AL EURIBOR LE OCURRE COMO A ALGUNOS GALANSOTES, QUE CUANDO ESTABA CANIJO Y SE CALZABA LOS INTERESES EN SUS PRIETOS BLUE JEANS, TODO ERAN PIROPOS Y PARABIENES, PERO DESGRACIADAMENTE, AL PASAR UNOS AÑOS, ENGORDÓ Y SE PUSO MÁS FUERTE QUE EL VINAGRE. DESDE ENTONCES APENAS PILLA, Y TIENE QUE TIRAR DE TÚNICAS TIPO DEMIS ROUSSOS PARA DISIMULAR LA YA IMPARABLE INFLAMACIÓN DE SUS INTERESES.
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¡O cincuenta millones, o nada!
Fíjense, con lo mosquita muerta que parecía la amiga Marisol, y los ultimátums que larga la jodía. Aunque claro, estamos haciendo flashback, como en Amanece que no es poco, retrotrayéndonos seis años atrás, allá por el dos mil dos, época de las vacas gordas inmobiliarias, en la que María de la Soledad se podía permitir pedir tan abultada cifra por un piso de cincuenta y cinco metros cuadrados construidos, primero sin ascensor, y de tabiques con mas grietas que en la buhardilla de Carpanta.
Y todo porque estaba en el centro. Bueno, ese peculiar centro únicamente conocido por los ávidos vendedores de pisos, que como si de un polo norte magnético se tratase, se desplaza sin complejos según los intereses de los mismos, e igual para nuestros modernos fenicios su casa en la carretera de Andalucía está prácticamente en el centro, a tiro de Mirinda de la Puerta del Sol, o bien ese otro monstruo que te dice que el centro histórico, el del siglo XV, estaba situado justo donde trapichea con su morada, obviando, quizá sin querer, que las cañerías son de la misma época.
En el caso de Marisol, esta simpática cuarentona que compró la casa de su tío hace diez años, su tesoro como si de una Golum especuladora se tratase- sí se encontraba en el centro, y el indicador hipotecario de la época la miró con ojos golosinos, de tal manera que la encandiló perdidamente, firmando una trampa digamos que aceptable para su salario de administrativa con posada en casa de la mamma. Y claro, cuando descubrió a cuanto se vendía el kilo de metro cuadrado, primero pensó Están locos estos romanos, aunque dos minutos después, tras la vieja reflexión española, se dijo Pa loca yo.
De la noche a la mañana, de veinticinco millones en que estaba valorado el piso pasó a cuarenta, sin pasar por la casilla de salida ni cobrar las veinte mil pesetas. Es que ella es muy de Monopoly Y la buena mujer empezó a enseñar la casa a todo una trouppe de personajes con ganas de cumplir su sueño de vivir en el centro, así como de hipotecarse de por vida e incluso legar a sus descendientes la parte que quedara pendiente cuando la doblasen, a modo de envenenado regalo fin de fiesta, por aparcarlos en batería en el asilo.
Y aquí es donde aparece el amigo euribor con las rebajas. Un tipo que cuando empezó a ponerse de moda la gente se casaba con él con los ojos cerrados Marisol, for example-, como si de un Richard Gere se tratase, pero cuando más tarde descubrieron el tipejo con el que se habían anillado los próximos treinta años, ya no valían sus reclamaciones, ni divorcios express y tocaba pelarla. Así que a aguantar los terribles y constantes prontos del mozo, apretándose el cinturón hasta lograr una cinturita de avispa muy años cincuenta, pero que desgraciadamente apenas les deja respirar.
Desde entonces, la buena de Marisol, que hasta el momento subía un millón cada vez que preguntaban por el precio del piso, ha contemplado atónita como se desplomaban ante sus ojos los castillos en el aire. Aquellos veinte o veinticinco milloncejos puros de oliva que pensaba recaudar tras su exitosa venta, se evaporaron, condensándose en oscuros nubarrones que descargan terribles tormentas económicas cuando al Banco Central Europeo le sale de los euros.
Y ahí tenemos a la pobre, aguantando carros y carretas, tragándose con pringles sus iniciales ínfulas millonarias para terminar con el clásico Donde dije digo ahora digo Diego. Con un piso que ni rebajado a sus veinticinco millones originales consigue vender, una hipoteca cuya cuota mensual sube cada año gracias a un euribor más disparado que el colesterol de Bud Spencer, y una mala leche reconcentrada, que la hace ir todo el día maldiciendo por la calle, con la mirada ida y el colmillo retorcido gracias a su gran visión en los negocios.
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