En el relato de Borges, que da título a este artículo, acaso se encuentren algunas de las claves del trágico desenlace del defenestrado Gallardón: Héroes como traidores, traidores como héroes, un crimen y múltiples actores en una tragedia de ribetes clásicos y sorprendente vigencia.
Un héroe idolatrado por su nación y asesinado vilmente cuando todos los presagios auguraban la tragedia, un biógrafo que hurga en el pasado descubriendo las claves de la traición, Con esta madeja teje Borges un sencillo cuento que da motivos para la reflexión. El título encierra una paradoja: ¿qué sucede cuando el héroe y el traidor son la misma persona? Así sucede en el relato. Fergus Kilpatrick, líder de los rebeldes irlandeses resulta ser un traidor a la causa y como tal es ejecutado. Sin embargo, con el fin de usar su muerte para mayor gloria futura de las ideas que dijo defender, se le hace morir siendo partícipe de una obra coral con reminiscencias shakesperianas. El mismo Kilpatrick participa en todo momento del plan. Todo un pueblo se dispone a participar en la tragedia con el único propósito de realizar un sacrificio indispensable para que nada manche el buen nombre del líder. Éste pronunciará palabras graves, desoirá las amenazas, despreciará los peligros,... Finalmente, el traidor muere como un héroe en circunstancias patéticas, que elevarán la nobleza de su ejemplo. Habrá prestado un último acto de servicio como patriota y así será recordado. El biógrafo del presente, conocedor del drama, decide ocultarlo y representar su papel.
Alberto Ruiz Gallardón ha sido ejecutado políticamente. Esta vez los presagios no eran claros ni definitivos. Aunque él sólo se considere derrotado, la muerte le ha sorprendido cuando intentaba representar el papel de héroe salvador de un partido donde casi todos lo consideraban un traidor. No era el líder sin tacha del cuento borgiano, por otra parte. Al contrario que a Kilpatrick, sus correligionarios le han hecho morir no para dar ejemplo moral , guía e inspiración de generaciones futuras, sino para servir de escarmiento y aviso a navegantes de las consecuencias que acarrea la soberbia. Los conjurados, esta vez, no buscan rendir un servicio a la patria, sino a sí mismos, aunque sobre este último punto son muchos los que dudan del éxito de tal empeño. A Gallardón se le ha hecho representar una astracanada donde todos excepto el interesado conocían el desenlace. Los traidores, héroes para muchos dentro del partido, han eliminado al aspirante a héroe, que ha muerto como un traidor ajusticiado y así se le hará pasar a la Historia. No faltarán corifeos que en el presente y el futuro decidan utilizar el desenlace como espantajo que agitar a futuros aspirantes a héroes. Y también habrán representado fielmente su papel.
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