YO FUI SEGUIDOR DE STALLONE

Algo tiene este Sly. Por mucho que rajen los eruditos del séptimo arte en sesudos análisis sobre su persona, el mozo tiene un yo qué sé, un qué se yo, que consigue confundir al resto de los mortales respecto a sus sentimientos hacia él, donde la frágil barrera que separa el amor y el odio está formada en este caso concreto por numerosos retazos de nuestra infancia, que de forma inaudita resisten impasibles ante los continuos tirones de nuestra supuesta madurez.

Más fuerte que el vinagre

Que sí. El que esté libre de pecado que tire la primera Mahou. Una gran mayoría de los que actualmente bufan y rebufan en esperanto cada vez que el inexpresivo cachas -poseedor de algunos músculos que aún no han sido catalogados por la anatomía moderna- aparece con una nueva aventura de Rocky Balboa o John Rambo, seguramente fliparon, e incluso emularon al susodicho en los albores de su adolescencia, inflando a leches al hermano pequeño en el tercer asalto del improvisado ring de su cuarto, o bien dejando marcados todos los cristales de la casa gracias a la ventosa de su flecha de plástico, con el consiguiente peligro de mamá vietcong.

Por supuesto, yo también fui uno de ellos. Nunca lo olvidaré, lo tengo grabado a fuego en uno de los compartimentos de la memoria. Concretamente en el que pone Adolescente Gilipollas. Recuerdo perfectamente aquella tarde, con trece o catorce años, sentando en el cine con un montón de compañeros del colegio. La película, Rocky IV. Casi ná.

Un malo maloso llamado Iván Drago, interpretado por el también inexpresivo bigardo Dolph Lundgren, pone tierno al simpático Apollo Creed, antaño rival de Rocky y ahora amigo del alma. Tan tierno lo pone que el bueno de Apollo se reúne con el Hacedor, con la cara como un pan eso sí, y Rocky decide vengar la muerte de su amigo con un combate en tierras de los ruskis. El resto ya se sabe, entrenamientos de ambos, las que te van a caer chaval, pues anda que a tí, que tu madre tal… En fin, lo típico. Mi recuerdo se centra cuando se produce el combate en Rusia y ponen los himnos. Con los primeros acordes del himno ruso, absolutamente todo el cine comenzó a gritar como posesos, nosotros entre ellos, pidiendo la cabeza de Drago, de Tachenko –con la boca chica, por si nos escuchaba- y hasta del osito Misha. En cambio, cuando salió al ring Stallone, la gente le rindió pleitesía. Gritos de viva, y de Rocky, Rocky, retumbaban en la sala del cine con el atronador sonido del fanatismo estúpido. Jamás creo que se haya visto en otra el musculeras. Incluso me pareció notar que el propio Stallone se quedó mirando unos segundos al respetable, seguramente pensando Están locos estos romanos.  Y aún hoy en día me suelo pellizcar tres veces cada vez que recuerdo el momento, porque me parece surrealista. No sé si fue fruto de la histeria colectiva o que la pepsi era de garrafón, pero la verdad que en ese momento Stallone me pareció lo más de lo más. Aunque lo que más me fastidia es que los del país del Tío Sam nos la metieron doblada, al conseguir que prácticamente todos los espectadores nos identificáramos con ellos y los viésemos como los más buenos del mundo mundial.

Ese mismo año nos deleitaría también con Rambo, para rematar la faena, convirtiendo al bueno de Sly en un icono bélico que con su hercúleo pecho y ametralladora en ristre lograría inflar más –si es posible- el ego yanki y hacernos entender que o estamos con ellos o contra ellos. Y ya que hablamos de Rambo, no estaría de más comentar que la primera peli de la saga, Acorralado, tampoco es manca. Anda que no alucinaba la peña cuando se reunía con los amigotes a verla y tras cada colleja que el sheriff del pueblo le soltaba al veterano de Vietnam todo el mundo empezaba: Verás tú ahora, La que les va a liar, Que cabrones, a ver si dicen lo mismo dentro de media hora, Me ha dicho mi primo que por lo visto le cortan una pierna, se la cose con una guita y después le da matarile a medio pueblo…

Más tarde vendrían una serie de pelis, Cobra, Encerrado, Rambo III, Máximo riesgo, Pánico en el túnel…, que si bien ya no nos impactaban igual, todavía nos daban ese mínimo pellizquito de recuerdo de un tiempo mejor. A día de hoy, el toque romántico de los personajes de aquellos años ha desaparecido entre las existencias de los antiguos videoclubs y los recuerdos de muchas de nuestras tardes de los sábados, y ahora tan sólo nos quedan las franquicias, las cuales, alejadas totalmente de sus originales, parecen sobrevivir desahogadamente en el peligroso mundo de la taquilla. Ya me dirán cómo funcionan Rambo V y VI y Rocky VII. Sólo falta Rambo versus Rocky, que todo se andará, ya verán, y nos sorprenderán con que son dos gemelos enfrentados por la herencia de la casa del pueblo o por el Winchester del tío Smithy.

Gracias a Dios, los años suelen colocar a muchos de los mitos de la infancia en el estante del olvido, donde de vez en cuando los cogemos para jugar un rato con la nostalgia de nuestros recuerdos. Aunque toda esta pequeña reflexión sobre esa parte de simpatizante de Silvester Stallone que muchos llevamos dentro, la mandaría a donde picó el pollo si éste angelito consigue sacar adelante su proyecto de hacer una película sobre la vida de Allan Poe. A Poe ni tocarlo Sly.