Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en el que un hermoso ángel destacaba sobre el resto de residentes censados en el cielo. Pero tal efebo salió rana, algo picajosillo y respondón, lo que hizo que Luzbel luz bella, para los amigos- se amotinase, arrastrando consigo a un nutrido grupo de ángeles rebeldes que hasta bien poco antes adoraban fielmente a Dios. Sin embargo, la revuelta no tuvo éxito, por lo que tras arrancarles los galones fueron expulsados del paraíso y confinados en lo más profundo de la tierra, por malos, y recibir así la purga de Benito durante el resto de la eternidad.
Esto, lógicamente, sólo puede pasar aquí.
Pues sí, eso dicen. Desde entonces, Belcebú y su pandilla hacen imaginarias en su garita del averno, celebrando por todo lo alto las visitas que cada cierto tiempo les hace algún que otro malo maloso que pica el billete en la tierra con destino a sus posesiones. Donde el barquero Caronte ya no se conforma con dos míseras monedillas para pasar el riachuelo, y si no anda uno listo le birla hasta el rolex. O el can Cerbero que, cual portero de discopús, vigila la casa del Luci con el careto serio y la rabia de un pit bull al que le acaban de retorcer los mondongos, y al que por cierto ya no se soborna ni con tibias de diplodocus.
Y todo esto viene para hablar de lo grandes que somos los españoles. Sólo aquí, en la católica España, tierra de místicos y ascétas, se nos ocurriría hacer un monumento homenaje al Diablo, al Ángel Caído, único en el mundo con este singular protagonista. Pero bueno, somos así, nuestra relación con la iglesia es peculiar, y como alguien muy bien dijo, en España la gente siempre corre detrás de los curas, o con un cirio o con un palo.
En este caso se trata de una estatua de bronce se supone que fundida en las calderas de Píter Botero-, donde el amigo Satanás luce palmito desde 1885, coronando la fuente de la glorieta del Ángel Caído, sita en el Parque del Retiro de Madrid. Ocupando por cierto el lugar en el que años antes se encontraba la Real Fábrica de Porcelana, llamada vulgarmente La China coño, como la que ejerce o ejercía de imagen de Porcelanosa-, y que fue destruida durante la Guerra de la Independencia.
No sabemos en qué estaría pensando Ricardo Bellver, autor de la escultura, cuando le dio por darle al cincel y marcarse tan diabólico proyecto. Según él, se inspiró en unos versos de El paraíso perdido de John Milton, pero vayan ustedes a saber. Hoy en día hay flipados que piensan que el bueno de Bellver pertenecía a la plantilla de colaboradores externos que el del tridente tiene contratados freelance por este valle de lágrimas para echar peonadas mostrando las gracias y virtudes de su patrón.
Siguiendo un poco el hilo de las conspiranoias, que molan un montón, resulta que la estatua se encuentra justamente en la cota de 666 metros sobre el nivel del mar, número adorado por cualquier satánico que ese precie. También se dice que el lugar de la estatua marca la entrada del infierno. Una especie de mojón diabólico con que el Ayuntamiento de Madrid, siempre tolerante con las minorías, facilita a todos los que están en el ajo luciferino no sólo de la capital, sino también para gente de provincias- una especie de lugar de esparcimiento con derecho a coger el ascensor rumbo al sótano si el angelito, o ex angelito mejor dicho, presenta un currículum digno.
En fin, si un domingo están aburridos les recomiendo darse un garbeo por tan carpetovetónico lugar, aunque tengan cuidado y vayan con cien mil ojos, no sea que anden despistados y mientras se refrescan en la fuente empiecen a olisquear un desagradable tufillo a azufre que anuncie la llegada de alguien con el que quizá en ese momento no les apetezca conversar.
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