Ya estoy aquíííííííí dijo el cambio climático mientras clavaba su pupila en mi pupila azul. Ya estoy aquí y he venido para quedarme.
Fuente: Greenpeace (año 2005)
Seguro que recuerdan la recreación que los de Greenpeace hicieron de La Manga del Mar Menor a cincuenta años vista y de la airada reacción de los promotores de esta zona. ¡Es que con tanta alarma, tanta alarma, nadie va a querer comprarse un piso! ¡Que es agua, no ácido clorhídrico, pijo!
Pero lo que desde luego no es ciencia-ficción es la situación que están viviendo los 105.000 habitantes de Kiribati - un archipiélago de 33 atolones que flota entre Hawai y Australia y cuya superficie total es similar al municipio de Madrid- mientras ven cómo el agua empieza a llegarles al cuello.
Según algunas previsiones, estas islas del Pacífico podrían convertirse en las primeras víctimas del calentamiento global del planeta, bueno, si dejamos aparte a los osos polares, los elefantes africanos y demás bichitos insignificantes que pueblan la película Tierra. Si nadie lo remedia, serán devoradas por el océano en menos de medio siglo.
Naciones Unidas ya advirtió en 1989 del funesto sino que le aguardaba a este paradisíaco conjunto de islas. Nadie les creyó. ¿Cuántos otros vaticinios apocalípticos se han quedado en nada de Malthus para acá? Pero en sólo diez años dos de sus islas Tebua, y Abanuea, la playa que más tiempo permanece quedaron borradas del mapa. Menos trabajo para los cartógrafos.
Ante tal panorama el presidente de este pequeño Estado de Oceanía, Anote Tong, ha emprendido una gira internacional para encontrar una nación de adopción para sus compatriotas. Eso sí, corriendo una suerte bastante desigual. De hecho, sólo el Gobierno de Nueva Zelanda parece dispuesto a atender su grito de socorro con el fin de combatir los efectos del cambio climático de hecho, han suscrito un acuerdo bilateral con el ejecutivo de Kiribati por el que dobla sus ayudas en los próximos cinco años-, mientras que chinos y australianos han preferido hacerse los suecos, lo que ha cabreado no poco al presidente de esta pequeña nación, quien se lamenta de que mientras son otros los culpables de la contaminación global, son ellos los que más pagan los daños del cambio climático. No le falta razón.
El éxodo no es la única opción para la población de Kiribati. Al parecer se podría evitar el hundimiento del archipiélago con la construcción de un dique de refuerzo en las Islas Gilbert. El inconveniente es que su construcción costaría más del doble del PIB del país.
De momento, la incertidumbre pesa sobre esta república prácticamente desconocida que empieza a asumir ya su papel de nueva Atlántida.
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