Hasta que llegó el último hombre….

.. hubo regata. Como debe ser, como siempre se ha hecho desde su primera edición en 1960. Es la OSTAR, y es su lema: un hombre, un océano, un barco, que cruzan el Atlántico a vela, navegando en solitario entre Plymouth en Inglaterra y Newport en Rhode Island.  Jan Kees Lampe, el primero, entró el pasado 11 de junio después de 17 días y 17 horas a solas en el mar. El 8 de julio, tras 43 días de navegación, cruzó la línea de meta el último, el norirlandés Geoff Alcorn a bordo de su Wind of Lorne II, un viejo velero reconstruido por su propietario y patrón.

El último en llegar. Hasta el 2013 no vuelven.

La edición que acaba de concluir ha reunido a 31 inscritos de ocho países distintos, de los que sólo 24 han logrado llegar. Las modestas exigencias técnicas de la regata, barcos casi siempre de serie, entre 9 y 15 metros, (no se admiten unidades mayores de esa talla para que la prueba sea accesible a cualquier presupuesto) y el recorrido, todo el Atlántico norte de este a oeste navegando casi todo el tiempo con vientos de proa, convierten a los participantes en auténticos ascetas del mar. Se dice que quien no ha corrido una OSTAR no será nadie en ninguna otra regata de altura.

El holandés Jan Kees Lempe, ganador este año ha batido varios récords de un golpe, primer holandés, primero en su clase 40 pies y primer monocasco que gana desde 1976, rompiendo la racha de 30 años en la que los multicascos han dominado la prueba. 

La astucia, o el sentido de la equidad, de Sir Blondie Hasler, héroe de la II GM e inventor de la regata que en sus primeras ediciones patrocinó el diario inglés, del que toma el nombre Observer Singlehanded TransAtlantic Race, hacen que los barcos puntúen en distintas clases y que uno de los parámetros a tener en cuenta sea la edad del barco, así a los prototipos más o menos sofisticados, que los hay, se les enfrentan venerables cruceros “nuestro barco de casa, el de toda la vida”, que hacen posible la existencia de una segunda regata dentro de la prueba principal: el Club de la Media Corona. Sus miembros son casi todos ingleses y, entre otras cosas, han de llevar a bordo traje y corbata y una planta, vegetal, natural, viva, a bordo, desde Inglaterra hasta lo que ellos siguen conociendo como Nueva Inglaterra. Apestosamente británico.

Alguno de los participantes este año ha probado suerte más de una vez, Gianfranco Tortolani en su "Citta di Salerno" es la tercera vez que lo intenta y cada vez le ha ido peor, en las dos ediciones precedentes tuvo que abandonar, en esta ha naufragado, su barco flota volcado en algún lugar frente a la costa de Canadá y él fue salvado de las aguas, donde pasó 16 horas pensando si merecía la pena, por un portacontendores que le dejó algo mosqueado en Nueva York.

Records privados de estrellas anónimas

Una regata que ganó dos veces Tabarly, que ha visto nacer a lo más florido de las flotas francesa e inglesa y a un elenco de patrones que dejaron hace tiempo de ser aficionados para mutar en profesionales hipertecnológicos, ha logrado conservar el espíritu que la vio nacer. Su paradigma es Peter Crowther que a sus venerables 64 años ha culminado su 8ª participación con éxito. La primera, en 1972, le reportó el dudoso honor de haber hecho el recorrido más largo desde que existe la prueba, 89 días. Este año lo ha logrado en 29.

El inglés Oscar Mead, de 18 años, y con 21 días de regata, es el más joven en acabar, Katie Miller y Hannah White, las dos inglesas también, las dos simpáticas y de sano aspecto, las dos con barcos modestos pero deportivamente espartanos, han logrado buenos puestos en la clasificación general y dedicarán el verano a localizar patrocinadores para proyectos más ambiciosos.

Y al volver, quedamos en el Sport Bar.

Los que se molestan en hacer clasificaciones de todo tipo de cosas también las hacen de los bares. Uno de los diez mejores bares del mundo es el Sport Bar de Horta, en la isla de Faial en las Azores. Nacido en 1918, es el lugar donde los que cruzan el Atlántico, en una u otra dirección, se toman unas cervezas y charlan de sus cosas. Quién siga el rastro de correos electrónicos y mensajes de todo tipo que los participantes están dejando en su regreso de Newport  a Europa, bien podría pensar que la OSTAR no ha sido nada más que una excusa para una cita semiclandestina en el Sport, en la que hablarán de sus velas, de si vieron o no delfines, del precio del té, asunto del que un marino inglés es capaz de hablar durante horas, de anteriores ediciones, de la próxima…

De lo que no es fácil que hablen, porque lo más seguro es que no les interese, es del mundial de la clase J80 que se celebra esta semana en Santander. 120 barcos de todo el mundo afinados como violines, con tripulaciones dispuestas a morir por media ola, por medio nudo, por un palmo de agua libre en cualquier boya y que son el extremo contrario, y paradójicamente, muy próximo a ese grupo de canosos que con sus esposas toman unas copas de oporto en la mesa del fondo, en el Sport.