El autor del artículo se confiesa "abducido" por las más demenciales canciones del pop español de todos los tiempos,
Nuestra Sarita, Diva de la Disco Music a los 47 tacazos
No puedo evitarlo. Desde hace muchísimo tiempo me he sentido atraído por los ahora denominados "freaks" de la música. Me paro a pensarlo y no sé dónde podría estar la causa. Quizás en la colección de singles de mi tío, donde mezclados con los consabidos disquillos de los Beatles se encontraban joyas como los discos de regalo de Mirinda (fantabuloso y psicotrónico refresco muy popular en España en los años 70 y que ahora se comercializa en países sudamericanos, asiáticos y árabes con sabores tan descacharrantes como el narangótica que se distribuyó en México a raíz del estreno de la película Batman Begins) o del coñac Fundador, recio brandy español que no podía faltar en la mano de cualquier hombre que se tomara por tal. También había discos sencillos de Johnny and Charley, autores de la inmortal "Yenka", el gran Fernando Esteso, con su legendario hit trash-garrulo-pop "Bellotero Pop", los simpar Hermanos Calatrava, con su demencial versión del "La, la, la" eurovisivo, la cantautora oficial de la derechona española, la incomparable María Ostiz, con su exitazo "N'a veiriña do mar", el macarrónico Manolo Otero y su balada cachondona "Todo el tiempo del mundo", el ídolo del verano Georgie Dann, con su primigenio hit "Casatschok", el gran (en todos los sentidos) Demis Roussos con su "We shall dance" (esas túnicas), los ultrapopulares 3 Sudamericanos con otro gran éxito, "La chevecha", el Maestro Luis Aguilé, auténcia máquina de vomitar trash-hits y que merecerá algún día un artículo propio, el rey de la rumba-pop cañí, el único e inimitable Manolo Escobar, y muchos otros que mi trastornada memoria rescata continuamente de su ¿merecido? olvido.
Es posible que la visión de esas portadas (que van de lo surrealista a lo inenarrable), combinada con la ingesta continuada de la anteriormente citada Mirinda (cuya desaparición del mercado español muchos achacan a cierta toxicidad de sus componentes) provocaran en mí una especie de mutación, a simple vista inapreciable para el mundo, pero que dejó en éste que escribe la marca indeleble del futuro fan de la música (y la cultura) basura. Sea como fuere, ésta es mi condena, más o menos dulce. Siento una irresistible atracción por la música más deleznable e infame, por los subproductos más surrealistas y desvergonzados, por los cantantes más enloquecidos, por los vestuarios más horrendos y espantosos, y no puedo evitar esa fascinación. No estoy sólo, hay más como yo (ahí tenéis la increíble colección "Spanish Bizarro", de la cual he sido humilde colaborador aportando algunos temillas para uno de sus números) pero no sé si eso es un consuelo. Durante muchos años he dado (y doy) la tabarra a amigos, familiares, novias y conocidos intentando (casi siempre sin conseguirlo) convertirlos a la religión del Trash-Pop, pero solamente he conseguido algunas risitas nerviosas (evidentemente tratando de esconder sus serias dudas sobre mi estado mental) y poco más. Es igual, a mi edad ya no voy a cambiar, y además gracias a Internet he podido ampliar mi colección (ahora en gran parte digital) y conocer nuevos divos del Trash-Pop. Iré hablando de algunos de mis ídolos en sucesivos artículos, pero hay tantos que la tarea se me antoja ardua y dura.
Los hay de todos los pelajes. Está el típico humorista chabacano que se dedica a grabar sus gracias con más o menos fortuna, ya sea en forma de chistes, versionando temas de éxito o interpretando temas originales, propios o compuestos para él. Aquí tendríamos a los incomparables Hermanos Calatrava (al loro con esa versión del "Space Oddity" de Bowie, algo inenarrable), a Fernando Esteso (la "Bellotero Pop", la "Ramona", los "Desmenuzamientos filosóficos del fandango sentencioso"), al psicotrónico Emilio el Moro (especializado en versiones chabacanas de hits del momento), a Andrés Pajares (genial "Drácula Yé-Yé). Dentro de este subgrupo (mejor quedaría incluso decir "infragrupo") también incluiríamos a los simples cuentachistes tipo Arévalo, Paco Gandía, etc, con su amplio surtido de risas a costa de mariquitas, tartajas, cojos, retrasados, etc. Una jartá de reír. También tenemos al personal ajeno al mundo de la música al que se engaña (o que se deja engañar) para grabar unos temillas para gozo y disfrute del personal. Actores, toreros, futbolistas, presentadores de televisión, muchos de ellos han dejado plastificar su voz, la gran mayoría con horrendos resultados. Baste recordar los engendros perpetrados por el gran boxeador Perico Fernández dándole al ruackanroll más vasilón en "Fuera de combate", el patético intento de conversión del cutre-torero Jesulín de Ubrique en estrella del pop melódico, los susurros eróticos-discotequeros de Bibi Andersen, Susana Estrada y Sara Montiel, el desternillante recitado de Fernando Fernán Gómez (¡usted también, maestro!), la marcheta pop de Victoria Abril, y tantos otros de infausto recuerdo (para casi todo el mundo menos para mí, of course). El mundo de la rumba y el flamenco también nos ha dejado hitos incomparables en la historia de la trash-music. Animaladas machistas, defensa de los malos tratos a la mujer, venganzas gitanas, chulería calorra, garruleo carcelario y demás perlas trufan la triunfal carrera de elementos como El Payo Juan Manuel, El Pelos y los Marus, Los Chorbos y demás kíes talegueros.
Y dejo para el final mis favoritos, o por lo menos a los que les tengo más cariño. Ellos son los trash-singers convencidos de su bondad como artistas. Impávidos e impertérritos, afrontando burlas, risas y el cachondeo generalizado, cual Eds Woods de la canción, tienen un absoluto convencimiento de que, tarde o temprano, triunfarán. La mayoría no saben tocar, no saben cantar, su look es aterrador, no parecen pertenecer a este mundo, pero ellos siguen ahí, orgullosos de su arte, enarbolando altaneros sus cassetes de gasolinera, actuando en infames discotequillas en medio del cachondeo generalizado, y accediendo a una fama efímera e insólita hecha a base de risas a su costa. Simplemente, los adoro. Ellos, y yo, sabemos que tarde o temprano triunfarán, y el mundo reconocerá sus méritos. Ahí están Tamara, Luixy Toledo, Goyo Ramos, Cecilio, el Alcalde Rockero (aunque sobre éste elemento podríamos discutir, dada su dualidad político-artística) mi idolatrado Jorge Manuel y tantos otros cuyas carreras comentaremos tarde o temprano (eso ha sonado a amenaza). Y no quiero acabar sin mencionar a los futuros ídolos del trash-pop, gentuza ahora odiada pero que, tras su inevitable caída, acabarán engrosando las cubetas de saldos en mercadillos de barrio o las peceras de cristal de la sección de ofertas de los grandes almacenes o del chino de la esquina. Elementos que ahora pasean de manera farruca y altanera por los escenarios en medio del clamor popular, pronto serán pasto de coleccionistas de trash-pop. Tengo, personalmente, grandes esperanzas en la simpar Rosa López, ex-Rosa de España, en el tráshico Bustamante, en el "enrrollaete oficial" de Melendi y en tantos otros cuya carrera musical revisitaré con gusto dentro de muchos años. No he pretendido con este articulillo ahondar en explicaciones sesudas sobre la cultura basura, la psicotronía, el feísmo y el kitsch, sino hacer una introducción generalista a este fascinante submundo y a sus olvidadas "perlas musicales", que además amenazo con ampliar en próximas entregas con jugosísimas revisitaciones de los legendarios éxitos del Spanish Trash Pop. Y, para abrir boca, os dejo con una pequeña selección de éxitos cuya toxicidad musical está debidamente contrastada.
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