Quizá de los proyectos presentados a concurso, el de Eisenman Architects era el de mayor potencial tectónico y formal. Me quedo con el gesto brutal del modelo inicial, libre de toda una serie de argumentaciones y alusiones de ortopédica conjunción. Los pliegos nacían sutilmente desde el territorio retorciéndose y generando espacios magistralmente integrados, al modo de las oníricas plataformas planetarias de Lebbeus Woods. De alguna forma el proyecto inicial colonizaba un brutal ámbito, multiplicando sus espacios, generando nuevos recorridos, vacíos, y situaciones de compleja e imprevisible realidad. Quisiera no tener que hablar de la obra y del desarrollo del proyecto para su ejecución pero hemos venido a eso.
Panorámica sur de la Ciudad de la Cultura.
No me voy a parar a comentar las dificultades económicas, políticas y de gestión que todo gran proyecto está condenado a sufrir. No, creo que hay asuntos, a mi modo de entender, en el proceso mucho más graves y que arruinan el proyecto desde los comienzos de su propia evolución.
El primer y más grave tropiezo es pretender estructurar un landscape desde la ortogonalidad geométrica de un nuevo revival del international style. Utilizar el mismo lenguaje para concepciones tan distintas descongela la tensión y genera una situación de absoluto y negativo desconcierto. No sé si es una cuestión de anclaje al pasado o una falta de comprensión de la evolución expresionista de los espacios, lo cierto es que, y sin ánimo de molestar a nadie, es uno de los métodos más complicados y torpes capaces de destrozar un buen proyecto.
El segundo de los aspectos, desde mi punto de vista más sangrante, es el intento de justificar el orden del proyecto desde el paralelismo con la estructura urbana de la ciudad. Este hecho respalda la tesis de que si no sabes hacer algo, es mejor que aprendas en casa. Mire usted, está recordándome al maestro Michael Jordan jugando al béisbol; si usted es el primero que no se cree su proyecto, si usted necesita una trama alusiva para poder argumentar una organización, si usted tiene tan poca fe en la fuerza de su madera es imposible que la talle. (Y las torres de John Hejduk emulando el obradoiro… supongo que Dios les perdonará porque realmente doy fe de que no saben lo que hacen).
Por último no quisiera dejar pasar el hecho de que si a todo lo comentado sumamos una pésima construcción (eximamos de esto al menos en parte al Sr. Eisenman por su forzada desvinculación de la misma), un recorte y acotación de gran parte del proyecto incluido los contactos de las cubiertas con los suelos, una triste elección de materiales y cromatismos y un ritmo de obra que deprime y desinfla cualquier emoción, podremos entender cómo se puede ser un moribundo antes de haber nacido. Dicho todo esto, y a sabiendas de haber sido enormemente duro, diré que a medida que te alejas del lugar, a medida que las texturas se entremezclan con la distancia, mirando hacia atrás y en espiral, se puede percibir una idea de skyline que te traslada a aquellas imágenes iniciales de enorme fuerza y valor gestual.
Comprenderán que en este caso la función no merezca tiempo. Y si he de quedarme con algo me quedo con el concurso y como diría un grosero amigo, con la brisa fresca de los intersticios que elevan las defensas cutáneas a un erotismo rural de inhibición de las miserias.
*Isidro Gallego Domínguez es arquitecto
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