Seguro que todos recordamos la película El show de Truman, protagonizada por un sorprendente Jim Carrey. Uno de los protagonistas fundamentales de la película es, sin duda alguna, el escenario, formado por una pequeña población americana completamente perfecta, con sus maderas, sus casas blancas, sus adosados y su pulcritud perfecta.
Imagen de Seaside (Florida)
Sin embargo, y de forma paradójica, lo que en la ficción es un decorado se filmó en un lugar real: un pueblo de vacaciones en la costa de Florida [Seaside] proyectado en los ochenta por dos urbanistas de Miami ( ), un pueblo, además, que se ha convertido en el símbolo del 'nuevo urbanismo' norteamericano. Lo cual es un síntoma llamativo de la proliferación del simulacro en el mundo contemporáneo; pero también al carácter engañoso de la percepción de la realidad y a la naturaleza falsa o fingida de nuestras propias vidas. Todo esto, vía Fernandez Galiano, un activo cronista de los desperfectos que ocasiona el Nuevo Urbanismo y las tendencias de Urban Sprawl.
Resulta, sin duda sorprendente. Estoy seguro de que la mayoría de nosotros vimos la película pensando que el esfuerzo del equipo de decorados era extraordinario, como si no fuéramos capaces de adivinar que ese mundo tan "irreal" ha sido pensado por la mente humana y construido con las manos humanas como modelo de convivencia urbana. Precisamente, en una película que refleja algunos de los síntomas del hombre moderno: su alienación comunitaria, los excesos de la televisión como sistema de producción colectiva de emociones de consumo, la sinuosa línea que divide lo real de lo irreal, la confusión de lo público y lo privado, cuando no el desprecio hacia los espacios públicos, etc. Como plantea Fernandez Galiano:
Seaside es el mascarón de proa de un movimiento urbanístico hostil a la modernidad que se inició simultáneamente hace tres décadas a ambos lados del Atlántico. En Europa abarcaba desde las utopías antiurbanas de la izquierda libertaria hasta el historicismo hiperurbano del comunismo ortodoxo; las derivas situacionistas, que entendían la ciudad como un panorama azaroso de sucesos; el desurbanismo maoísta, empeñado en borrar los límites entre la ciudad y el campo; y el tradicionalismo marxista de arquilectos como Aldo Rossi o Leon Krier, programáticamente entregado a la reconstrucción de la ciudad preindustrial, tenían en común el rechazo de la modernidad burocrática de la posguerra. En Estados Unidos, esa reacción se manifestó a la vez en la contracultura ecológica y comunitaria de los campus californianos, y en el populismo urbanístico de Robert Venturi y Denise Scott-Brown que invitaban a aprender de Las Vegas; todos ellos se enfrentaban a la condición abstracta y deshumanizada de la arquitectura y la ciudad modernas.
Este tipo de sueños de la razón urbanística están también en la línea de las urbanizaciones de interés común (Common Interest Developments, CID por sus siglas en inglés), un modelo de desarrollo urbano basado en una concepción restrictiva de la vida en comunidad, precisamente todo lo contrario a la idea básica de ciudad sobre la que me gusta apoyarme. Las CID emplean contratos explícitos entre los residentes para seleccionar las clases de políticas y de comodidades que los gobiernos locales tradicionalmente determinan, sustituyéndose de esta forma el gobierno local por una suerte de gobierno de propietarios del condominio. Las CID reglamentan el uso de la propiedad, proveen de servicios locales solventados a través de impuestos, y son propietarias colectivamente de playas, parques, piscinas, lagos y edificios. En los Estados Unidos, el 80 por ciento de los nuevos desarrollos habitacionales son CID, y aproximadamente el 18 por ciento de la población del país vive actualmente en una de las 274.000 urbanizaciones de viviendas CID. Aproximadamente 46.000 CID son comunidades cerradas que restringen el acceso. En La era del acceso, Jeremy Rifkin abordó esta cuestión señalando que las normativas y las administraciones de estas comunidades son estrictas en la búsqueda de homogeneidad social, algo en las antípodas de la ciudad diversa y compleja que defiendo, y en las que falta cualquier tipo de espacio público o comunitario. Son parques temáticos, creados a gusto del consumidor de su propia vida y, como afirma Vicente Verdú en El estilo del mundo:
La "mcdonalización" del mundo que uniformiza los consumos, estética y ambientaciones a lo largo de todo el planeta. La omnipresencia norteamericana en todos los ámbitos de nuestra vida mediante la seducción. En contra de la sensación dominante, EEUU "no espera obtener los mejores beneficios de ser temido sino de ser encantador. Bush ha sido la escreciencia de un capitalismo wilsoniano". El modelo es Las Vegas, una ciudad teatral. La tendencia a implantarse son las CID, urbanizaciones de interés común donde no existe nada público, todos son copropietarios/accionistas de zonas verdes, calles, alumbrado público, etc...
Estos CID representan un extremo de lo que en Latinoamérica y en España se han llamada Urbanizaciones cerradas, aunque en nuestro país, principalmente se han desarrollado siguiendo criterios de exclusividad económica (la barrera de acceso es el alto precio) más que por criterios temáticos o de elección de estilo de vida.
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