Envidias, puñaladas traperas, morbo, sexo, sangre. Sí, son elementos que forman parte del menú diario de nuestras televisiones. Nada que ver con el mundo del espíritu, allí donde la alta Cultura se viste de Atenea para iluminar como un beatífico faro las mentes más cultivadas de un puñado de resistentes que forman parte del silencioso pelotón de los mejores. ¿O tal vez no? También la gran literatura se inflama por motivos que poco tienen que ver con lo artístico, también el Arte se envanece con revelaciones estremecedoras, y tira cebos que hablan con grandes y estridentes letras de descubrimientos acongojantes. El último, relacionado con Kafka, el escritor checo en lengua alemana, de quien se nos cuenta ahora como el no va más de la exégesis filológica que estaba suscrito a dos revistas pornográficas. Qué fuerte.
Casi un siglo después de su muerte Kafka sigue generando infinidad de noticias que en ocasiones poco tienen que ver con lo estrictamente literario
Este extraordinario hallazgo biográfico del que informaba hace un par de fines de semana por el Times es una de las grandes aportaciones del investigador James Hawes, quien detallará en su último libro (Excavating Kafka, que nosotros hemos traducido más ajustadamente por Hurgando a Kafka como si en vez de un genio fuera una nariz) cómo el autor de El proceso o La metamorfosis hojeaba (suponemos que con fruición, o cuando menos curiosidad), dos publicaciones eróticas (Amethyst y Opale), que publicaba por su primer editor, Franz Blei.
Según el estudioso, Franz (ya que asaltamos su intimidad, podemos llamarlo por el nombre de pila, ¿verdad?) guardaba las revistas dice Hawes que según notas biográficas del propio autor- en un armarito cerrado con llave para que sus padres no las descubrieran. Algo lógico, teniendo en cuenta que según este detective del alma humana ajena se trata sin duda de porno, puro y simple. Algo de ello es muy oscuro, con animales practicando felaciones y acción chica-chica . Algo, en definitiva que le lleva a utilizar el adjetivo no sabemos si incluye aquí también las relaciones lésbicas, lo que mermaría aún más nuestro juicio acerca de su persona-, de desagradable.
El descubrimiento de Hawes (quien se nos presenta como experto en Kafka y no curiosamente como periodista del corazón) ha venido acompañado de la pertinente controversia académica de por medio. Mientras que éste opina que los investigadores han ignorado voluntariamente esta fuente de información sobre Kafka para no perjudicar su aureola de semi-santo (sic), Reiner Stach, biográfo del otrora escritor, en la actualidad carne de forense, le ha restado importancia a estas afirmaciones. Para empezar no es ningún descubrimiento. En segundo lugar, las revistas no son pornográficas (como si importara) sino ilustraciones que tienen valor como caricatura y, por último, el susodicho armario cerrado con llave lo que guardaba era la libreta de ahorro que mantenía secreta a su familia.
Para Stach, en definitiva, Kafka está suficientemente desmitificado como ser humano a esta alturas existe abundante documentación sobre sus visitas a burdeles-, algo que creeríamos con mayor firmeza si no pusiera tanto empeño en rechazar lo de las revistas, a menos, como parece, que él sea también otro pertinaz moralista.
El propósito declarado de Hawes ha sido humanizar a Kafka. Acercárnoslo.
El encubierto, dar que hablar y de paso vender libros. Esto sí que es humano y nos ayuda a que nos acerquemos. A Hawes, claro. Porque a Kafka lo hemos hecho toda la vida por otros medios. Con temor y temblor ante una obra que no da treguas al lector, que ilumina y espanta, que nos pone al borde abismo y nos empuja si hace falta. Que se anticipa al horror estando ella misma hecha de Horror.
Pregunto modestamente: ¿a quién le importa si Kafka consumía porno o se vestía de gitana, si le ponían los armadillos o escribía tapetes en punto de cruz con la leyenda En Praga las niñas no llevan bragas? A Hawes, indudablemente. Y a su editor. Y a los cotillas de la literatura, que piensan que a la hora de estudiar la obra de un escritor existe barra libre y que humanizar significa lo mismo que reducirlo a sus miserias. Para ellos, hubiera sido mucho más bonito que Franz Kafka se hubiese dedicado a rescatar gatos de los árboles o a asistir a ancianitas desvalidas en sus ratos libres. Pero, entonces no hubiese el Kafka que hemos conocido, el mismo que nos fascina. Como probablemente tampoco hubiera sido él sin sus suscripciones a revistas pornográficas. Pero, a fin de cuentas, ¿qué importancia tiene todo esto al lado de 'El Castillo'? Publicamos los libros que él quiso dar al fuego, hicimos lo propio con los diarios y cartas que en nuestra vida civilizada juzgaríamos del peor gusto olismear. Pero no tenemos bastante. Más madera, gritan desde la industria cultural.
¿Experto en Kafka? Por favor
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