¿Nos quitarán también la Navidad?

Parece que tan brillante idea ya empieza a calar entre ciertos sectores. Como ejemplo, el comentario del dirigente de Izquierda Unida, primer teniente de Alcalde y delegado de Infraestructuras para la Sostenibilidad de Sevilla, Antonio Rodrigo Torrijos, que al anunciar unos cambios en la próxima iluminación navideña correspondiente al año 2008-2009 definió esta festividad cristiana como “Alumbrado del solsticio de invierno”. La cuestión está en el aire, a pesar de que uno de los causantes de la polémica sea un iluminado que entre otras joyas que suelta por esa boquita de piñón nos encontramos con que “las almejas son de derechas, comprobado científicamente ya que sueltan el chorrito de agua por la derecha…”

Pues nada, a hacerse paganos, que también mola

Corren malos tiempos para aquellos que dirigieron durante siglos y siglos los destinos del hombre, apropiándose en la mayoría de los casos en su propio beneficio del concepto de la trascendencia que en mayor o menor grado cada ser humano suele desarrollar a lo largo de su vida, pues son perseguidos por gran parte de sus antiguos acólitos, conversos ahora de la peculiar doctrina del aconfesionalismo estatal y la tolerancia religiosa, donde curiosamente prima el nietzscheano Dios ha muerto, pero el cristiano, claro, porque el musulmán a ver quien tiene huevos de decirlo.

La Iglesia, como ente que pretende servir de intermediario entre los designios de Dios y las miserias de los hombres, aprovechó e incluso aumentó durante siglos los miedos humanos y los terribles castigos divinos para mantener a su gigantesco rebaño estabulado dentro de los límites de su poderoso dominio terrenal, abonado de diezmos que los fieles debían pagar si no querían terminar sus días asando castañas en la barbacoa del señor del tridente.

Ahora resulta que es la Navidad la que se encuentra en el punto de mira. Una celebración que es adaptación cristiana del solsticio de invierno celta, también adorado más tarde por los romanos como el Festival de Saturnalia, en honor a Saturno, el dios de la agricultura y las cosechas. Después nacía un niño sol, el 25 de diciembre, el Sol Invictus, el sol invencible. Como la mayoría de las religiones, la cristiana adaptó las más importantes festividades de las anteriores, como éstas habían hecho a su vez de las que les precedían, así hasta remontarnos a la noche de los tiempos. Una adaptación que como suele suceder, caló hondo en el imaginario colectivo y que llega hasta nuestros días convertida más en un icono consumista que en una celebración religiosa.

Pero sobre todas las cosas, se trata de una tradición grabada a fuego en el acervo espiritual y cultural de la, valga la redundancia, cultura occidental, continuamente maltratada y por como está el patio últimamente, herida de muerte con dos trayectorias. Una tradición que se quieren cargar esos políticos que pierden el tiempo con disquisiciones bizantinas sobre este tema en lugar de dejarse la piel en los problemas que realmente preocupan al más corriente de los mortales, como es tener qué comer, así como un lugar donde comerlo. Una gente que nos vende la tolerancia religiosa con una mano pero con la otra arrea con fuerza a esa Iglesia en la que, aunque no lo reconozca, cree tanto como sus fieles, ya que el que odia y combate algo, cree en ello, igual que les pasaba durante nuestra nefasta y para muchos no olvidada guerra civil, donde los que disparaban y quemaban las imágenes de los templos no hacían sino rebelarse contra un Dios y sobre todo unos intermediarios, que jamás se ocuparon de ellos. Si de verdad no se cree, ya lo dice el refrán, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.

Políticos por cierto que reniegan de una religión que les fue impuesta en su juventud pero que muchos de ellos llevan a sus hijos a colegios religiosos privados, y que bajo ningún concepto estarían dispuestos a perder su paga extraordinaria de Navidad, ni por supuesto los días de vacaciones correspondientes a Navidad o el Día de Reyes, otros que… Y como ellos, todos esos padres a los que le rechinan los dientes cuando ven un crucifijo en las clases de sus hijos pero que se empeñan la vida en financieras usureras para pagar la ostentosa comunión del Luismi, que como mínimo la tiene que hacer disfrazado de capitán de corbeta, o las que se casan por lo civil vestidas pomposamente de blanco, señal de virginidad, cuando a ellas teóricamente les tiene que dar igual, no como a las que se casan por la iglesia, en las que querer nos siempre es poder, y rara es la moza que hoy en día llega con su virtud intacta al, teóricamente para ellas, sagrado contrato. Mozas por cierto que mandaron a hacer cola al Inem a profesionales de aquella increíble especialidad de cosedores de hímenes, y que curiosamente de nuevo torna a nuestros días con fuerza en el mundo gitano y musulmán, donde según contaba un artículo de 20minutos, por 2.000 euros incluso hay gente que se lo rehace para que la desvirguen de nuevo a los cincuenta años. Qué cosas. 

En fin, a ver por donde nos salen estos pájaros. Desde luego, si retomamos al paganismo, pues retomemos en serio. Pero sin mariconadas. Volvamos a especular sobre el futuro observando el vuelo de las aves, leyendo en sus entrañas, a interpretar las runas, hacer sacrificios de todo tipo para calmar a las fuerzas de la naturaleza. Incluso, ahora que me viene a la cabeza, cambiar la festividad del 1 de mayo, el Día del Trabajo, que como están las cosas mejor llamarlo Día del Paro, y celebrar la noche del 30 de abril al 1 de mayo como la noche de Walpurgis, aquella en que muere Odín y el mundo de los muertos y las tinieblas acecha a los vivos, que se defienden con hogueras y celebran así de paso la llegada al día siguiente de la primavera. Tendremos que repasar la peli de Paul Naschy, alias Jacinto Molina, La Noche de Walpurgis, para estar al día en caso de que toque hacerse paganos.