Los Señores de los Anillos

Los Jonas Brothers y Camp Rock son nombres que, seguro, sonarán. El primero hace referencia a un trío de hermanos estadounidenses que agitan guitarras que parecen de plástico mientras ondean sus flequillos delante de millones de adolescentes histéricos; el segundo nombre es el de una película cuyos protagonistas son uno de los susodichos hermanos y una jovencita de sonrisa blanca paranormal. Ambos tienen en común el hecho de haberse convertido en todo un fenómeno de masas prepúbers. No sé si alguien se ha parado alguna vez a escuchar lo que esta manada de caras asépticamente bonitas tiene que decir al mundo.

Basta con decir que los hermanitos Jonas pertenecen a la archifamosa iglesia evangelista estadounidense y que, además, hacen alarde de su moral cristiana promoviendo los anillos de castidad que parecen estar de moda. La cosa no va de broma. Al parecer, este trío de iogurines va predicando las maldades diabólicas del sexo prematrimonial casi con tanto aínco con que Cuatro y Telecinco maldicen las marcas blancas. Lo peor de todo es que su mensaje pasa desapercibido, pero día tras día aparecen en emisoras de radio, se les conceden entrevistas, se les televisan conciertos (la citada Disney Channel, por ejemplo, su mamá mediática).

Para más inri, parece ser que lo que más furor causa són sus inamovibles valores cristianos y el hecho de que, pese a ser asolescentes (potencialmente pelogrosos) y estrellas del pop, siguen sin pervertirlos los demonios terrenales. Y las niñas se sientan delante de sus televisores y sintonizan (¿se puede aún decir sintonizan?) Diseny Channel y sus caritas se sonrojan cuando aparecen los niñitos del flequillo, con sus dulces vocecitas y sus guitarras de plástico. Los mismos que, un par de años más creciditos, se enrolarán en mítines políticos demonizando las campañas en favor del aborto, de las píldoras anticonceptivas o de la libertad sexual de la mujer.

Esos mismos que propugnan la moral cristiana (falta saber si la predican con el ejemplo) son los culpables de que, hoy día, las niñas sueñen con encontrar el amor verdadero, su única meta en la vida, a los 13 años. Niñas a las que no se les permite ni el más mínimo error en su camino de aprendizaje vital. Como le pasa a la protagonista de la citada Camp Rock; una niña cuyas metas en la vida se han visto cumplidas al final de la película, todo ello aliñado con un casposo baile de chaquetas brillantes y deportivas de colores. Y, entre tantos colorines se deja entrever la idea esencial: tan sólo las puras consiguen su sueño, es decir, consiguen al príncipe.

Como bien apunta Jessica Valenti en su libro 'The Purity Myth: How America’s Obsession with Virginity Is Hurting Young Women', estamos consintiendo que las sociedades futuras sigan valorando a la mujer en términos de su actividad sexual. O bien somos unas putas o bien somos unas santas; puede ser que, desde distintos puntos de vista estemos bien o mal vistas siendo una u otra cosa. Pero no hay más alternativas que esas: putas y santas. Eso si no se nos considera bolleras o feministas de pelo en pecho.

La cuestión sigue siendo la misma: que no somos nosotras quienes escribimos nuestra historia. Alguien debería explicar a esos chicos que hay muchos tipos de anillos entre los que escoger: algunos, incluso, divertidos.