En esta ciudad de viento el frío helado de los recuerdos se mete a veces hasta las memorias más amargas. Por desgracia los recuerdos, los malos, están amparados por los políticos que nos han tocado en suerte y por los delegados del Gobierno en Aragón que uno tras otro, amparan a los destructores de la democracia y la libertad.
Cada 20-N desde hace unos años Zaragoza vive una situación anómala. Nuestro delegado del Gobierno, Javier Fernández, militar en la reserva, colocado por el PSOE, equipara, como si tal cosa, a los nostálgicos franquistas, a sus cachorros fascistas y neonazis, y a quienes aspiran a vivir en libertad, en igualdad, y en democracia.
Los equipara en la teoría, y los desequipara en la práctica. Es decir, Fernández sale a la palestra, antes, durante o después de la semana del 20-N y asegura que "todos los actos" alrededor de la fecha serán prohibidos "para evitar incidentes". Con ello equipara al fascismo antiguo y nuevo que vive en las cavernas de esta ciudad con las manifestaciones de colectivos, asociaciones de vecinos, partidos políticos democráticos y sindicatos que pretenden celebrar, año tras año, el fin de la dictadura, y demostrar a la caverna que el fascismo no tiene sitio.
Pero el matiz viene después (Mecano dixit). Como todos los años, los fascistas, franquistas, nazis y amigos de la desigualdad y la dictadura, podrán celebrar sus actos mientras se criminaliza a los otros. A nosotros. El año pasado mintió Javier Fernández y dijo que no entraron los neonazis a honrar a tres de su camada que murieron en accidente de tráfico. Mintió. Yo estaba allí, haciendo mi trabajo, y los vi entrar, poner flores y salir, mientras a mi cámara y a mi nos registraban e identificaban, y, al día siguiente, sólo Aragón Televisión sacó las imágenes, gracias a que logramos grabar. Los demás medios dieron por buena una versión oficial que era mentira.
Mientras, la Policía Nacional, por la tarde, había impedido a una manifestación antifascista vecinal acceder al cementerio para poner flores en la tapia donde cientos de zaragozanos fueron asesinados durante la Guerra y la postguerra por el fascismo.
Durante esos mismos momentos Cuarte de Huerva era tomada por grupúsculos neonazis que celebraban bajo vigilancia policial un concierto. Como hace unos meses La Cartuja, y como este mismo fin de semana volverá a pasar.
Volverá a pasar porque el Delegado del Gobierno este año ha decidido prohibir todos los actos alrededor del 20-N, pero se inhibe de la celebración de un acto neonazi en la ciudad. Ha prohibido todos los actos, pero ayer, la Avenida César Augusto fue cortada por toda una cuadrilla, bastante grande, de gente, que después de celebrar una misa por el dictador asesino Francisco Franco, decidió salir a cantar el Cara al Sol a la calle, mientras la policía, lejos de impedir el acto, los observaba desde la distancia. No es cierto, por tanto, que la Delegación del Gobierno impida los actos del 20-N, aunque Javier Fernández lo diga año tras año.
Esa es la memoria histórica de Zaragoza, custodiada por su Delegado del Gobierno, que permite concentraciones neonazis, cánticos falangistas y vigila y reprime a los vecinos que pretenden decir no al racismo, al fascismo, a la dictadura. Así estamos todavía.
Esta es la ciudad del viento en la que me ha tocado nacer, crecer y vivir. La ciudad de un viento cortante que a veces, unido a las actitudes de los que nos gobiernan, se nos mete hasta el tuétano. Hasta el sitio donde el cordón umbilical que nos une a quienes un día lucharon y murieron por la libertad en esta ciudad tiembla de enojo por ver lo que hemos hecho con su legado.
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