Ecología sobre ruedas

De un tiempo a esta parte estamos asistiendo a una especie de polémica sobre el modo de sustitución de un elemento tan excesivamente utilizado y contaminante como son las bolsas de plástico.

Todos hemos podido ver en algún viaje un campo lleno de bolsas perdidas como si de lánguidas flores blancas se tratara. No hay un paisaje más triste, más bochornoso, más decadente que aquel en el que la naturaleza nos da un viento que sopla fuerte para ofrecernos su energía y que lo único que mueve son las bolsas que nosotros le hemos dejado como resto de nuestro rechazo continuo hacia lo que se nos ofrece.

Sin embargo, parece que la utilización masiva de este material está siendo, poco a poco, reducida por cierto espíritu de concienciación ecológica por parte de tiendas y supermercados. Desde hace unos meses al ir a la compra podemos elegir entre una caja normal y una en la que nos ofrecen usar una bolsa reutilizable para no gastar plástico. Claro que la concienciación del comprador es, como todo hoy en día, motivo de rentabilidad económica y, si las bolsas de plástico nos salían gratis, por esta nos cobrarán un precio no demasiado asequible el primer día que la compremos y cada vez que se nos olvide en casa.

La fabricación de estas bolsas  se lleva a cabo con bioplásticos, que se desintegran con facilidad una vez desechados y que son menos contaminantes en su fabricación. Pero a este respecto la polémica sigue el mismo camino que con los carburantes de origen vegetal. Su fabricación a base de aceites vegetales y otros componentes como la fécula de patata que se consideran para la mayor parte del mundo alimentos de primera necesidad y para la tercera parte del mismo los únicos alimentos disponibles, ofrece la temible posibilidad de que el precio de estos se dispare dejando a los que menos tienen en inferioridad de condiciones para competir como compradores contra las empresas fabricantes de bolsas.

Otra opción disponible son las bolsas plegables para la compra que se venden en los últimos años. De diferentes materiales textiles nos ofrecen la posibilidad de plegarlas mientras no las usamos y algunas tienen diferentes compartimentos para guardar el monedero o ciertos alimentos. Suelen tener bastante capacidad, aunque, a no ser que queramos llevar el bolso lleno de ellas no hacen posible la gran compra semanal de una familia normal.

Pero si miramos un poco hacia el pasado y recordamos cómo hacían la compra nuestras madres, sentiremos de nuevo aquel ímpetu infantil por… subirnos al carrito. Sí, el carrito de la compra. Un artilugio de armazón de metal cubierto de tela y rematado en su parte inferior por unas preciosas ruedas que, para asombro de muchos, no era de usar y tirar. ¿Para qué tanto quebradero de cabeza sobre qué tipo de bolsa usar si al final cuando las carguemos del súper a casa la compra va a pesar igual? En ese fantástico invento llamado carrito el peso también se reduce considerablemente.

Dejemos de comprar bolseros de plástico que además de ser antiestéticos solo hacen que acumulemos bolsas que por sus tamaños son imposibles de reutilizar y que le dan a nuestras cocinas el estilo que debía de tener la de Diógenes. ¿Es usted un/a amo/a de casa clásico/a? compre el de estampado de cuadros de toda la vida ¿Es un/a moderno/a profesional liberal? Acuda a una tienda de menaje de diseño y encontrará los carritos mas chic ¿es un/a mileurista? Cómprelo en los chinos. 

El vivir en una zona residencial y tener que desplazarse en coche al super no es excusa para usar bolsas; seguro que el carrito cabe de sobra en el maletero del coche y le ahorrará tener que embolsar los alimentos en la caja, cargar con las bolsas del super al coche y del coche a la nevera... Dejará de desperdiciar la media de diez bolsas que utiliza cada semana y que tardarán cien años en descomponerse. La gasolina la gastará igual, eso sí, pero la única alternativa paralela que se me ocurre es el troncomóvil y por el momento no parece factible.

Por Alejandra López