Dicen que la constancia y la fe en uno mismo son dos de las armas más letales que existen, forjadas con el acero de la templanza, allá, en la oscura fragua del alma, donde la llama de la esperanza ablanda las frustraciones hasta darles forma y las convierte en afiladas lanzas con las que intentamos atravesar a menudo la diana de nuestros sueños. Pedazo de mariconada, vale, pero es que me ha salido así. Serán las musas
Estas dos cualidades de mi introducción de juntaletras de garrafón son posiblemente, a mi modesto entender, el armazón sobre el que deben sustentarse las aspiraciones de cualquiera que desee dedicarse a vivir de sus escritos, ya se trate de novelas, colaboraciones en periódicos o poniendo palote a la peña con relatos cochinos en blogs eróticos de los de a tanto por cierto la tira.
Evidentemente, además de estas dos cualidades, unas gotas de talento son la especia indispensable para alegrar ese caldo que, embasado en nuestros propios sueños, intenta mantener incólume las cualidades de sus componentes hasta la fecha de caducidad que desgraciadamente le marca la vida.
Sin embargo, esto que parece tan claro y fácil de juramentar medio a oscuras, a la luz de un flexo de cables pelados, tras terminar de escribir nuestro primer relato, con el tiempo se convierte en un acto vacío, que solo mantiene las formas pero no el fondo, sobre todo ante la carta de la vigésima editorial que le dice que escribe muy bien, muy salao, pero que su estilo no se adecua a lo que están buscando, o cuando no recibimos nunca respuesta de ese concurso literario de la Peña Los Migueletes en el que pusimos todas nuestras ilusiones, o cuando no le publican a uno ni en las cartas al director del Super Pop
Normalmente, la confianza en uno mismo es la que flojea primero en el largo y tortuoso camino que conduce a los sueños. Nuestra continua ausencia de éxito se convierte entonces en la gruesa soga que estrangula poco a poco un alma antaño ilusa, y que ahora, con más cogidas que José Tomás, se tambalea medio inerte en el patíbulo de los ignorados, terrible estrado que ejerce de patria de las letras olvidadas.
La constancia en la escritura y el envío de originales, en cambio, más por cabezonería que por fe, se mantiene normalmente durante mucho más tiempo, casi siempre con la peregrina idea de molestar un poco al destinatario al obligarle a leer los escritos, cuando en la mayoría de los casos tras leer la primera línea el texto retorna a su creador como si de un boomerang se tratase, eso si no ha servido de improvisada pelota de baloncesto en la pachanga que está echando contra Fuentecilla en la papelera de la ofi.
Pero cuando llegue uno de estos momentos malos, en los que tirar la toalla parece la mejor solución, siempre hay que mirar atrás y comprobar cómo grandes escritores sufrieron el rechazo inicial en sus carnes, pero no cejaron en su empeño hasta lograr publicar algo que se convirtió en la puerta de su esperanza.
Quizá estas breves líneas sean un pequeño ánimo a todos aquellos que como yo, escriben e intentan hacerse un hueco en este mundo, o quizá tan sólo es una exposición de los propios fantasmas de uno. Lo que tengo claro es que más vale intentarlo y caer en el combate que quedarse sólo en el y si , y terminar los días con una hipótesis golpeando la cabeza mientras se le escapa a uno la vida. Por lo menos, intentándolo, siempre tendremos la posibilidad de darle la vuelta a las costuras de nuestro fracaso.
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