El escritor Joan Martínez Vergel publica el libro "De 8 a 3. Anécdotas de funcionarios", una jugosa recopilación de jugosas historias sobre los empleados de la Administración Pública.
Vamos a buscar información al archivo y, de paso, echamos un cafelito.
El día 8 de enero de 2009 se presentó en la sección de libros de unos grandes almacenes del centro de Barcelona el libro "De 8 a 3. Anécdotas de funcionarios" (Editorial Styria). El autor, el periodista Joan Martínez Vergel (Terrassa, 1967), ha trabajado durante más de 15 años en la Administración Pública, concretamente en un Ayuntamiento, aunque el señor Martínez Vergel no es estrictamente un funcionario, sino un "trabajador fijo laboral", esto es, una de las personas que se contratan temporalmente, sin mediar oposición, y ocupan el puesto mientras no se convoquen oposiciones para obtener una plaza "en propiedad".
"En propiedad", sí señor, porque esto es a lo que te da derecho el haber pasado unas oposiciones para optar a un puesto de funcionario: un puesto de trabajo en propiedad, con su escritura certificándolo y todo. Una especie de Eldorado (como bien dice el autor) para aquellos que tienen facilidad para el estudio y optan a un puesto de trabajo fijo, más o menos bien remunerado y con estabilidad a prueba de bomba. Seguro que esos 15 años trabajando para la Administración Pública le han dado al autor material para éste y varios libros más.
Sin entrar a valorar el sistema de selección del funcionariado español y sin ánimo de generalizar, las peculiares características de este grupo, con puesto en propiedad y a salvo de la precariedad laboral, favorecen que en su seno medren personajes cuya máxima aspiración es la de no pegar sello a costa del ciudadano, derivar responsabilidades y perfeccionar día a día el antiquísimo arte del escaqueo. Insisto, todo mi respeto para el funcionario que trabaja eficientemente, al cual cíclicamente le congelan el salario y que además tiene que aguantar las impertinencias de los maleducados de siempre.
El autor nos ofrece alguna de las "perlas" que adornan su recopilatorio. Entre ellas, la de un funcionario que pasó una nota por trabajar 25 horas en un día, ¡y la cobró! por ser del partido del concejal que autorizó el pago. También está el caso del funcionario que solicitó un permiso por la muerte de su padre. El caso es que dicha muerte había sucedido un mes y medio antes y encima el funcionario no había ido al funeral. También está el rocambolesco caso de detención de dos ladrones, que confesaron que el botín estaba escondido en un bosque. Tras recuperar el botín, volvieron al coche policial, pero éste se quedó sin gasolina. La surrealista historia acabó en una gasolinera, con dos ladrones empujando el coche, encañonados por un agente, mientras el otro conducía.
Un servidor tuvo un fugaz paso por la Administración Pública, contratado allá por el año 1984 por una "acumulación de trabajo" en la sede de la Seguridad Social en Barcelona. Decía antes que los 15 años del autor del libro en la Administración Pública le darían para escribir varios libros, y lo afirmo porque yo tuve la oportunidad de vivir historias insólitas, algunas sobrepasando ampliamente los límites del surrealismo. Recuerdo especialmente un día en el que un compañero me comentó si me interesaba comprarme una camisa. Ante mi cara de estupefacción, me dijo que en "en los servicios de la planta tercera" las estaban vendiendo. Imagínense mi cara de desconcierto cuando me aclaró que el vendedor era "un funcionario que las dejaba a muy buen precio". Con el tiempo, vi que se montaban verdaderos "mercadillos" en los servicios del edificio, donde uno podía comprar de todo.
También teníamos "el día de la bomba". Parece ser que había alguien (todo el mundo decía que "de aquí dentro") que de tanto en tanto llamaba a la policía e informaba de la colocación de una bomba en el edificio. Los novatos nos alarmamos la primera vez, pero alucinamos cuando vimos la parsimonia de los veteranos cogiendo tabaco y dinero para el bar y comentando "joder, éste ya estaba tardando". Todo el mundo a la calle, registro policial del edificio, y una horita de descanso para el personal.
Caso aparte era el de los "funcionarios errantes". Eran funcionarios conscientes de sus derechos, que sabían que era muy difícil echarlos. No pegaban ni brote, y cuando sus jefes se hartaban de ellos, simplemente los cambiaban de sitio. Recuerdo el caso especial de un funcionario de pelo largo y alpargatas, vamos, estilo "hippie", que se paseaba por la sección hablando con todo el mundo y portando bajo el brazo una carpeta en la que había escrito: "Carpeta Mía". Este hombre había ido rotando por todos los departamentos habidos y por haber, y jamás le vi trabajando.
Era fácil contagiarse de cierta inercia general, máxime cuando los propios jefes te sugerían "que te lo tomases con calma", y existía el habitual "paseo del folio", que consistía en coger un folio en blanco e ir a "buscar datos" al edificio en el que estaban situados los archivos. Tiempo medio de la gestión: 1 horita, más o menos, dependiendo de los amiguetes con los que te encontraras por el camino.
Como colofón, para no cansar a los hipotéticos lectores, una anécdota que, a mi parecer, revela la perfecta conjunción entre lo enrevesado de la burocracia y la desidia de algunos (insisto, no todos) funcionarios. Cierto día comenté con un compañero que había perdido mi cartilla de la Seguridad Social. Éste me dijo: "baja a la quinta planta y que te hagan una". Fui al sitio indicado y allí le comenté mi caso al funcionario que atendía la ventanilla. Me dijo: "coge un papel de ese montoncito, escribe tus datos y ponle un sello". Le pregunté: "¿Cuándo paso a buscar la cartilla?" Me miró como si estuviera loco y me dijo:
"No si eso ya es la cartilla, métela en una funda de plástico y ya está". O sea, un trámite que para un ciudadano suponía varios días de espera, un servidor lo había hecho en 2 minutos.
Espero que disfruten del libro. Aquí pueden leer parte del primer capítulo.
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