Los nuevos Carpantas

El arquetipo original nació allá por 1947, en el semanario infantil Pulgarcito de la editorial Bruguera, protagonizando una de sus secciones. Simbolizaba tal personaje el durísimo hambre de la posguerra, donde soñar con un pollo humeante y churruscadito excitaba más incluso que un mano a mano con Rita Hayworth o Lola Gaos, si es que a algún desaprensivo le pondría palote ésta última, claro. Dicho arquetipo se mantuvo en activo durante unos cuantos años, quizá hasta el desarrollismo de los sesenta, aunque, cuando menos se esperaba, vuelve a renacer en la actualidad quizá de las cenizas aún humeantes de aquellas imaginarias barbacoas que saciaban sus carencias.

Tienes más hambre que Carpanta

Pues parece que sí. El viejo Carpanta, como si del mítico eterno retorno Nietzscheano se tratase, regresa en ésta difícil y crítica época convertido en una multitud informe que patea las calles en busca de algo que llevarse a la boca.

Sin embargo, los nuevos Carpantas no gastan levita negra, camisa de rayas, cuello duro y canotier en la cabeza con el que ocultar un poco sus famélicos pensamientos. Tampoco tienen una gigantesca boca abierta, por la que asoman normalmente uno o dos dientes, tipo cuñaaaooo, sino que todavía lucen un atuendo de prendas de cierta calidad y en el que incluso de vez en cuando aparece alguna primera marca no falsificada por los chinorris. Pero como no siempre es oro todo lo que reluce, esta nueva legión carpantera, producto de traicioneras subidas de euribor, expedientes de regulación de empleo o sufridores morosos de préstamos de intereses leoninos –compra de gigantescas pantallas de plasma, vacaciones en las que no falte de ná, comunión de la Desi, etc- se ha echado a la calle vestida con los restos de las épocas de vacas gordas pero sufriendo el mal endémico de las épocas de vacas flacas. La pérdida de la vivienda y el hambre.

Un buen número de españoles ha perdido su casa al serle imposible el pago del recibo de cada mes, y el banco, que antaño ignoró el importante riesgo que asumía con la concesión de la hipoteca, debido en muchos casos a directores leñeros que obligan a los comerciales a sacar operaciones adelante cueste lo que cueste, ahora también ignora las súplicas de su ex cliente y lo ponen de patitas en la calle, para patrullar en comandita con otros tantos como él a los que un día también firmaron una hipoteca con un interés bajísimo con el que vacilaban a sus amistades.

Suelen ser familias en las que hasta hace poco ambos trabajaban y ahora uno de ellos, o los dos en el peor de los casos, ha perdido el empleo, con dos niños que no se enteran de que va la película, y que tienen incluso a veces que tirar de comedores sociales para calmar un poco al gusano cabrón que ruge incansablemente acomodado en sus tripas, o lo que es peor, en la de sus hijos.

Al igual que Carpanta, que por cierto en 1951 supimos que su nombre completo era Paco Carpanta y Gazuza, culminando así el concepto de ser hambriento ya que carpanta significa hambre violenta y gazuza apetito descomunal, muchos de su nueva versión 2.0 también se han instalado bajo un puente como último recurso, e igual alguno habrá como su amigo Protasio, que tiene fijada su residencia en un tonel.

Ahora parecen que tiene éxito otra vez las recetas baratas, los sustitutivos de productos encarecidos, margarina por mantequilla, pan duro recalentado en microondas, leches de padre desconocido, bocata de chopped versus bocata jamón ibérico, macarrones caducados del Dia, cáscaras de patata para hacer sopa… En cualquier canal de televisión se inventan mil y una soluciones para sobrellevar la crisis.

Sin embargo, espero que el papel que ejecutaba Escobar en las desdichadas aventuras de Carpanta, ejerciendo de poder supremo que manejaba a su antojo la vida del personaje, no sea el mismo que ejerza el Estado con estos pobres desgraciados que sufren en sus carnes la mala gestión de una economía y en la que siempre se ha actuado en beneficio de unos pocos frente al beneficio de una totalidad.

  Hablando de los problemas con humor