Normalmente, aquellos casos de bebés apartados de sus madres en la hora del nacimiento y, que en muchos casos, solo en la edad adulta conocían la verdad de lo sucedido eran patrimonio de la literatura del siglo XIX, de la ficción juvenil más edulcorada como en "Tú a Boston, yo a California", de la factoría Disney, o de las dictaduras latinoamericanas de mediados y finales del siglo XX. Sin embargo, el caso recientemente conocido de unas gemelas separadas por error en el hospital donde nacieron en marzo de 1973 , en Las Palmas de Gran Canaria y criadas en familias diferentes, además de asombrar a la opinión pública, plantea razonables dudas acerca de los dilemas en los que los implicados se pueden encontrar a treinta años del suceso.
La cruda realidad nuevamente supera a la ficción
Usted se encuentra en un centro comercial de compras. La dependienta de la tienda de ropa insiste en saludarla con toda cordialidad, llamándola por un nombre diferente al suyo. No hay quien la saque del error simplemente porque no existe tal error. No al menos con mala fe. Dicha dependienta es amiga de su hermana gemela, alguien desconocido por usted hasta ese momento. En síntesis, esto fue lo que sucedió a Berta, una canaria de treinta y cinco años, que a finales de 2001 supo que existía alguien idéntico a ella, Belén, con quien contactó poco después.
Según describen, el primer encuentro, acordado a regañadientes con la amiga dependienta, fue impactante aunque no necesariamente en sentido positivo. La sensación de que algo terrible había ocurrido era demasiado inquietante. No hubo reencuentro al estilo de los programas especializados en sorpresas, como El diario de Patricia. Cuando ambas comprobaron su increíble parecido físico, además de las coincidencias en cuanto a lugar de nacimiento, la sospecha de ser hermanas gemelas fue creciendo al mismo tiempo que el mundo de ambas se tambaleaba. Sin embargo, un dato no cuadraba: las fechas de nacimiento no eran iguales pues según todos los datos Berta había nacido el 15 de enero mientras que Belén lo había hecho el 18 de ese mismo mes, ambas en 1973.
La desazón de aquel primer encuentro, el temor a que se confirmaran las sospechas, no animaban a Berta a a pasar las pruebas genéticas necesarias. Finalmente, en el 2004, éstas dictaminaron que Berta y Belén eran gemelas idénticas en un 9999 por ciento. Las diferentes fechas de nacimiento no pasaban de ser un fallo menor producto del terrible error en el cambio de las bebés en la Unidad de Prematuros del ya desaparecido Hospital de El Pino. A partir de entonces, un calvario comenzó para Berta, que, si bien ocultó la noticia a sus padres legales durante un tiempo, decidió finalmente revelar la verdad a los que hasta entonces habían sido su familia. Ésta no lo aceptó, lo cual acabó por convertir la vida familiar en insoportable. A día de hoy, viven apartados, sin contacto. Según admite la propia implicada han puesto distancia. A raíz de esta situación, Berta entró en una depresión y durante años necesitó tratamiento psiquiátrico. Nunca conoció a su padre biológico. Al mismo tiempo, reconoce que nunca podrá llamar a su madre y hermana biológicas, mamá o hermana. La joven afirma sin ambages que preferiría haber seguido engañada y se alegra de que su abuela legal muriera sin saber nada. Su abuelo legal permanece, debido a su avanzada edad, en la ignorancia, acordado esto por los familiares. Para Belén, sin embargo, la situación no ha sido tan traumática. Además de haber sido criada en el seno de su familia biológica, su relación con Berta es buena, así como con la otra niña que ocupó el lugar de Belén. No obstante, nada de esto puede ocultar el hecho de haberle sustraído casi treinta años de relación y vida familiar con su hermana gemela. La tercera implicada, la niña que tomó el lugar de Berta, por su parte, creció sin saber que su familia biológica era una diferente a la que la había criado y nunca sospechó del escaso parecido que guardaba con su hermana gemela. No se conocen declaraciones de la familia que durante treinta años proporcionó cuidados y amor a Berta, creyendo que era su verdadera hija.
Aparte de a los medios de comunicación, el caso de las gemelas canarias ha llegado a los tribunales. Belén y la chica con la que se crió, además de la madre biológica de las gemelas, han demandado al Servicio Canario de Salud (SCS) por una cuantía de 370.000 euros por cada una de ellas en concepto de indemnización. Berta, por su parte, solicita 3 millones de euros por los terribles daños morales causados. Habiendo prescrito el delito por la vía penal, solo una reparación económica es posible. Sin embargo, el SCS cifra la cantidad a indemnizar en 700 y mil euros, lo que ambos abogados consideran ridículo habida cuenta del caos vital en que estas dos familias se encuentran por culpa de la negligencia cometida. Antes de finales de año se conocerá la sentencia, aunque previsiblemente las consecuencias de este inquietante suceso no se extinguirán con la resolución judicial. No está claro que el dinero sea compensación suficiente ante tamaño despropósito y sus probablemente irreversibles efectos.
El impactante caso de estas gemelas, que desveló en primer lugar el periódico canario La Provincia, ha recorrido el mundo e innumerables medios se han hecho eco del mismo, así como de los dilemas que lo acompañan. ¿Es comprensible la reacción de la familia legal de Berta? ¿Cómo actuaríamos nosotros ante un caso de similares características, ante un hijo "falso"? ¿Serían más fuertes los lazos creados a lo largo de los años que el dolor de haber perdido a nuestro verdadero hijo por el camino? ¿Podría habernos ocurrido algo parecido a nosotros mismos y no saber que tenemos un hermano gemelo en algún lugar? ¿Qué haríamos si un día nos viéramos confrontados a tan terrible experiencia? Cuando aún no hemos acabado de digerir todas estas cuestiones, conocemos otro caso prácticamente idéntico ocurrido también en Las Palmas de Gran Canaria y en el mismo hospital. Otros dos gemelos separados al nacer. La muerte de uno de ellos, sin embargo, pareció agotar cualquier posibilidad de batalla legal o mediática. ¿Es esto más común de lo que pensamos? ¿Son estos errores algo del pasado, ya superado por la incorporación de las tecnologías a los procedimientos hospitalarios o son todavía posibles? No tenemos la respuesta a estas preguntas pero, desde luego, resulta imposible permanecer indiferente ante esta historia de errores y vidas truncadas.
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