Ocurrió hace ya casi treinta años pero todavía muchos españoles lo recuerdan, e incluso cuando se acerca algún evento futbolístico importante en el que la selección participa, lo trasmiten oralmente a sus descendientes más jóvenes para evitar así que aquel carpetovetónico suceso se diluya entre las oscuras aguas del olvido.
EL MITO futbol.sportec.es
Corren tiempos de Eurocopa, de largas tardes televisivas, panchitos a un lado, al otro copa, y allá, en el frente, Raúl. Perdón, craso error, me dejé llevar por el cuore. Espero que don Luis no se moleste.
Pues como decía, en estos tiempos de Eurocopa suele salir a relucir un hecho legendario que nuestros mayores nos comentan de forma agorera normalmente siempre antes de empezar un partido de la selección, que por lo visto ahora se llama la roja. Los de mi generación, de esa época en la que el Equipo A fue acusado de un crimen que no había cometido, apenas tenemos recuerdos nítidos del mismo, y para refrescar las neuronas tiramos de internet, que es algo así como el boliche de la bruja Lola solo que actualizado.
Rápidamente se ponen en situación, y nos cuentan lo acaecido aquella calurosa tarde del setenta y ocho, cuando toda España se quedó sin habla durante unos segundos tras ver a Cardeñosa fallar un gol cantado, solo, sin portero, y con únicamente un defensa brasileiro que llega de pronto y alarga la gadgetopata justo por el sitio donde a nuestro rapaz le da por chutar, con todo lo grande que era la portería.
Para cualquier foráneo que se precie, aquello sería tan sólo un increíble error garrafal, no para fusilarlo al amanecer, pero bueno, quizá un par de hostias no se las quitaba nadie. En cambio, para los españoles, no fue más que otro claro ejemplo de nuestra bizarra esencia hispana. Capaces de los mejor y de lo peor, de pasar de la gloria al fracaso en lo que dura un botellín. Gente que se echa a la calle a degollar franceses porque se quieren llevar a los hijos de unos reyes que les putean, y gente capaz de crear una Inquisición con la que hacer jugosas barbacoas de bruja a los cuatro quesos, a pesar, por cierto, de que no tengamos en nuestro haber ni la mitad de matariles por ese motivo que los de los países que se inventaron nuestra leyenda negra.
Cuando toda España recuperó el habla, como podrán suponer, al pobre Cardeñosa le dijeron de todo menos bonito. Unos pedían su cabeza, otros hacerse unas botas camperas con su pellejo, los más, encontrárselo por la calle cuando diese un garbeo y poder decirle entonces cuatro cositas
Al terminar la narración, nuestros padres y abuelos se tranquilizan un poco y cogen aire, abandonando el belicoso estado de trance con el que nos habían recreado aquella mala tarde. Una triste tarde en la que a un hombre le tatuaron en el alma la dolorosa marca del fracaso nacional. Aunque lo más triste de todo es que gran parte de ese odio desatado, de todas esas ganas ajustar cuentas con aquel jugador sentenciado a muerte, partía de gente que sabía perfectamente que ellos también hubieran fallado, siendo quizá toda esa violenta exaltación vengativa nada más que una tapadera con la que ocultar el pánico a encontrarse en su pellejo.
Por eso, siempre que escucho de nuevo esta historia, echo de menos que no hubiesen surgido valientes espontáneos de entre la masa enfurecida, y que cuando la turba preguntase por el paradero de la cabeza de turco de turno, gritasen orgullosos, como en el Espartaco de Kubrick, Yo soy Cardeñosa.
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