neil Armstrong entregara un pedazo de roca lunar en su memoria.

Emilio Herrera merece ser recordado por muchas razones. Fue un pionero de la aviación, que obtuvo uno de los primeros carnés de piloto emitidos en España. Entre sus hazañas podemos indicar que participó en varias carreras de globos importantes, y que fue miembro del primer vuelo que cruzó el estrecho de Gibraltar. Después se dedicó a la organización del servicio aéreo, a la creación de centros de enseñanza y laboratorios aeronáuticos, por lo que se le puede considerar como el fundador de las actuales escuelas aeronáuticas en España. Tanto el Museo del Aire como la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos de Madrid recuerdan su figura, aunque la primera institución ha tenido una relación ambigua con su memoria, por razones que quedarán claras pronto.

Su labor investigadora, docente y divulgadora fue constante en los años siguientes. Colaboró con Juan de la Cierva y Leonardo Torres Quevedo en los diseños de autogiros y dirigibles. En los 30 años concibió un proyecto ambicioso: el vuelo estratosférico en globo, con el objetivo de batir el récord de altura en barquilla abierta. Para ello diseñó una escafandra espacial, que puede verse en la figura. Es justamente ese diseño el que sirvió de inspiración a la NASA, y el que motivó el generoso regalo de Armstrong que ahora se ha extraviado, tras ser depositado por el receptor, su antiguo colaborador Manuel Casajust, en el Museo del Aire.

Sin embargo, sus planes fueron frustrados por el estallido de la guerra civil.

¿Por qué Emilio Herrera es tan desconocido en España?

Herrera era militar y cuando estalló la guerra civil optó por permanecer leal al gobierno republicano. Lo hizo por una cuestión de honor: consideraba que había jurado lealtad al gobierno legal. Ya en 1931 había dado una similar muestra de su carácter: al proclamarse la República pidió permiso a Alfonso XIII, de quien era gentilhombre de cámara, para que le liberara de su obligación moral; ningún otro militar, ni siquera Francisco Franco, que también tenía el mismo título, dio un paso similar.

A pesar de estos antecedentes, y de que gozaba de fama de conservador, el gobierno republicano durante la guerra no dudó de su compromiso, le encargó de los servicios técnicos de la aviación, y le ascendió a general.

Al terminar la guerra Herrera se exilió a París, donde continuó con sus labores científicas para ganarse la vida. Participó en actividades políticas y culturales, y fue miembro del gobierno republicano en el exilio durante muchos años. Durante casi dos años fue incluso presidente del citado gobierno. Falleció en Ginebra en 1967.

Todo ello ocasionó, como no es difícil de imaginar, que su figura pública fuera ignorada en el interior de España, de la misma manera que hoy apenas se recuerda el nombre de su hijo, José Herrera Petere, un literato comprometido, bastante reconocido en los años 30 y 40. Sólo la Fundación que lleva su nombre y algunas ocasiones especiales intentan acercar de nuevo su figura humana e intelectual.

Esperemos que no haya que esperar a 2019 para que nos volvamos a acordar de las personas... y de las piedras.