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LA LEGION DE LOS CONDENADOS

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turismo
Por naca
Actualizado 05-06-2008 02:15 CET

YA ESTÁ AQUI EL VERANO, ASÍ QUE MILES DE ESPAÑOLES PREPARAN  SUS ARMAS, AFILAN CON ESMERO LA TARJETA DE CRÉTIDO, DESEMPOLVAN LOS PANTALONES DE MÚLTIPLES BOLSILLOS Y ENGRASAN A CONCIENCIA LA RIÑONERA, PRESTOS SIEMPRE A COMBATIR EN LOS DESTINOS MÁS EXÓTICOS POSIBLES.

Joe, como llevo la maleta, todo embutidos del pueblo, que a saber lo que comen en Bangkok.


Cuando llega la canícula, disparando los termómetros hasta cotas infernales capaces de evaporar el mercurio, y el sudor se desliza por nuestro cuerpo, convirtiéndolo en una masa resbaladiza y, según los casos, olorosa, muchos de nuestros paisanos sienten la vieja llamada de la selva y se desplazan con avidez en busca de divertidas y emocionantes aventuras allende los mares.

 Es lo que algunos llaman la legión invencible. Un nutrido grupo de aventureros cuyos miembros apenas varían con los años, pues son sustituidos rápidamente por otros en caso de baja. Miles de españolitos, enfundados en sus Coronel Tapioca de múltiples bolsillos, riñonera de cuero, cual faltriquera de butanero barato, gorra calada a lo pandillero del Bronx, gafas de sol de famoso de incógnito y videocámara última yenereision, embarcan en masa en aeronaves de compañías de dudosa confianza gracias a pasajes de saldo conseguidos en muchos casos por..¡Mi cuñado, Paco, que es un monstruo con el internete ese..! Fíjate que chollo me ha encontrado.

Y el chollo no es otra cosa que un billete para Yemen con una línea aérea que no la conoce ni la madre del topo, en un avión destartalado y en manos de un piloto con pinta de haberle estado pegando al vaso toda la noche. Así que cuando arrancan los motores, a ese simpático paletilla de Leganés le entra un tembleque por todo el body, a la par que un inusitado arrebato místico, jamás pensado antes de ese momento, y se encomienda a todos los santos habidos y por haber, obviamente después de haber repasado uno a uno los muertos de su cuñado Paco, del que se confirma que es un auténtico gilipollas.

Antaño, cuando viajar era todavía cosa de ricos, o de familias acomodadas con posibles, el destino del turista patrio radicaba en lugares asequibles hoy en día para cualquier mascachapas de tres al cuarto. Llámense Canarias, Mallorca, Francia, Inglaterra o Italia. Actualmente, casi cualquier hijo de vecino puede pagarse un billete de oferta con rumbo al viejo London para pegarse un par de días de farra por esas tierras, jartándose de pintas en cualquier pub de la city o dándole calor al pobre soldado que hace guardia en la garita de Buckimham Palace.

Sin embargo, no es eso lo que se estila últimamente entre los miembros de la legión invencible. Cuanto más lejos mejor. Por qué Oslo estando Tokio a tres transbordos más. Como el que va en autobús. Y además, qué son los pilotos si no unos chóferes de aire, salvo que en lugar de apellidarse Fuentecilla, cantarles el alerón y llevar un palillo de dientes asomando por la boca, se apellidan Álvarez de Sotomayor, hieden a Loewe, y encima el uniforme les sienta pistonudo.


Y ahí tenemos entonces a los españolitos rumbo a destinos que unos meses antes ni sabían que existían, a no ser que el Madrid hubiese jugado algún partido amistoso-recaudatorio por esos lares. Tailandia, Melbourne, Sheishells..., y por supuesto los clásicos básicos Punta Cana, Ribera Maya, Cancún... A hacer exactamente lo mismo que aquí cuando están en Fuengirola o El Puerto de Santa María, tumbarse a la bartola y cascarse los cubaliebres uno detrás de otro, como si fueran gazpachos, y patearse los mercadillos de las ciudades y pueblos que visitan, para comprar las mismas porquerías que les venden en España. Con la única diferencia quizá en lo exótico del idioma que parlan los de los puestecillos, que en lugar de decir malocotones o fregoneta, les sueltan cosas aun peores, aunque estoy seguro que lo de fregoneta también cae, solo que en su bizarro dialecto local, que queda siempre más salao.


A la hora de comer tampoco se quedan atrás nuestros amigos los legionarios. Las clásicas frases con las que suelen empezar los homenajes gastronómicos, amén de comentar en voz alta ante los sufridos y acostumbrados camareros indígenas, son: Vamos a probar alguna de estas guarradas; Esto no cumple las normas de sanidad ni de coña; A ver si nos va a dar algo Pepe, que el pescado crudo tiene anisakis; qué atrasados están estos pobres...; José María, ¡Que nos ponen gusanos crudos!; Están locos estos romanos.... Tras somera retaíla de típicas expresiones patrias –el que no las haya pronunciado nunca o no conozca a alguien que lo haya hecho que tire la primera Mahou-, pues su autores se quedan tan campantes. Sin reconocer en ningún momento que llevan toda la vida tomando raciones de caracoles y pajaritos fritos en el bar de Eufrasio, que la última vez que se lavó las manos descubrió que tenía un dedo más de los cuatro que pensaba que había en cada extremidad, y los misteriosos ingredientes de su famosa mayonesa quiera Dios que jamás lleguen a saber cuales son.

En cuanto a lo de los anisakis, es curioso que ahora se preocupe tanto la gente de esta supuesta nueva enfermedad, por comer pescado crudo, cosa de japos, cuando en España ha existido toda la vida, solo que en lugar de un nombre tan finolis, uno solamente decía Que malo me he puesto, Manolo, después de zamparse tres raciones de boquerones en vinagre, regados generosamente eso sí con los caldos de la tierra, y se iba a casita dando tumbos y tiraba de orinal y Citrocil durante un par de días, y después como nuevo. Pero bueno, cierto es que todos estos prejuicios sobre exóticos manjares desaparecen milagrosamente en un pispás cuando observan extasiados el ridículo precio de tan pantagruélica pitanza, dejando desde ese momento a un lado su exagerada repulsa inicial para hincar el diente con brío, cual carpantas de toda la vida. Y si cascan, pues que casquen. Que les quiten luego lo bailao...

Y así, una vez con la panza llena y los buenos pensamientos durmiendo el sueño de los justos, los malos salen a relucir fácilmente gracias a la inestimable ayuda del viejo agua de fuego, recetado a espuertas por un pícaro barman que por unas monedas hace las veces de hombre medicina, juglar e incluso de GPS, pues suele trazar a sus efusivos clientes en un papelillo cutre, las mejores rutas para llegar a los puticluses de los más variados estilos. Por supuesto, tras llamar a un taxi, los etílicos pasajeros no se dejan timar, faltaría mas, y le indican al conductor la ruta que les marcó el hombre medicina, y que de cincuenta dólares no suba la carrera porque no le pagan. El taxista, perro viejo en esto, les dice sin problema, caballeros, y les lleva por donde le sale de los huevos, atravesando Sao Paulo, for example, sin que sus clientes protesten en ningún momento –mas que nada porque no tienen ni puta idea de donde están-, y al final les cobra cuarenta y ocho dólares cuando los hubiera llevado por veinte sin problemas, dejándolos encima en la puerta de un lupanar de los de a cien dólares la paixa, y donde por cierto él se lleva comisión por cada descarga de marinería en tan libidinoso puerto.

Pero he aquí un punto de inflexión entre las filas de la legión invencible. Ahora que tan bien se las veían y deseaban muchos de sus miembros, resulta que unos, al salir de las casas de lenocinio, son invitados a obsequiar a sus nuevos conocidos con todos los presentes que en esos momentos lleven encima, y si bien al principio, las buenas formas y sonrisas de los autóctonos del lugar no les incitan en demasía a hacerlo, una vez que estos se levantan el refajo y sacan la artillería pesada, los duros miembros de la legión, antaño invencible, aflojan prestos no solo la mosca, sino también, la tarjeta del Carrefour, la foto de la abuela Renata, e incluso el viejo condoncillo que les ha acompañado durante tantos años y al que nunca dieron la oportunidad de debutar con picadores.

 En cambio, otros, son pasto de terribles enfermedades que consiguen que se les escape hasta el alma allá por donde la espalda pierde su nombre, o bien se les inflama el apéndice de la virilidad como si les hubiese picado una avispa, gracias a continuos escarceos con hembras e incluso algún que otro efebo, de la más diversa calaña, donde los posibles reparos estéticos e higiénicos son diluidos rápidamente entre los poderosos efluvios del zumo de Baco.

Y para rematar el cuadro, en el viaje de vuelta les pilla un huracán que les obliga a estar un par de días en el aeropuerto, tirando de agua mineral y panchitos porque ya no les queda ni un duro, les pierden las maletas al llegar a Barajas o taxista que los lleva a casa se hostia contra una farola como fin de fiesta. Al final la mítica legión invencible torna patéticamente en la no menos bizarra legión de los condenados, que diría mi primo Sven Hassel.

 Guerreros que partieron al combate con hambre de aventuras y sed de victorias, regresan al hogar cargados de vacías y estúpidas anécdotas que lo único que logran es añadir peso en la añeja mochila de los recuerdos, donde lo superfluo siempre consigue arrinconar a lo auténtico entre los múltiples pliegues del olvido. Pero ellos no se dan cuenta, y volverán el año que viene a repetir lo mismo, buscando siempre un destino más alejado que el anterior, para poder maquillar quizá así la banalidad de su existencia con ostentosos polvos de oro, transmutados alquímicamente hoy en día en paquetes viaje de El Corte Inglés.

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