Poco se oye hablar fuera de sus fronteras de la represión que sufre este pueblo a manos del régimen persa, junto con el resto de minorías que pueblan Irán.
La semana pasada se celebró la "Semana de solidaridad con el pueblo de Ahwaz", una población de 8 millones de habitantes que vive en la provincia iraní de Khuzestan. Los ahwazíes recuerdan así el 84º aniversario de la ocupación iraní de su pueblo, y el cuarto aniversario del estallido del levantamiento popular no violento ahwazí, conocido como la "Intifada ahwazí".
Khuzestan, provincia fronteriza con Iraq y los países árabes del Golfo, es una zona de gran importancia estratégica, enormemente rica en petróleo, gas natural y otros recursos. Proporciona a Irán la mayor parte del petróleo del país, pero sus beneficios no han repercutido en la mejora de las condiciones de vida de los ahwazíes.
Ahwaz (también se puede transcribir como "Ahvaz") sufre desde el siglo XV la intervención de Irán, que en aquel entonces llamaba al territorio "Arabistán", nombre que ahora los ahwazíes reclaman. Atrapado entre la expansión del imperio otomano por un lado y la del imperio persa por otro, mantuvo como Emirato de Ahwaz un difícil equilibrio entre ambas potencias, hasta que en 1925, y agotado el imperio otomano, fue anexionado por Irán como parte de su territorio. Para ello Irán contó con la ayuda de Inglaterra, que no dudó en apoyar el golpe de estado del Coronel Reza Khan, con quien contaba para enfrentarse a los rusos.
Poco se oye hablar fuera de sus fronteras de la represión que sufre este pueblo a manos del régimen persa, junto con el resto de minorías que pueblan Irán (kurdos, azerbayanos, balochíes), que juntas conforman la población del 50 por ciento del país. Tanto por el origen árabe de los ahwazíes como por profesar el Islam sunní, Irán ejerce una represión desmedida contra esta minoría para erradicar su identidad indígena y asimilarla al persa y al chiismo.
En este contexto, los ahwazíes son ciudadanos de segunda clase en Irán. Se les obliga desde niños a estudiar el persa como única lengua, y cualquier reclamación de defensa de su lengua, cultura y tradiciones es tachada de separatista y amenaza a la seguridad e integridad del país. Incluso las protestas contra los vertidos tóxicos que se derivan hacia sus ríos, el desempleo y el empobrecimiento provocado de la región, son castigados con penas de cárcel y condenas a muerte. Son habituales los secuestros de mujeres y niños en la provincia, e incluso la persecución y secuestro de ahwazíes en países vecinos como Líbano. Desde el levantamiento de 2005, 151 ahwazíes han sido asesinados por las fuerzas de seguridad iraníes, y sólo en 2006 21 activistas políticos y de derechos humanos ahwazíes fueron ejecutados públicamente, a pesar de las presiones de la Comisión Europea y otros organismos internacionales. De los cientos de ejecuciones en Irán que denunció Amnistía Internacional en 2008, decenas eran de activistas árabes ahwazíes.
En la provincia son también cotidianos los desalojos y las expropiaciones de tierras, que se entregan a colonos persas para alterar el equilibro demográfico de la región. Estos datos y muchos otros se pueden leer en la carta que el Frente Popular Democrático Árabe Ahwazí dirigió a la Conferencia de las Naciones Unidas el pasado 1 de abril a través de la Organización de Naciones y Pueblos No Representados y en la que pedía su participación como pueblo árabe libre y autodeterminado, en un referendum que Irán se niega a aceptar. El cese de la ocupación iraní y la persecución antiárabe de su pueblo, la protección de los derechos humanos de sus ciudadanos, y el reconocimiento de su derecho de autodeterminación son las reclamaciones del pueblo ahwazí, de las que pocos medios se hacen eco. Apenas he encontrado referencias a este pueblo en la web, aparte de las de la propia comunidad ahwazí, que ha creado una amplia red en Internet.
Estos ataques contra la vida y la integridad del otro para su destrucción o su asimilación a la cultura dominante son, por desgracia, frecuentes. Es inevitable la comparación con el régimen de apartheid y aislamiento que ha instaurado Israel, al que el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad acusó en la Cumbre de la ONU contra el Racismo de genocida y racista. Esta acusación, que escandalizó a los países europeos de la Cumbre, es desgraciadamente cierta si nos atenemos a la represión, asesinatos, expropiación de tierras y negación de sus derechos fundamentales que sufren los palestinos desde hace décadas, pero no es Ahmadinejad el más indicado para lanzarla.
En enero, tras los ataques israelíes a Gaza, las ONGs ahwazíes convocaron una manifestación pacífica en solidaridad con los palestinos que fue duramente reprimida por las autoridades iraníes. El régimen había convocado su propia manifestación oficial de repulsa a Israel y cargó contra los manifestantes ahwazíes, que precisamente por su identificación con los palestinos consideran una amenaza.
Ante las constantes violaciones iraníes de derechos humanos en su territorio, cae en saco roto lo que podría ser una acusación legítima contra el régimen israelí. En materia de represión del otro, no tiene Irán nada que envidiar a Israel.
Leila Nachawati Rego
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