La economía de mercado, hegemónica en este mundo globalizado, no funciona. Desde el punto de vista ecológico hace tiempo que se viene advirtiendo que es un modelo insostenible. Ahora, con la crisis, se está haciendo patente que ni siquiera es capaz de proporcionar bienestar a las sociedades desarrolladas, hundidas en la angustia del paro y los números rojos
Es la hora de rescatar perspectivas que conciben la economía no como un proceso de acumulación de bienes sin fin, sino como un medio para satisfacer las necesidades de los seres humanos en armonía con el medio ambiente. Este es el caso de la bioeconomía o ecología política.
Históricamente han sido muchos los pensadores que se han planteado los límites del crecimiento económico, entre otros podríamos destacar a Malthus en el siglo XVIII, Serguei Podolinsky en el siglo XIX con su intento de introducir la crítica ecológica en el marxismo, y ya más recientemente las perspectivas posdesarrollistas de autores como Ivan Illich y André Gorz. Pero se considera a Nicholas Georgescu-Roegen (Rumania, 1906- EE.UU., 1994) el padre de la idea de la bioeconomía, ciencia que estudia los procesos económicos desde la física.
Su pensamiento revolucionario en relación con los pilares en los que se basa la ciencia clásica ha provocado que su obra quede relegada a un segundo plano incluso en los ámbitos académicos. Jacques Grinevald, filósofo e historiador francés, explica la crítica a la racionalidad económica Occidental que defiende Georgescu-Roegen:
El error fundamental del pensamiento económico occidental es que la ciencia económica fue construida en el marco del paradigma mecanicista (Newton-Laplace), es decir, sobre el modelo de la ciencia clásica, justo en el momento en el que los revolucionarios descubrimientos de la evolución biológica (Darwin) y de la revolución termodinámica (Carnot) con su famosa ley de la entropía (Clausius, 1865) introducían un nuevo paradigma, el del devenir de la naturaleza, del tiempo irreversible, de la evolución cósmica.
De esta manera, la ciencia clásica, que ignora el segundo principio de la termodinámica, la ley de la entropía (la energía y la materia se degradan de manera irreversible), sigue manteniendo su fe en la posibilidad del crecimiento ilimitado sin atender a las advertencias de que nada puede crecer indefinidamente en un medio finito. Ernest García, catedrático de la Universidad de Valencia, en la línea de Georgescu-Roegen, afirma que la insustentabilidad puede verse como el resultado del incremento de entropía generado por procesos de producción demasiado grandes o demasiado intensivos
La visión antropocéntrica del mundo, que presenta la evolución de la humanidad como un proceso independiente de la evolución de la naturaleza, es también rechazada en el pensamiento de Georgescu-Roegen, que enlaza con el del nuevo paradigma ecológico, según el cual los asuntos humanos están influidos por intrincados lazos de causa, efecto y retroalimentación en la trama de la naturaleza. De esto se desprende la necesidad de integrar lo humano en la naturaleza, y por lo tanto, también la economía.
Para no sobrepasar la capacidad de carga de la biosfera y garantizar la habitabilidad de la tierra para futuras generaciones, Georgescu-Roegen considera absolutamente necesario una bajada en el nivel de producción y de consumo de bienes y energía; un decrecimiento de nuestra presión sobre el medio ambiente. Sin embargo, según su lógica esto no supondría un descenso de la calidad de vida, ya que el cambio de valores en la sociedad haría que el bienestar no estuviera basado en lo material sino en lo que él llamaba la alegría de vivir. Por decirlo de otra manera, y retomando el saber popular, no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.
Entre los puntos del programa bioeonómico que desarrolló en los setenta se encontraban reducir la población hasta un nivel que permitiera la alimentación solamente mediante la agricultura biológica, prohibir cualquier tipo de armamento, deshacerse de la moda y la compra de productos extravagantes y ayudar a los países subdesarrollados a conseguir un nivel de vida decente.
Estos planteamientos son similares a los que defienden ahora las teorías del decrecimiento, cuyo origen se puede situar en el pensamiento de Georgescu-Roegen.
Fuentes:
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