Malabarismos en el desierto

El pueblo saharaui, exiliado en Tindouf casi 40 años, ya cuenta con un centro de experimentación agrícola para adaptar semillas al clima desértico

De la arena pueden crecer plantaciones agrícolas

El pasado 6 de diciembre coincidieron el 33º aniversario de la llamada “Marcha Verde”, con la que Hassan II anexionó en 1975 el que fuera Sáhara español a las tierras de Marruecos, y la inauguración del Centro de Experimentación y Formación Agrícola (CEFA) en los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf. La confluencia de ambos actos emana cierto simbolismo, puesto que la Marcha Verde inició, además de la persecución de los saharauis que viven en los territorios ocupados por el Reino de Marruecos, el calvario de los refugiados acampados en Tindouf, que tienen que apañárselas para sobrevivir en la zona más inhóspita del desierto.

Algunos de los malabarismos han sido la creación de escuelas y hospitales, la distribución de placas solares para generar energía, la organización del reparto de agua y, ahora, la creación de un centro para investigar con las semillas que mejor se adaptan al clima desértico. A largo plazo, el análisis del suelo, del agua y de semillas servirá para que los saharauis puedan crear pequeños huertos familiares con los que abastecerse sin depender de la ayuda internacional, tal y como ha pasado hasta ahora. Especialmente después de que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) recortara en 2006 el presupuesto destinado a ayudar al pueblo refugiado con la alimentación y provocara una mayor crisis alimentaria en los campamentos.

El tan necesario proyecto CEFA no ha sido, sin embargo, subvencionado por el Estado Español, como se esperaría de un equipo de gobierno que se publicita como progresista, humano y contrario a las guerras. Es más: alimenta estas últimas. A raíz de esto, hace falta añadir que pasó desapercibida la noticia que el pasado enero informaba de que Rodríguez Zapatero regalaba ocho lanzabombas al Reino del Marruecos como “prueba de su hermandad”; demostrando, una vez más, no ya la defensa de la ocupación marroquí, sino su desinterés absoluto ante el estallido de una nueva guerra entre el Frente Polisario y las fuerzas marroquíes.

Es por esto que la financiación del proyecto CEFA no ha sido subvencionado por el gobierno español, sino por asociaciones y ayuntamientos locales que hacen realidad la tan repetida frase que se escucha por los campamentos: “la gente, el pueblo, no tiene nada que ver con sus representantes políticos”. Al parecer, la filantropía es algo que da muy buena imagen de los partidos políticos y por esto hay que administrarla para que no se gaste.

No deja de ser una muestra de ello que la pésima situación que sufre el pueblo saharaui sea utilizada por el Partido Popular como una baza electoral. Lo cual no significa que sea un hecho aislado, como demuestra la utilización de las víctimas del terrorismo para entonar un discurso populista. Como si estuviéramos hablando de la propuesta de una disminución de impuestos en vez de gente que sufre más allá de la puesta de una estrategia política.

Hablamos de un pueblo que vive olvidado en medio del desierto y, a la vez, acorralado en su propio país por unas fuerzas invasoras apoyadas por grandes potencias europeas. Y, este, como otros muchos, debe soportar que se hable de generosidad con su continente cuando lo que se pretende es liberalizar la economía; que los altos mandatarios vayan con la barbilla bien alta por haber retirado las tropas de Irak pero seguir teniéndolas en Afganistán; que se enorgullezcan de la buena amistad en Marruecos mientras Mohamed VI expolia los recursos naturales de su país y ellos se mueren de hambre.

El pueblo saharaui tiene que esperar, tras más de treinta años viviendo en medio del desierto, que la filantropía sea una estrategia de partido.