PESADILLA CRONICA

Hoy he tenido un sueño. Bueno, dicho así parace un vil plagio del principio del famoso discurso de M. Luther King, por lo que rectifico, pues la verdad es que mas bien ha sido una pesadilla. No me refiero por supuesto al triunfo de ayer contra Rusia, eso por una vez es una realidad, sino a la pesadilla de siempre, que se me ha hecho crónica en los últimos años. 

Vaya sueñecito...

Resulta que en mi realista experiencia onírica me despertaba tranquilamente en mi cama, feliz como una perdiz, aunque desgraciadamente sin una hermosa mujer -coño, aunque fuera un callo- a mi vera, a la verita mía.

En fin, que hice el clásico estiramiento de brazos acompañado del rugido del Grizzly, desencajando la quijada más incluso que el feo de los hermanos Calatrava -por lo visto hay uno guapo...-, cuando de pronto, se me queda el careto blanco al pensar de repente: ¡Sapristi, si me queda Penal II todavía! ¿Como va a ser eso?

La pierna izquierda me empezó a bailar sola, cobrando vida propia, como poseída por el bizarro espíritu de Fred Astaire. Penal II. ¡Madre del amor hermous! Y yo aquí, celebrando el triunfo de la selección. ¿Pero cómo no me he presentado yo a esa? ¿Cómo se me ha podido olvidar? Y claro, el mundo se me vino a los pies. Que qué narices hago yo aquí sin terminar la carrera. Que cómo lo cuento yo ahora en casa.

Sería la trola de las trolas, de doble mortal con tirabuzón, nada que ver con las mariconadas de la carrera tipo: me quedan dos cuando en realidad tenía suspensas siete, o la clásica ¿Qué tal el examen? Superior. O sea que puráncano que te crió.

Mi agonía, gracias a Dios, duró apenas  un minuto. Pero qué minuto. Los ojos casi en blanco, la patata acelerándose a un ritmo endiablado que casi se me salía del pecho, la vida pasando como una película delante de mis empastes y, como fin de fiesta, al conseguir ver un poquillo por el ojo izquierdo, me pareció vislumbrar la figura de Manolete, así que me dije, amigo, creo que hoy te calzas la vieja caja de pino.

Nunca pensé que una copla del Fary, escupida a todo volumen por mi radiodespertador, taladraría mis orejillas como si se tratase de música celestial, pero el caso es que lo hizo. Me levanté empapado en sudor, más que un Camacho enfundado en tres jerseys de cuello alto, descubriendo que todo había sido una pesadilla. Otra vez esa pesadilla que se repite cada cierto tiempo y que consigue siempre ponérmelos de corbata. Lo curioso es que no es una pesadilla exclusiva mía, pues al comentar la historia, me sorprendí al descubrir que muchos de mis amigos también la sufren en silencio. Qué cosas.