Puede que pasen años, décadas e incluso siglos, pero siempre estarán ahí, con su poder intacto, como un potente imán prohibido que atrae de manera irremediable a todos aquellos que bien por provocación, bien por adoración, sueñan con enfundárselos por lo menos una vez en la vida. El último ha sido Radu Stefan Mazare, alcalde de la ciudad rumana de Costanza, que se calzó el uniforme de general nazi en un desfile de moda el sábado pasado.
Ron Asheton sujetando a Iggy Pop
Los presentes se quedaron boquiabiertos, pellizcándose los brazos, y con un cierto acojone por si el alcalde se venía arriba y obsequiaba a sus críticos espectadores con un paseíllo al amanecer. Para colmo, Stefan Mazare desfiló marchando con el legendario paso de la oca junto a su hijo, menor de edad, que para tal ocasión iba vestido de simple soldado alemán, aunque para el caso podría haber tirado del uniforme de las Juventudes Hitlerianas. Como es de suponer se lió la traca, y la opinión pública pide su cabeza por hacer apología del racismo, fascismo, y demás ismos. Sin embargo, Mazare alegó en su defensa ese mal del que hablábamos antes y que parece hacer mella en gente de todo tipo y condición. Me quise vestir como un general de la Wehrmacht porque siempre me gustó el uniforme y admiré la rígida disciplina organizativa del Ejército alemán. Ahí está el tío.
Su caso no es único. En Seattle, a principios de año, la policía dio matarile a Miles Murphy, un joven universitario de veintidós abriles que, ataviado con un uniforme nazi, se enfrentó a ellos con un rifle con bayoneta de la Segunda Guerra Mundial perteneciente al ejército alemán. Se había celebrado una fiesta en su casa, donde el alcohol corrió a raudales, y parece ser que durante el clímax de la party al bueno de Murphy le dio por practicar la puntería y se puso a pegar tiros hasta que llamó la atención de los vecinos. Lo curioso de todo es que tanto familiares como amigos del fallecido indicaron a la policía que Murphy no era nazi, tan sólo un enamorado de la historia -en su casa encontraron un arsenal de objetos de la Segunda Guerra Mundial- al que le encantaba disfrazarse.
Este es Radu Mazare
Un caso parecido, aunque sin un final tan trágico, lo tenemos en el famoso incidente del príncipe Enrique de Inglaterra, quien en una fiesta de disfraces con el lema Nativos y Colonias, se presentó con el uniforme del Afrika Korps, listo para pasar revista por el mariscal Rommel. Pantalón y camisa parda, distintivo de la Wehrmacht en el cuello de ésta y brazalete rojo con la esvástica en el brazo izquierdo. Parece que el atractivo por los uniformes malditos no lo comparte con su hermano, que para tal ocasión tiró de disfraz de león, que si bien está salao, nunca sentará igual que el otro.
La relación amor-odio por los uniformes y parafernalia nazi también se vivió en la época punk, donde ante el estupor de una sociedad que bastante tenía con intentar comprender aquella estética y forma de ver la vida, ahora contemplaba atónita como esos extraños jóvenes lucían guerreras alemanas de la Segunda Guerra Mundial, pintaban las runas siegel (SS) en sus guitarras o dibujaban esvásticas en sus desgarradas camisetas. En su caso era pura provocación, una especie de visual gargajo de rabia ante una sociedad estancada y decrépita. Sin embargo, en algunos parece que ese amor-odio era muy fuerte. Como el caso del fallecido Ron Asheton, guitarrista de los Stooges, el grupo de Iggy Pop, de cuya boda fue padrino, ataviado para tal ocasión con una cazadora de la Luftwaffe y con su Cruz de Caballero Nazi, y dos cruces de hierro más a modo de pins. En España el fenómeno no fue tan fuerte aunque ahí tenemos una clásica declaración de los Gabinete Caligari de los primeros tiempos, con una estética muy cercana, que se presentaron en Rock-Ola al grito de Hola, somos Gabinete Caligari y somos fascistas. Chúpate esa. Pero causó el efecto deseado, llamar la atención.
Entrevista a Sid Vicious con camiseta nazi
Está claro que por mucho que digan, los uniformes y gran parte de la estética nazi ha servido e inspirado a muchas de las modas posteriores, así como sirviendo de modelo en el mundo del cine para crear un sin fin de posibles vestuarios de los malos. Supongo que en lo prohibido, en lo maldito es donde radica su atractivo.
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