Pues si, parece que afortunadamente algunas veces uno tiene que tragarse sus comentarios tras comprobar ensimismado que sus pesimistas apreciaciones son más erradas que las agoreras predicciones de Paco Rabanne. Así que nada, en este instante estoy removiendo un colacao al que acabo de añadir mis teorías pielosistas, a modo de barquitos, para que empapen bien y mi tráquea no se resienta mucho con éste ejercicio de autocrítica al que uno de mis anónimos lectores me emociona eso de tener alguno- me ha desafiado.
A ellos le debemos mucho
Y es que por fin somos campeones de algo. Como diría el gordinflas de Churchill, costó sangre, sudor y lágrimas, pero que muchas lágrimas resbalando durante años por las mejillas de los aficionados, hasta formar un profundo surco por el que corría a sus anchas el espíritu del fracaso. Pero todo llega. Unas veces más tarde que temprano, pero al fin y al cabo llega. Ya somos campeones de Europa.
Avisé que cuando nos viésemos las caras con las selecciones de siempre eso sería otra cosa. Pues nos las vimos y ellos se las desearon. Los italianos, con si típico juego que no es juego, se plantaron en los penaltis en un decir grappa. Reconozco que al comenzar nuestra tanda imaginé a los nuestros haciendo el petate, ya que los dioses nunca hasta la fecha se habían decantado por los guerreros de la piel de toro. Pero les ganamos porque creímos en nosotros y Casillas estaba en la portería. Banderilla para los antipielosistas.
Por una vez en mucho tiempo llegábamos a semifinales, y encima ganando a la escuadra italiana, a la que tras colgarles el cartabón en el gañote no tuvieron más remedio que trazar una recta que les llevó directamente hasta Roma para hacer pucheros en el hombro de la mamma.
Los antipielosistas conservadores, como el menda que firma este artículo, decían que cuidadín, que los ruskis nos esperaban con el colmillo retorcido, deseosos de hacer paté con el hígado hispano y de brindar con vodka en los cráneos de nuestros jugadores. Bueno, ahí me he pasado, ha sido una licencia vikinga que me ha salido. Pues como decía, el espíritu nacional exigía una victoria, aunque fuese pírrica, contra los rusos, y la tuvimos. Ganamos a Rusia. Raca, otra banderilla para los antipielosistas.
Llegó el leño alemán. En ese momento, la euforia ya estaba desatada y debo reconocer que ganamos el partido porque desde el principio salimos convencidos en nuestro éxito. Algo que nunca nos había pasado. Y serramos el leño germano con un dentado hierro forjado con el metal de la victoria.
Por fin, los sueños e ilusiones de toda España fueron recogidos en un plateado recipiente en forma de copa. Seguramente se debió, obviamente además de los méritos futbolísticos de nuestros jugadores, al convencimiento de que podíamos ganar, pues sobre la calidad de nuestro fútbol portábamos un potente estandarte confeccionado por los deseos de toda España fuertemente engarzados unos a otros.
Todos aquellos que no queríamos ver más allá de cada partido, esperando cautos la derrota venidera basándonos en las estadísticas de toda la vida, nos quedamos petrificados al comprobar el éxito de la selección. Quizá porque, gracias a Dios, todavía hay mucha gente que prefiere soñar siempre más allá en nuestros éxitos deportivos, y son esta gente y su ilusión los que hacen que lleguen hasta la copa de Europa. Y esto solo es el principio.
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