BEN STILLER, EL MAGO GUAY.

Bipolar, nervioso, excéntrico, hilarante, depresivo, histriónico, abeja e hipopótamo.

El mago guay

Actor, guionista, director, productor de cine y cómico. Benjamin Edward Stiller nació en Nueva York el 30 de noviembre de 1965 con motivo del apareamiento de Jerry Stiller y Anne Meara. A los diez años realizó su debut en pantalla en la serie de su madre, Kate McShane (la serie, no la madre).

En 1983 ingresó en la universidad de California para estudiar cine. Abandonó sus estudios el primer año, volvió a Nueva York y comenzó a presentarse a castings. En 1987 en el Show Saturday Night Life emitieron su cortometraje, The Hustler of Money, de diez minutos de duración, producido y protagonizado por él mismo: una parodia de El color del dinero de Scorsese. Dos años más tarde le ofrecieron un puesto de guionista en el reconocido programa, padre del humor norteamericano durante los últimos treinta años y de donde provienen cómicos de la tez de Bill Murray, Adam Sandler o Mike Myers. Lo sé, también una serie de dolorosos desnutridos encabezados por Chevy Chase a quien, desde aquí, enviamos a la hoguera de la futilidad. La vida es imperfecta y Chevy tiene su parte de culpa.

Como actor, Ben Stiller ha conseguido las interpretaciones más cínicas y desternillantes, junto con alguno de los ya citados, de los últimos veinte años: fue Pluto's Cook en Autopista al infierno; Michael Grates en Reality bites; Ted Stroehmann en Algo pasa con Mary; Mr. Furious en Mystery Men, de visión obligatoria; Gaylord 'Greg' Focker en Los padres de ella y los padres de él; Chas Tenenbaum en The Royal Tenenbaum, del genio Wes Andersson; Eddie Cantrow en Matrimonio compulsivo. Entre otros muchos.

Actualmente prepara una película junto a Reese Witherspoon y a las órdenes de Cameron Crowe de la que no se ha facilitado el título.

Como director, todas sus obras son perfectas. Y lo digo con la comicidad que requiere decirlo. Tres son las películas que ocupan su filmografía, tres tristes tigres menospreciados, casi siempre, por el gran público. Reality bites -interpretada por él mismo-, Un loco a domicilio –modelo esquelético de la que posteriormente sería su obra maestra, tanto en la traducción social como en la finísima elaboración de gags y homenajes televisivos- y Zoolander, mi zoolander hasta que la muerte nos separe. Una magnífica y directísima sátira sobre el mundo de la moda y la publicidad que, brillante en sí misma, sobrevive a cualquier consideración de crítica social. Puede ser pura demagogia. Alguien dijo una vez, lo más importante en la comedia no es la inteligencia, son la demagogia y el insulto. Stiller compone, valiéndose de todos los arquetipos que conoce y haciéndolos totalmente suyos, una ópera. Una ópera barroca e inútil, insultante hasta el punto de dejar de serlo, y de ahí: cómica. Una obra a la altura del Tiempos modernos de Chaplin.

 Acero azul para todos.