Han pasado las dichosas fiestas. Ya no volverá a ser necesario hasta el año próximo organizar cenas en casa, asistir a las que montan en la suya todas esas personas a las que si de verdad te apeteciese ver más a menudo, confiésalo, podrías llamar cuando quisieras y lo único útil que queda entre las sobras es alguna botella que ahora, por fin, podrás disfrutar como es debido, con una discreta y cachonda tajada casera en pareja.
Los turrones han vuelto a sobrar. Nadie come peladillas en el siglo XXI, ¿por qué la gente se empeña en seguir comprándolas?. Hay nueces en el aparador para saciar a cien ardillas y ya has bajado tres veces al contenedor para tirar todo el cartón que envolvía los regalos. Desperdicio sobre desperdicio si eran regalos para críos. Un niño occidental de hoy nunca apreciará ninguno de sus quince regalos tanto como se disfrutaba cada uno de ellos cuando sólo eran dos y algo de ropa y había que imaginarle cabezas a muñecos que ya no la tenían o crear fantásticas batallas entre soldados de diez guerras distintas sin que a Napoleón le resultase extraño masacrar a las tropas africanas del general Patton.
Llegas a casa después de tu primer día de trabajo tras las vacaciones. No tienes planes para el fin de semana por primera vez en un mes y tampoco los echas de menos. Miras a tu alrededor y descubres un páramo en el que de pronto todo te parece obsoleto: ruinas del período navideño.
¿Es un momento triste? No, en absoluto, es un momento de paz. Decides recoger un poco, desmontar el maldito árbol. Descubres en el aparador una botella de cava, aquella que llegó con la cesta de la empresa y por algún motivo no has llegado a abrir. Si tienes suerte será un Agustí Torelló, un Gramona, un Juvé i Camps o alguno de los de la gama intermedia de Recaredo, Freixenet, Codorníu o Castillo de Perelada. Si tienes más suerte aun será un buen champagne. Si es un cava, pero de los de 5 la botella, no lo tires, te vendrá bien para cocinar.
La industria del vino espumoso se pasa el año entero desgañitándose para hacernos comprender que su vino no es estacional, que no hay por qué reservarlo para fiestas navideñas y otras celebraciones dignas de espuma y lo cierto es que tiene razón. Un buen cava es un buen vino con burbujas. Ni mejor el 25 de diciembre ni peor el 8 de enero. De hecho, puedes disfrutarlo mucho más si lo desvinculas del exceso festivo y lo disfrutas en la intimidad.
¿Ya has terminado de recoger? Bien. Pon la botella a enfriar. Baja al chino y compra un paquete de velas de esas que cuestan un euro la bolsa de kilo. Si es un chino bueno compra también sales de baño. Si es de los malos, te tocará ir a la droguería o al súper.
Vuelve a casa y cierra todas las puertas y ventanas, que no se escape un solo grado centígrado, que hace un frío que pela estos días. Ve al baño y deja que corra el agua caliente hasta llenar la bañera. Sí, ya lo sé, hay problemas con el abastecimiento de agua en las grandes ciudades. Es mejor ducharse porque se gasta menos agua, pero ten en cuenta que la bañera la vas a compartir, el despilfarro sólo es medio despilfarro.
Cuando la temperatura del agua esté a tu gusto, y al suyo, saca la botella de la nevera. Es bueno que esté fría, pero no demasiado. Sirve dos copas y si es posible, llévate la botella al baño con una hielera o cualquier otro recipiente en el que quepan la propia botella, algo de hielo y agua. Así se mantendrá frío el vino. Pon algo de música, yo personalmente recomiendo voces negras femeninas del jazz, Sarah Vaughan, por ejemplo: dont blame me for falling in love with you... enciende las velas. Desnúdala (o desnúdalo, yo es que soy tío). Pon las sales en el agua. Entrad en la bañera. Encontrad una postura cómoda para los dos y disfrutad de la música y del vino, primero en la copa.
Una de las cosas que ninguna campaña publicitaria de cava o champagne dice es que la mejor forma de beberlo no es en la copa, acompañando a éste plato o al otro. No. Como mejor sabe un vino espumoso es sobre la piel de quien comparte contigo la bañera. El vino es fresco, floral y espumoso, la piel es tibia, salada y densa. El vino discurre sobre la piel mojada muy deprisa, pero despierta a su paso todos los poros dormidos y en esos mismos poros te puedes recrear tú tan despacio como quieras, tan lenta y cuidadosamente como necesites para olvidar que hace apenas dos días tenías en casa a diez seres humanos empeñados en comer tanto como les permitieran sus estómagos, en cantar canciones absurdas que además nadie recuerda del todo, en quedarse hasta que ya era evidente que no podías soportar más tanto ruido y tanta gente.
Disfruta de la última botella de cava de la Navidad como si fuese el primer vino que pruebas que sabe a lo mismo que la piel de esa persona a la que poco después de beber el primer trago te estarás comiendo cruda. Verás como mañana llegas a la oficina, esta vez sí, con la sonrisa de quien ha disfrutado de una espléndida fiesta.
PS: Si vives solo, vale todo lo anterior, pero me temo que por mucho que te quieras el vino tendrás que beberlo en la copa. Prueba a acompañarlo con una buena novela.
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