La Quinta del Buitre cumple 25 años

4 de diciembre de 1983. El Real Madrid se enfrenta en La Condomina al Murcia en partido de Liga. Alfredo Di Stefano, entrenador de los blancos, toma la feliz decisión de hacer debutar a dos chavales que despuntan en el equipo filial, un Castilla líder de Segunda División que causa admiración por su juego. Uno de esos jugadores era Manolo Sanchís, un mediocentro de gran clase hijo del ilustre jugador integrante del Real Madrid ye-ye; el otro, Rafael Mártín Vazquez, centrocampista de extraordinaria calidad. El Madrid ganó aquel partido, con una gran actuación de ambos y gol de Sanchís.

25 años han pasado desde aquel día en que, en el murciano césped de La Condomina, la Quinta del Buitre diera sus primeros pasos en Primera División. Aunque en realidad la leyenda de la Quinta había comenzado unos días antes. Concretamente el 14 de noviembre, cuando el periodista Julio César Iglesias publicó en el diario El País un artículo titulado ‘Amancio y la Quinta del Buitre’, donde hablaba de una generación de jugadores que maravillaba en el Castilla a las órdenes de Amancio Amaro. Los jugadores de los que hablaba Julio César Iglesias eran -además de los citados Sanchís y Mártín Vázquez- Butragueño, Pardeza y Míchel. El nombre de la quinta surgió del apelativo con el que se conocía a uno de ellos, que ni siquiera era el que más destacaba por aquel entonces. El periodista no podía imaginar en aquel momento que había creado una leyenda.

Contaba Julio César Iglesias que Di Stefano habló con él poco después y le confesó que iba a subir al primer equipo a cuatro de esos jugadores. Dicho y hecho. A Sanchís y Martín Vázquez se unió Pardeza días más tarde y Butragueño, que debutó el 5 de febrero contra el Cádiz marcando dos goles. Míchel tuvo que esperar su oportunidad en el filial hasta la siguiente temporada, con Amancio en el banquillo del primer equipo.

La Quinta del Buitre la formaban cinco jugadores talentosos y diferentes. Diferentes al jugador tipo español de aquellos años, donde predominaba la garra y la furia, y diferentes y complementarios entre sí. Sanchís empezó siendo un centrocampista sobrio y pulcro, con excelente visión de juego, siempre con la cabeza levantada. Pronto encontró su lugar ideal en el centro de la defensa, donde su inteligencia, su sentido de la colocación y su excelente salida de balón lo convirtieron en el mejor de España en su puesto. Martín Vázquez era el que más calidad atesoraba de aquella camada. Era un centrocampista total, de exquisita técnica individual con ambas piernas, buen desplazamiento de balón y buen disparo, que igual podía ejercer de director de orquesta que acostarse a cualquiera de las bandas o jugar por detrás de los delanteros, más cerca del área. Pardeza era un extremo que rompía con su habilidad y velocidad a los defensas rivales y Míchel tenía un guante en el pie derecho, colocando centros y pases largos con precisión milimétrica. Butragueño, por su parte, era un delantero imaginativo e imprevisible que detenía el tiempo cada vez que se paraba en el interior del área con el balón en sus pies esperando el gesto del impaciente defensa para ejecutar el regate. Aunque eran jugadores diferentes, algo era común a todos ellos: la indiscutible calidad y la inteligencia para ver el fútbol.

Gol de Butragueño contra el Cádiz

Estos jugadores –excepto Pardeza, que ante la dura competencia de Butragueño, Valdano y Hugo Sánchez terminó fichando por el Zaragoza, donde se terminó convirtiendo en un jugador clave y ganó dos Copas y una Recopa- fueron la base del Madrid que dominó el fútbol español durante la segunda mitad de los años 80, consiguiendo cinco ligas, dos Copas del Rey  y dos Copas de la UEFA, con un fútbol atractivo, dinámico y vistoso. Aunque en su tiempo parte de la afición y la prensa los acusó, sobre todo en sus últimos años, de indolentes y prima donnas, el tiempo ha puesto en su sitio a estos magníficos jugadores. Evidentemente, estuvieron acompañados por un nutrido grupo de grandes futbolistas que contribuyeron de manera inestimable. La agilidad bajo los palos de Buyo, la seguridad defensiva de Maceda, Camacho y Chendo, las infatigables carreras por la banda de Gordillo, la clase en la dirección de Schuster y Jankovic, la elegante polivalencia de Gallego, el oportunismo de Valdano o la voracidad goleadora de Hugo Sánchez fueron claves en aquella brillante etapa.

No se puede terminar un texto sobre la Quinta del Buitre sin hablar de la espina clavada, la Copa de Europa. El Madrid cayó tres años consecutivos en semifinales ante Bayern de Munich, PSV Eindohven y Milan. La eliminación que más dolió fue la de 1988 ante el PSV, ya que el Madrid, en un momento dulce, no supo materializar su evidente superioridad sobre el cuadro holandés. El conjunto entrenado por Hiddink, que acabaría siendo campeón, arrancó un 1-1 del Bernabéu y consiguió mantener el 0-0 en Eindohven ante el asedio madridista. La oportunidad se había esfumado, porque luego llegaría el intratable Milán de Sacchi y los holandeses. El único de aquella generación que logró arrancarse la espina fue Manolo Sanchís, que en la recta final de su carrera terminó ganando la Liga de Campeones en dos ocasiones (1998 y 200), la primera de ellas jugando de titular.

El famoso 5-0 contra el Milan de Sacchi

No obstante, por encima de los títulos, el gran legado de la Quinta del Buitre fue el juego que practicó, sacando al fútbol español del la mediocridad en que se hallaba con un fútbol alegre donde la calidad y el talento prevalecían sobre la fuerza y la sobrevalorada furia. Un guante que recogió Cruyff en los 90 con su Dream Team y que aún es visible hoy en día en el Barça de Guardiola o en la selección española.