Cómo ser mileurista en paro y no morirte de desnutrición. Mujer, 35 años, excomercial mileurista y parada número tres millones, aproximadamente. Paga alquiler, adsl, agua, gas, electricidad, teléfono móvil, un crédito aplazado de cuatro mil euros y la cuota de un gimnasio, y no tiene cargas familiares. Se mueve por su ciudad en transporte público porque hace unos meses le robaron la bicicleta y no tiene pensado por el momento comprarse un coche.
Esta es mi hermana, pero bien podría ser el perfil de muchos de los lectores habituales de Soitu.
El contenido de su nevera da pena y la despensa está repleta de salsas de nombres impronunciables, pasta, arroz, especias, conservas de pescados y un bote de crema de cacahuetes que no recuerda cómo llegó hasta ahí. Tiene una licuadora, guardada en el mismo armario que alberga la coctelera de acero inoxidable, el cuchillo eléctrico que le regalaron por Navidad en la oficina antes de despedirla, la picadora de carne, el utensilio aplasta ajos, la yogurtera y el molinillo de café. Enseres aparentemente muy útiles, pero que ella ha relegado al armario más inaccesible de toda la cocina porque no los ha usado en su vida.
Conoce las necesidades básicas de nutrición y, hasta la fecha, las aplica lo mejor que puede y sabe. Pero la crisis, además de dejarnos en bragas económicamente, ha llegado también al estómago y a los menús diarios de mi querida hermana. Antes de quedarse en el paro, de lunes a viernes almorzaba un menú arregladito en el bar de la sra. Carmen, una casa de comidas situada justo enfrente de la oficina, y por la noche se apañaba con una ensalada, algo de verdura, yogur o un poco de fruta. Pero ahora, con lo que le queda tras pagar todas las facturas, no puede permitirse bajar a comer los platillos de la sra. Carmen.
Nuestra madre buenamente le aconsejó, ahora que no trabaja y tiene tiempo, que cocinara las recetas básicas, las de toda la vida, ya que son baratitas, sanas y nutritivas: Patatas guisadas, libritos de lomo, pollo al ajillo, albóndigas con sepia, macarrones con salchicha, garbanzos, lentejas, arroz... y nada de comprar precocinados, que son carísimos y, además, dicen en la tele que llevan un montón de grasas.
Pero, ¿qué ocurre cuando no tienes ni la más remota idea de cómo se preparan todas estas cosas tan ricas, sanas y nutritivas?
Por eso empiezo hoy esta colección de recetas para la crisis, harta ya de explicarle a mi hermana por teléfono cómo cocinarlas, harta ya de repetirle la temperatura del horno para asar el pescado, harta también de decirle que compre los productos de temporada mucho más baratos, y sabrosos, que los que nos llegan del otro hemisferio- y, además, para ayudar a cualquiera que se encuentre con las mismas dificultades culinarias.
Que nadie espere encontrar aquí las mil ochenta recetas que en su día publicó aquella gran dama y gran cocinera, ni el recetario de Arguiñano, ni las últimas tendencias de Adrià. Son recetas sencillas, explicadas de forma clara y que, generalmente, se realizan en poco tiempo. Es mi cocina, la que llevo años compartiendo con amigos.
Para empezar, unos garbanzos con chorizo. Receta que aporta proteínas, hidratos de carbono y algo de grasa, poca porque es una versión ligera (mi hermana tiene el colesterol algo elevado).
El truco: comprar la legumbre ya cocida. Así, te ahorras remojos y largas cocciones.
Para dos personas:
Y los pasos:
Siguiente entrega, una tarta de manzana muy, muy, muy fácil, baratita y exquisita: Tatin de manzana
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