Dia de Todos los Santos versus Halloween

La fecha se acerca. De nuevo, como todos los años, una ingente y plañidera masa ocupará los cementerios para limpiar lápidas, colocar flores y escupir plegarias al aire con la esperanza de que sean percibidas por aquellos familiares que abandonaron un día este valle de lágrimas y cuyas alegrías o lamentos navegan libres por otra realidad. Una tradición que, pese a su fuerte arraigo patrio, cada vez va perdiendo terreno frente al poderoso impulso de la colonización cultural yanki, que una vez ha conseguido imponernos su cine, sus series de televisión y gran parte de su estética, ahora lo intenta con fuerza con sus tradiciones.

Pero hasta ahí hemos llegado, McFly. Sólo faltaba eso. Porque ellos también adaptaron una tradición como les vino en gana. Los celtas, grandes conocedores de la naturaleza, a la que amaban tanto como veneraban, fueron los que se inventaron esta tradición que se extendió después a múltiples países.

Allá por tierras irlandesas, estos bravos guerreros, de la mano de sus druidas, celebraban el final del verano y principio del invierno con una fiesta, la noche del 31 de octubre, llamada Shamhain, y que por cierto era como nuestra nochevieja, quizá también con el Ramón García de turno dando la brasa, pues el 1 de noviembre correspondía a su primero de año.

Esa última noche del año, en lugar de irse todos de farra vestidos de domingo a la choza de algún mozo del poblado, la peña se quedaba en casita, colocando en la ventana tantas velas como familiares difuntos tuviesen. Resulta que existía la leyenda que decía que esa noche tocaba visita tipo Plómez de todos esos familiares, y las velas servían de especie de GPS con el que poder orientarse para llegar a su antigua casa desde donde quiera que se encontraran. Pero amigo, si no se ponían estas velitas, los espíritus malignos se tiraban la noche haciendo de las suyas en la casa rebelde, con el consiguiente acojone de los habitantes.

Esta tradición hizo mella y continuó durante unos cuantos siglos, hasta que llegó la Iglesia Católica con las rebajas y convirtió el Shamhain en una nueva fiesta llamada Día de todos los Santos, en homenaje a todos aquellos santos que no tenían día propio, y seguir así celebrando un día sagrado desde tiempo inmemorial solo que adaptado a las directrices de la nueva empresa que lo absorbía, y encima manteniendo el mismo número de trabajadores de la anterior empresa pagana, por lo que el negocio les salió redondo. En Inglaterra, Irlanda y Escocia se llamó entonces All Hallow´s Eve, Víspera de Todos los Santos, y de ahí se llegó poco a poco a Halloween.

Lo que pasa es que en España, nuestro natural amor por lo macabro, por las procesiones de ánimas, por los cementerios, por contar desgracias pegados a una botella de orujo, por ver a la de la guadaña a los pies de la cama afilando su oxidado instrumento mientras nos contempla sonriente, derivó por otros derroteros mucho más chulos y literarios que los de nuestros amigos del país del tío Sam. Ellos crearon todo un merchandaising entorno a los disfraces, odiosos niños dando calor toda la noche para que les den cuatro sugus o un puñado de triskis, películas de terror donde Jamie Lee Curtis se dejaba las cuerdas vocales chilla que te chilla a intervalos de cinco minutos,

 Jamie sigue gritando igual 20 años después

 o con su icono terro/pop más emblemático, el Jack O´lantern, más conocido como la calabaza de Halloween.

  La Ruperta americana

 Originalmente se trataba de un nabo hueco con brasas en el interior, derivado de una leyenda sobre un tal Jack que se la metió doblada al diablo y éste, cuando le tocó abrirle la puerta del averno, una vez descorrido el cerrojo face y la cadenilla, le dijo que a pelarla, que se fuera por donde había venido, le dio un nabo hueco y echó unas pocas brasas que tenía por allí y el pobre Jack se fue por donde había venido. Y fueron los emigrantes irlandeses en América, sobre el 1840, y no los primeros colonos del mítico Mayflower power, los que sustituyeron el nabo por la calabaza, ya que era más gorda y alumbraba más que un saco de gusiluz.

Mientras los americanos montaban su peculiar chiringuito propio, por aquí nos tomábamos más en serio las cosas, y gente como Bécquer, recopilaba tradiciones que luego plasmaba acertadamente en sus Leyendas y Narraciones. Como El Monte de las Ánimas. Preciosa leyenda desarrollada en Soria, en un misterioso monte donde los Templarios parece ser que hicieron de las suyas. El relato, ideal para leer éste viernes por la tarde-noche, mezcla batallas, noches aterradoras y la maldad de una prima para con su primo empalmaete. La clave es la recreación de un ambiente, de un estado anímico, de un gusto por lo misterioso y de ultratumba, que en nada se parece al Halloween americano, más preocupado de vender caretas y porquerías varias que no tiene ni idea de lo que es contar historias de muertos la noche del 31 de octubre, en un pueblo perdido Castilla, a la luz de una chimenea, hartándonos de huesos de santo y de buñuelos de viento, donde el más viejo del lugar narra aterradores leyendas en las que, de vez en cuando, se cuelan entre el crepitar de las llamas gritos ahogados de difuntos que quieren decirnos algo.