Esta vez le tocó a Suecia ponérnoslos de corbata. El aburrido y glacial juego de los nórdicos convirtió en polo flash durante un buen rato el desbordado manantial de ilusiones del que beben los aficionados españoles. Menos mal que un pequeño rayo, ejerciendo de potente avanzadilla del calentamiento global, derritió en apenas un segundo la afilada estalactita clavada hasta ese momento en lo más profundo de los sueños patrios.
SE EMPIEZA POCO A POCO Y AL FINAL...
Y es que esto parece el día de la marmota. Algo que se repite cíclicamente cada dos/cuatro años, pero que nos parece estar reviviendo cada vez que juega un partido la selección. Otra vez empezamos fuerte, marcamos, nos venimos un poco arriba, hasta que de pronto, sin saber por qué, nos asustamos e hincamos la rodilla ante el enemigo, el cual alucina con nuestro cambio de registro, pero aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolidad, se lían a darnos collejas y pasarnos el cuponazo por la chepa mientras esperan que el tío de negro tire de silbato y finiquite el lance.
Por supuesto, tras el primer gol de España, los comentaristas de nuevo vuelven a sacar de la chistera los grandes éxitos como: ya empieza la máquina a funcionar, este si es nuestro juego, tenemos que pensar en los cruces de cuartos de final Ya estamos. Avivando otra vez la llama del pielosismo. Y dale al burro, Perico.
Una llama que de nuevo comienza a crecer y crecer, gracias al aliño de nuestros continuos comentarios pielosistas, inmejorable yesca que produce un potente crepitar de sueños de gloria intercalados con añejos recuerdos como aquel remate de Santillana que comenta nostálgico nuestro padre, o el legendario gol que Marcelino, a pelo, sin pan ni vino, le cascó a los ruskis ante los atónitos ojos de nuestro abuelo.
Cuando después nos empatan, dicen ¡Aquí estoy yo!, y encima llevan la voz cantante hasta casi al final del partido, la peña se acojona y poco a poco empieza a tragarse, en pequeños buchitos eso sí, la brocheta del pielosismo, esa en la que en ese momento todavía arden con fuerza restos de oso polar natural de Suecia primo segundo de Misha, por parte de madre por lo visto-, y que nos convierten en una especie de tragafuegos hindúes, solo que en lugar de llevar un turbante blanco, nos calzamos una montera de plástico y una castaña del quince.
Y ahí es donde aparece el mítico bizarrismo español. Ese que convierte en ídolo a una persona a la que minutos antes estaba repasando uno a uno el listado de sus ancestros para obsequiarles con una generosa deposición en su persona, bueno, a lo que quedase de ellos, of course. De buenas a primeras, nos sacamos la brocheta del garaje y la agitamos con brío ante el televisor, luciendo palmito. Y de nuevo está ahí, a modo de ajada bandera pielosista, quizá con dos o tres trozos de piel menos, pero los suficientes aún como para que nos identifiquen en los estadios.
Espero que no lleguemos a despelotar totalmente al pobre oso y dejarlo como su máter lo trajo al mundo ahora que ya es casi seguro que pasamos a cuartos, coño, ahora soy yo el pielosista. Tengamos por lo menos un esquijama a mano por si se nos va la olla con los cuartos de final y las apuestas nos ven ya como los cherifs de la Eurocopa.
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