BUENOS AIRES (ARGENTINA).- "Ya que el barrio me resultaba tan esquivo, fui a conocerlo. Una mañana temprano abordé el colectivo que iba desde Constitución hasta la avenida Triunvirato, enfilé hacia el oeste y me interné en la tierra incógnita. Al llegar a la calle Cádiz, el paisaje se convirtió en una sucesión de círculos -si acaso los círculos pueden ser sucesivos-, y de pronto no supe dónde estaba". La frase pertenece a la novela El cantor de tango, de Tomás Eloy Martínez, pero podría haber sido pronunciada por cualquier mortal que, desprevenido, hubiera caído en la telaraña de calles del barrio laberíntico de Buenos Aires, Parque Chas.
Escenario de cuentos, poemas y novelas.
Escenario de cuentos, poemas y novelas, es quizá el barrio más misterioso de la ciudad. Sus calles avanzan en zigzag o forman curvas. Una de ellas, Berlín, dibuja un círculo perfecto: si alguien quiere recorrerla de inicio a fin, volverá al punto de partida al concluir la caminata. Sólo una calle de Parque Chas, Victorica, avanza en línea recta. Las demás se mueven a su antojo. Por eso en este barrio laberinto ocurren cosas imposibles, como que una calle se intersecte consigo misma: la esquina de Bauness y Bauness.
"Si uno se queda parado media hora en una esquina, por lo menos tres o cuatro personas perdidas se detendrán a preguntar cómo salir", dice Magdalena, vecina del barrio desde hace tres décadas. Arquitecta, se fascinó tanto con el trazado de Parque Chas que se ocupó de investigar su historia y hoy la recita en escuelas y visitas guiadas. Como ella, quien se muda al barrio de las calles enredadas ya no se marcha. La leyenda en su remera lo explica mejor: "Mi corazón quedó atrapado en el laberinto de Parque Chas".
Al indagar sobre el origen de tanto enredo, salen a la luz historias de todo tipo. Una de ellas cuenta que fue un marinero ebrio quien, delirando, creó el mapa de este laberinto. Pero lo cierto es que Parque Chas es obra de Vicente Chas, un porteño ilustre de principios del siglo XX. El hombre, dueño de las tierras, tenía que cumplir con las disposiciones de urbanizar el lugar. Para atraer habitantes hacia tan lejano y temible punto de Buenos Aires -y para dividir el terreno en gran cantidad de lotes y sacar mayor provecho económico- Chas descartó la típica traza cuadricular e ideó un barrio radioconcéntrico, inspirado seguramente en los barrios parque de las principales ciudades europeas.
De hecho, ciudades de Europa le dan nombre a gran parte de las calles de Parque Chas. Ginebra, La Haya, Dublin, Londres, Marsella, Constantinopla, Copenhague... Intrincadas y zigzagueantes, un mito las atraviesa: hay quienes dicen que si una persona se pierde y no encuentra a quién pedir ayuda, deberá buscar una calle que no se llame como una ciudad europea. Sólo así, dicen, el extraviado hallará la salida.
Verdadera o no, la estrategia es tenida en cuenta por los taxistas que caen presos de la maraña de Parque Chas. Muchos de ellos, claro, son lo suficientemente precavidos para negarse a entrar al laberinto. "Los únicos que se animan son los que tuvieron alguna novia en el barrio y lo conocen", dice una vecina, mientras un conductor desorbitado se detiene y baja la ventanilla para preguntar dónde ha quedado el norte, que se le perdió.
Parque Chas no sólo es el terror de los taxistas. También, de los repartidores. Hay un lema que no olvidan quienes piden comida a domicilio en el barrio: "En Parque Chas la pizza llega fría y el helado, derretido".
Parque Chas no sólo es el terror de los taxistas. También, de los repartidores 'delivery'. Hay un lema que no olvidan quienes piden comida a domicilio en el barrio: "En Parque Chas la pizza llega fría y el helado, derretido". Es más, los vecinos ya saben que, a la hora de hacer el pedido, deben engañar al telemarketer: al dar la dirección, hay que asegurar que forma parte de Villa Urquiza o Agronomía, los barrios aledaños; jamás hay que confesar que uno se encuentra en medio del laberinto si quiere ser aceptado como cliente.
Y si taxistas y repartidores se meten en problemas al entrar en Parque Chas, para los ladrones es algo así como la sentencia a prisión. "Una vez un vecino en la calle Berlín gritaba que le habían robado y otros se acercaron a calmarlo. De repente, pasa alguien corriendo por el lugar: era el ladrón, que no se había dado cuenta que la calle iba en círculo. Por supuesto, lo agarraron". Las historias como estas se encuentran en cada esquina, como si también ellas hubieran quedado atrapadas en el laberinto de Parque Chas.
Hubo quien alguna vez se atrevió a sugerir instalar letreros orientadores: flecha hacia Avenida Triunvirato, flecha hacia plaza Jamaica... Pero los vecinos jamás permitirían tal cosa (y los chicos se encargarían de dar vuelta los carteles, contribuyendo al enredo de calles). Porque quienes forman parte del barrio laberinto están orgullosos de ello. Aunque tengan que detenerse a guiar almas perdidas a cada paso. Aunque tengan que convencer a los taxistas y repartidores para que se acerquen. Aunque tengan que diseñar muebles a medida para sus casas con paredes curvas. Todo eso, con tal de conservar intacto el laberinto mágico de Parque Chas.
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